Sao Paulo. Jair Bolsonaro decidió empujar Brasil al límite. Tardó casi 48 horas en hablar luego de su derrota electoral del pasado domingo, y lo hizo mientras el país estaba en un nivel de tensión máximo con cierres de carreteras, órdenes de desbloqueo, pedidos de intervención militar por parte de manifestantes y denuncias de fraude.
El mandatario tomó la palabra y mantuvo la crisis abierta al no decir lo que se esperaba de él: su reconocimiento explícito de la victoria de Luiz Inácio Lula da Silva y el inicio del proceso de transición para que el 1º de enero tenga lugar el cambio de mando presidencial.
Las declaraciones de Bolsonaro llegaron luego que los cortes de carretera se multiplicaron a partir del mismo domingo en la noche, con epicentro el sudeste y sur del país, encabezados por camioneros y bolsonaristas silvestres con banderas de Brasil.
La Policía Vial Federal informó que ayer en la mañana el número de bloqueos era de 271, manteniéndose así la cantidad del día anterior, pero ahora con la orden del Supremo Tribunal Federal de levantar los cortes, una orden seguida luego por varios gobernadores, como el de Sao Paulo, aliado a Bolsonaro, Rodrigo García: “las elecciones terminaron, vivimos en un país democrático, Sao Paulo respeta el resultado de las urnas y ninguna manifestación hará retroceder la democracia en Brasil”.
El clima en las protestas fue de tensión y a veces confrontación, como suele suceder con la base social más dura del bolsonarismo.
“No vamos a aceptar que un ladrón gobierne nuestro país, no vamos a dejar que nos gobierne, queremos una intervención militar”, dijo, por ejemplo, uno de los manifestantes en las afuera de Sao Paulo.
“América está contaminada por el comunismo”
“América del Sur y América del Norte están contaminadas por el comunismo, queremos libertad, no queremos a un ladrón en el poder”, dijo otro, a su lado, con la Policía Militar orillando las protestas.
Bolsonaro, en ese contexto, optó por tomar la palabra y mantenerse en una zona gris: no mencionar la victoria de Lula, tampoco impugnar los resultados, reconocer la “indignación y el sentimiento de injusticia por cómo se llevó a cabo el proceso electoral” que motiva las protestas, pero condenó “la restricción del derecho de ir y venir”, es decir los bloqueos.
Afirmó, a su vez que “siempre he jugado dentro de las cuatro líneas de la Constitución” y seguirá “cumpliendo todos los mandamientos de nuestra Constitución”, frases que dejaron ver entre líneas que no buscará desconocer el resultado u obstruir el proceso de transición.
Avanza la transición
El lunes algunos medios, como O’ Globo, informaron sobre los primeros contactos entre el gobierno y quienes fueron electos.
Fue el caso con la comunicación entre el actual vicepresidente, Hamilton Mourao, y el nuevo vicepresidente votado el domingo, Geraldo Alckim. También fue informado un llamado entre el jefe de la Casa Civil, Ciro Nogueira y el jefe de campaña de Lula, Edinho Silva.
El mismo Nogueira afirmó luego de la rueda de prensa de Bolsonaro haber sido autorizado por el mandatario a “iniciar el proceso de transición”.
La presidenta del Partido de los Trabajadores (PT), Gleisi Hoffman, por su parte, anunció ayer que el coordinador del equipo de transición será Alckmin, y que los equipos comenzarán los trabajos a partir del jueves en la capital, Brasilia.
Esas declaraciones, menos noticiadas que los bloqueos, trajeron algo de tranquilidad:“confiamos en las instituciones brasileñas. Puede haber llanto de perdedor, lo que no se puede es desestabilizar al país, a la economía, al pueblo brasileño, porque eso es criminal”, afirmó Hoffman. Los anuncios sobre la transición se dieron mientras el proceso de reconocimiento internacional de las elecciones terminó de consolidarse.
Los comunicados de felicitaciones a Lula por su victoria fueron rápidos y decisivos: primero los gobiernos progresistas del continente, luego la Casa Blanca, hasta un conjunto de gobiernos europeos, latinoamericanos y el presidente de China, Xi Jinping.
Los mensajes fueron seguidos por el encuentro con Alberto Fernández, llamados telefónicos con Joe Biden, Emmanuel Macron o Andrés Manuel López Obrador.
El triunfo de Lula se fue asentando internacionalmente en medio del silencio de Bolsonaro, quitándole oxígeno al presidente para lanzarse a una aventura mayor.
Meses de turbulencia
Las 48 horas poselectorales dejaron claro que Bolsonaro optó por construir una crisis ante su derrota. Unas palabras reconociendo tempranamente el resultado o llamando a la calma habrían modificado un escenario que aún no termina de descomprimirse.
La estrategia del presidente parece ser la de mantener una tensión que le permita movilizar a su base social más dura, dejar sentada la idea de que puede haber existido una irregularidad electoral, algo que empalma con los meses de declaraciones acumuladas en las cuales cuestionó al sistema de votación y al Tribunal Supremo Electoral.
Los hechos anticipan lo que serán seguramente meses de una transición difícil hasta que llegue el 1º de enero y Lula se ponga la banda presidencial.
Bolsonaro fue derrotado, es el primer presidente no relecto desde el regreso de la democracia, pero quedó a menos de dos puntos de Lula, con siete millones de votos más que en su primera vuelta, y parece querer utilizar esa fortaleza para ensayar una salida del poder apelando a una metodología trumpista. La trayectoria pos Casa Blanca del mismo Donald Trump, quien volvió a apoyarlo con un video para la segunda vuelta, puede indicarle que incendiar antes de irse puede ser una buena opción.
Los hechos volvieron a evidenciar la crisis a la cual el presidente condujo a Brasil durante sus cuatro años en el Palacio de Planalto, y la necesidad de una reconstrucción democrática. Esa fue la principal bandera de Lula durante su campaña, quien planteó el clivaje democracia o Bolsonaro, un gran parteaguas bajo el cual reunió una coalición amplia, heterogénea, desde la izquierda hasta sectores que fueron parte del impeachment a Dilma Rousseff, o aliados que se sumaron para la segunda vuelta como Simone Tebet.
Vienen ahora los últimos dos meses de Bolsonaro, el proceso de transición, probables sobresaltos, y luego el gran desafío: cambiar el país, no solamente en el orden de las desigualdades, sino también ante la fractura social.