San Petersburgo. Rusia envió uno de los seis imanes gigantes necesarios para el programa de fusión nuclear ITER en Francia, uno de los últimos proyectos científicos internacionales en los que participa Moscú, a pesar del conflicto con Ucrania.
El barco que transportaba el imán de fabricación rusa, o “bobina de campo poloidal”, partió de San Petersburgo el martes bajo un cielo gris.
A bordo, la enorme bobina de nueve metros de ancho, que pesa 200 toneladas, había sido bien envuelta para soportar un viaje de dos semanas a Marsella, en el sur de Francia.
El imán en forma de anillo, construido bajo la supervisión de la agencia atómica rusa Rosatom, constituirá la parte superior del “tokamak” más grande del mundo.
El tokamak es un dispositivo de fusión magnética construido en Francia siguiendo el principio que alimenta al Sol y las estrellas.
La pieza rusa estaba destinada a partir en mayo, pero las sanciones que prohibían que los barcos rusos atracaran en Europa retrasaron la salida.
Aún así, “la situación actual no cambia el hecho de que cumpliremos con nuestras obligaciones”, señaló Viacheslav Perchukov, representante de Rosatom para proyectos internacionales.
Las tensiones geopolíticas “prácticamente no afectaron la realización del proyecto”, agregó.
“Sin (la bobina rusa), el tokamak no funcionará”, explicó a Afp Leonid Khimchenko, científico principal del centro ITER.
Elogió un logro “único”, de más de ocho años de preparación.
En el sur de Francia, 35 naciones colaboran para construir el dispositivo de fusión nuclear más grande del mundo.
“Este es un proyecto tan interesante que, de hecho, todos somos una familia… no hay competencia entre nosotros, nada”, añadió Khimchenko.
El proyecto se puso en marcha después de una cumbre de 1985 entre el presidente estadunidense Ronald Reagan y el líder ruso Mijail Gorbachov.
Andrey Mednikov, científico a cargo de la producción de la bobina de campo poloidal, elogió la continua cooperación internacional.
“Si esta cooperación se detuviera, todos perderían: tanto Rusia como la comunidad internacional”, precisó Mednikov.
El complejo del ITER en el sur de Francia cuenta con el apoyo de un consorcio de gobiernos mundiales, incluidos los estados miembros de la Unión Europea, Estados Unidos, China y Rusia.
Se espera que sea el último paso para demostrar que la fusión nuclear puede convertirse en una fuente de energía confiable en la segunda mitad de este siglo.
Esto tiene ventajas, pues operar las centrales eléctricas del futuro basadas en la fusión no produciría gases de efecto invernadero y, además, genera cantidades muy pequeñas de desechos radiactivos de vida corta.
La fusión funciona según el principio de que la energía puede liberarse forzando la unión de los núcleos atómicos en lugar de dividirlos, como en el caso de las reacciones de fisión que impulsan las centrales nucleares existentes.
En el núcleo del Sol, las enormes presiones gravitatorias permiten que esto suceda a temperaturas de alrededor de 10 millones de grados centígrados.
A presiones mucho más bajas que es posible recrear en la Tierra, las temperaturas para producir la fusión deben ser mucho más altas, por encima de los 100 millones de grados centígrados.
No hay materiales que puedan soportar el contacto directo con tal calor.
Entonces, para lograr la fusión en un laboratorio, los científicos han ideado una solución en la que un gas sobrecalentado, o plasma, se mantiene dentro de un campo magnético en forma de rosquilla.