res hechos recientes ocuparon, para no decir que escandalizaron, la opinión pública francesa. Aunque de índole muy diversa, como pueden ser un robo, un encarcelamiento y un proceso, los tres sucesos difundidos por los medios de comunicación acapararon la atención del público.
El primero de estos acontecimientos fue el robo en el museo del Louvre, antiguo palacio de los reyes de Francia durante la monarquía. Los ladrones actuaron, por así decir, abiertamente y a la vista de todos. No entraron al museo durante la noche ni por un túnel. Al contrario, lo hicieron por la mañana temprano y gracias a una alta escalera trasladada en su vehículo y colocada frente a una ventana de la galería Apolo, erigida por orden de Luis XIV para exaltar su gloria de Rey Sol. En esta galería se encuentran las 800 piezas de “la colección real de las gemas y diamantes de la corona”. Los cuatro ladrones lograron huir con ocho de estas joyas. Este acto reconocido como del crimen organizado, robo en pleno día en el museo más grande del mundo, el cual recibe cerca de 9 millones de visitantes cada año y posee 35 mil obras en 73 mil metros cuadrados, tuvo eco internacional, desató una polémica política y relanzó el debate sobre la seguridad de los museos franceses, los cuales presentan “gran vulnerabilidad”, reconoció Laurent Nuñez, ministro del Interior de Francia.
Los hechos toman un cariz casi cómico cuando, en su huida, los ladrones dejan caer la corona de la emperatriz Eugenia. Recuperada por los guardias, la corona debe ser reparada, pues sufrió un choque al ser extraída de su vitrina. Belphégor, habitante del Louvre como se sabe, puesto que ninguna otra residencia le parece adecuada a su modesta persona, considera que este robo es un acto terrorista contra la monarquía, es decir contra él, y no ve otra manera de explicar que, después de robar la corona, se arrojara al suelo.
Un robo rocambolesco que da una imagen deplorable de Francia, comentó Gerald Darmanin, ministro de Justicia de este país.
El segundo suceso que cautivó la atención del público francés fue el ingreso en prisión de Nicolas Sarkozy, ex presidente del país. Cierto, es raro que en una democracia occidental un antiguo mandatario se vea encarcelado. Mientras los partidarios de Sarkozy gritan su indignación, sus opositores y enemigos se desgañitan celebrando el encierro tras las rejas del ex presidente. Un detalle: muchos de estos últimos son simplemente adversarios del poder, anarquistas de alma y sentimientos.
Acompañado por su guapa esposa, Carla Bruni, Nicolas Sarkozy llegó a la cárcel con un libro: El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas. Los bromistas se preguntaron si Sarko prepara una venganza contra los ocultos enemigos responsables y culpables de su encarcelamiento.
Los comentarios de los franceses se dispararon entre los mítines de protesta que acompañaron a Sarkozy hasta las puertas de la prisión, donde fue aislado para evitar cualquier atentado en su contra, pues las amenazas ya comenzaron.
No cabe duda, el ex presidente francés es un personaje que despierta las pasiones y no deja de levantar el griterío de partidarios y enemigos.
El tercer acontecimiento no tiene nada de cómico y sí mucho de horror. Se trata de la condena a cadena perpetua incompresible de Dahbia Benkired, culpable de la violación, tortura y muerte de Lola Daviet, niña de 12 años. Es la primera vez que una mujer es condenada a esta sentencia, la más alta desde la abolición de la pena de muerte.
Desde 1994, la perpetuidad incompresible se ha pronunciado en siete ocasiones, cuatro de éstas contra asesinos de menores violados y torturados.
El proceso de la criminal de origen argelino reavivó la polémica sobre la pena de muerte. Si ésta estuviera aún vigente, acaso un jurado popular no se privaría de declararla contra Benkired. Cabe preguntarse, ¿qué abogaría Robert Badinter para salvar de la guillotina a la asesina de la pequeña Lola?












