Los hechos ocurren en 1996. Luego de ser presentado por el zapatista comandante David , don Luis Villoro Toranzo toma la palabra. Habla en nombre del grupo de asesores del EZLN, en el Diálogo por la Paz, con los delegados del gobierno federal. “En primer lugar, queremos reiterar la voluntad del EZLN y del grupo de asesores que trata de auxiliarlo, la voluntad de llegar a acuerdos en favor de una paz con dignidad. Haremos todo lo posible para llegar a estos acuerdos. Pero no puede haber acuerdos si hay renuncia a ciertos principios fundamentales. Y estos principios fundamentales deben dirigir nuestra negociación”, expresa con firmeza Villoro Toranzo.
Continúa: “No se trata, en modo alguno, de lograr ayudas que resuelvan de manera asistencial los problemas que padecen las comunidades indígenas desde hace tantos siglos. Se trata de una reforma radical del Estado”. Su discurso, breve, refleja el conocimiento de la cuestión indígena y también los graves problemas del Estado mexicano. Refleja, igualmente, la profundidad del mensaje de los zapatistas: “El EZLN no está aquí sólo para defender los derechos de los indígenas de Chiapas, aunque sí está aquí para hacerlo. No está aquí para defender sólo los derechos de los pueblos indígenas en todo el país, aunque sí recoge las demandas de todos los pueblos indígenas del país. El EZLN, y nosotros sus asesores, estamos aquí para contribuir de una manera radical y nueva a un Estado nacional reformado que reconozca realmente la realidad de nuestro pueblo y que avance hacia la justicia social y, sobre todo, para contribuir a la democracia en el país”.
Para 1996, la obra de Luis Villoro Toranzo ya era de lectura obligada en las universidades, y un referente en muy diversos espacios políticos, académicos y sociales. La rebelión zapatista de 1994 significaría para Villoro Toranzo algo similar a lo que le sucedió a su amigo y contemporáneo Pablo González Casanova. Mientras para este último el neozapatismo dialogaba con las reflexiones sobre el colonialismo interno iniciadas en 1963, para Luis Villoro la rebelión zapatista también entraba en diálogo con los problemas planteados en su libro Los grandes momentos del indigenismo en México, en 1949.
Años más tarde, en 1998, don Luis continuaría reflexionando en Estado plural, pluralidad de culturas sobre la crisis del Estado-nación e insistiría en la necesidad de una reforma radical, esto en el contexto de la globalización, de la unificación financiera del mundo, y del crecimiento del poder de las corporaciones. Villoro Toranzo propondría entonces un Estado plural, que “no podría buscar la unidad en la adhesión colectiva a valores que todos compartieran, porque se extendería sobre pueblos y minorías que pueden regirse por diferentes valores. Estaría obligado, por tanto, a propiciar la unidad mediante un proyecto común que trascienda los valores propios de cada grupo cultural. No puede presentarse como una comunidad histórica, cuya identidad se hubiera fraguado desde siglos, sino como una asociación voluntaria nacida de una elección común. […] El vínculo entre las diversas entidades que lo componen no sería una misma visión de un pasado o de una vida colectiva, sino una decisión: la de cooperar en un destino común”.
Don Luis fue un gran filósofo que entendió que además de pensar el mundo había que transformarlo. Su reflexión filosófica siempre estuvo acompañada de su actuar desde distintos frentes, y fue en el zapatismo donde pasó sus últimos años haciendo las tareas de posta o centinela: observar y estar atento a lo que ocurre, construir reflexión teórica desde el pensamiento crítico.
Luis Villoro falleció el 5 de marzo de 2014, pero fue hasta un año después –debido en parte a los ataques paramilitares contra los zapatistas en el que asesinaron al maestro Galeano– que los mayas rebeldes le rindieron homenaje. En mayo de 2015 en el caracol de Oventik, los zapatistas revelaron cómo Luis Villoro había pedido sumarse a las filas del zapatismo. Al acto acudieron como invitados Juan Villoro y otros familiares y amigos de don Luis, familiares de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, Adolfo Gilly, entre otros. Pablo González Casanova no pudo asistir, pero mandó un sentido mensaje en el que recordó que frente a ciertos retos o desafíos, don Luis le había dicho que muchas veces “la respuesta no es lógica, sino ética”. Por su parte, Fernanda Navarro, compañera sentimental y de lucha de Luis Villoro, informó que habían decidido sembrar las cenizas del homenajeado en territorio rebelde.
“La ética y la justicia han de estar en el centro de la vida social. No debemos permitir que políticos de todo el espectro ideológico las expulsen de ahí y las conviertan en meras frases de discurso”, escribió Luis Villoro en el interesante intercambio epistolar que mantuvo con el finado sup Marcos. Luis Villoro, el zapatista, es un ejemplo de vida.
* Sociólogo
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