Con notables cortedades lingüísticas, aparente dominio escénico y alegatos de viejas glorias gastadas, algunos priístas tomaron la tribuna de su partido. Se postularon, ellos mismos y con pasajero coraje, como candidatos a los próximos comicios presidenciales. Son, en resumen, y como se adjudicó a sí mismo ser el director de Pemex hace unos días: “coyotas balaceadas”. Desfilaron en ese estrado personajes como Beatriz Paredes, Claudia Ruiz Massieu, Miguel de la Madrid hijo junto con el diputado por Nuevo León y ex secretario de Economía: Ildefonso Guajardo. Otros gobernadores y aprendices menores también hicieron acto de menor presencia. Pero con los mencionados basta para perfilar todo un desfile de aspirantes de presumida experiencia y aceptable tamaño en alcance de perspectiva.
Para mejor entender el teatral suceso habría que dotarlo de cierto contexto. Los actuales priístas han padecido varios choques de corrientes disímbolas y mutación abrupta de valores y posturas. Todos, ajenos a su inventiva individual. Fueron auspiciados en distintos tiempos y sometidos a intereses muy por fuera de sus aportaciones. Su inicial formación como militantes acarrea dosis del nacionalismo revolucionario pasado que sucumbió al embate del neoliberalismo tecnócrata. El mundo de los negocios como pareja indisoluble de esa mezcla penetró en su savia humana. Y en ese ambiente de choque completaron su enredada formación. En últimas fechas resintieron, también, graves derrotas electorales además de liderazgos que no resisten prueba alguna de solvencia. El resultado es un estado de indefensión que sólo aspira a volver al pasado para asumir que pueden absorber contrarios y adherirlos a su causa, cualquiera que ésta pueda ser. La inclemente y cotidiana campaña, de orquestados y furiosos ataques, desatada contra el presidente López Obrador y a Morena colaboran para inyectarle al priísmo furias gratuitas y antagonismos irredentos en defensa de un modelo concentrador y elitista que, ciertamente, le debía ser ajeno al priismo.
El ensayo, de todas maneras, les alcanzó para una efímera aparición en planas de diarios o noticiarios radiotelevisivos. En verdad fue una muy fugaz presentación de aspiraciones sin relleno suficiente. Las dos mujeres pertenecen a esa clase de priístas que se movieron a las órdenes de la tecnocracia neoliberal que las usó y desusó al gusto de pareceres. La ex gobernadora de Tlaxcala siquiera tuvo sus destellos de originalidad, pero eso ocurrió hace más de medio siglo. Luego se alinearía con esas camadas de sus compañeros de oficio que administraron, sin gloria y muchas penas, la decadencia partidaria hasta agotar toda la savia que hubiera restado. Las trifulcas de gobiernos sucesivos, por demás, ineptos, corruptos, ilegítimos y acomodaticios, le despojó de cuanto hubiera podido conservar. El país y el partido que dibujó para asentar su comprensión del momento y plantar cara al futuro sólo apunta a un pasado sin retorno. Uno donde su tiroteado partido todavía cree posible abarcar algo de aquel temible PRI. La señora Ruiz Massieu brincó a la escena reciente, empujada por sus mayores, titulares de los mismos apellidos. Tiene que meditar, con honestidad, sobre la formidable cola que le seguirá pesando durante lo que le reste de presencia pública. Del señor De La Madrid poco hay que añadir a su muy poco talento y deficitario apellido. Su padre fue uno de los peores, por temeroso y modesto, ocupantes de Los Pinos. Con haber propuesto a la sonorense Lilly Téllez como su adelanto de secretaria de Gobernación, da una medida exacta de sus alcances. No requiere más explicación de su impertinente aparición en el estrado.
El diputado y ex secretario de Enrique Peña Nieto encargado de la cartera de Economía apenas resuena como antiguo negociador del tratado de libre comercio en sus adecuaciones. Nunca ocupó un asiento en el cuarto de las decisiones de ese olvidable periodo de gobierno bajo el dispar dúo Peña-Videgaray que tan golpeada dejó la casaca presidencial. Tanta abolladura le infligieron que terminaron coadyuvando a la flagrante derrota de 2018, episodio donde ni las manos pudieron meter a su tradicional rejuego electorero.
Visto desde esta perspectiva, el ensayo priísta sirvió para dos asuntos laterales. Uno incitar a sus copartidarios a moverse ante la que ven como fugaz realidad que los rebasa y abandona. Y el otro para soplarle a su moribunda dirigencia actual que busca, sin lustre alguno, acomodarse donde quepa. El prestar oídos a las consejas que los empujan a la alianza con el PAN acabará por confundir al electorado que todavía pudiera darles su voto.