

Jueves 16 de octubre de 2025, p. 26
Oxitempa, Ver., “Abandono”. Esa es la palabra que más se menciona entre los habitantes de Oxitempa estos días. La dicen cada vez que empieza a faltar la comida. La piensan cada hora en que por la entrada de la comunidad sigue sin asomarse algún representante del gobierno. La repiten con enojo y tristeza a quien los quiera escuchar.
Hace seis largos días, las intensas lluvias que cayeron sobre este pueblo del municipio de Ixhuatlán de Madero, Veracruz, provocaron que los ríos Chiflón y Vinazco –que juntan sus caudales justamente a esta altura– se desbordaran sobre la comunidad, igual que en muchas otras de la región.
El nivel de las aguas “subió rapidísimo; no dio tiempo de nada. Tampoco nos avisó alguna autoridad. Aquí son unas 80 casas y todas se dañaron. Gracias a Dios, se empezó a salir la gente, pero todas sus cosas se quedaron y están llenas de lodo”, explica Víctor Ortega Hernández, comandante del pueblo, mientras acompaña a La Jornada a hacer un recorrido.
Prácticamente todas las casas de Oxitempa están cubiertas por el fango, por dentro y por fuera. Las viviendas más endebles, construidas con madera y lámina, desplomadas sobre el suelo. Por todos lados es posible ver colchones como esponjas húmedas y fangosas; muebles destrozados todavía con ropa adentro; trastes rotos y desperdigados; troncos y ramas que la corriente arrastró por doquier.
Con el sentido del humor que muchas veces sirve de escudo ante las desgracias, los lugareños insisten en mostrar lo que llaman con sarcasmo “la mueblería”: una pila de refrigeradores, mesas, televisiones y otros aparatos que quedaron inservibles y han ido amontonando en un paraje del pueblo para cuando ya se puedan llevar a algún basurero.
Además de dejarlos con poca comida, las crecidas de los ríos dejaron a los pobladores sin electricidad, sin agua potable y sin señal de Internet ni de teléfono. Sólo es posible ver algunas excavadoras, que consiguió el presidente municipal electo con empresas particulares, tratando de mover de las calles un lodo que nunca termina de salir.
“Nada”
Pese a la gravedad del desastre, los lugareños siguen sin ver la presencia de la Marina, el Ejército, la Guardia Nacional o alguna otra de las instituciones obligadas a ayudar a las comunidades afectadas por desastres naturales.
Tampoco ha llegado por acá ningún representante de la gobernadora Rocío Nahle, quien –eso sí– apareció en la televisión riéndose cuando fue cuestionada sobre la falta de renovación del seguro catastrófico que hubiera servido para proteger de las lluvias y las inundaciones al estado que dirige.
En cuanto a comida, Oxitempa “va ahí, despacio, y fue gracias a la gente de aquí, de las comunidades cercanas, pero ya nos está escaseando. Lo que hace más falta es agua, comida, ropa y cosas para asearse. Hemos andado así, con lo que nos han traído y con lo que rescatamos. Nosotros, como hombres, aguantamos, pero las mujeres, los niños, la gente adulta, lo necesitan más”, explica el comandante Ortega.
–¿No les ha traído ayuda el Ejército o la Marina? –se le pregunta.
–Aquí, lo que es la Guardia y la Marina, nada. Nada, nada, nada –repite el hombre mientras menea la cabeza, como si cada repetición ayudara a entender la dimensión de la falta.
“Ligero no estuvo”, reviran a Nahle
Arturo Salas Méndez, agente municipal de Oxitempa, no atina a explicarse la ausencia de los uniformados. “Me imagino que hay lugares por donde no se puede pasar, pero ellos tienen helicópteros. Pero no. La Marina, nada; el Ejército, nada. No ha llegado nada de ellos”, recalca para que se entienda bien la idea.
“Sí se oye que en otros lugares está feo, pero aquí nos han abandonado por completo. Por eso les pido, por el medio de información que traen ustedes, que lo den a conocer. Mucha gente sí se siente enojada porque nos han abandonado”, dice Salas, quien se dedica a manejar un taxi que aún no sabe si quedó utilizable.
En un escenario de por sí terrible, los vecinos de la calle Purificación lo vivieron un poco peor, cuenta Reynaldo Morales de la Cruz, porque además de recibir las aguas de los dos ríos que se salieron de su cauce, padecieron la descarga de lo que llaman “la zanja”, es decir, la corriente que llega por una presa cercana que suele desbordarse.
“Ligero no estuvo”, dice el hombre con una sonrisa amarga, haciendo referencia a las declaraciones de Nahle en el sentido de que el río Cazones se había desbordado “ligeramente”. La frase caló hondo y sale en muchas conversaciones.
En la entrada de la comunidad, donde en la tarde se instalaron sillas para realizar una asamblea, Edith Hernández Torres está especialmente interesada en dejar claro que “ha habido mala información de que ya hemos estado recibiendo el apoyo, lo cual no es así. Hasta ahorita, ninguna persona del gobierno nos ha venido a visitar”.
Aunque sabe que lo material se recupera, intuye que cuando tengan tiempo de reflexionar, los vecinos se darán cuenta del significado de las cosas que hoy ya no son más que una pila de basura mojada. En cada objeto también hay historias, y en ellos permanece algo.
“Es una tristeza ver cómo salen nuestras camas, nuestros refrigeradores, nuestras estufas. Quizá en este momento no estamos sintiendo tanto porque andamos más preocupados por limpiar nuestros escombros, pero en el momento en que podamos regresar a nuestras casas, y verlas vacías, va a ser una tristeza”, admite.
Sin comida ni para los niños
Con sus propias palabras, ella también pone sobre la mesa el abandono: “Ver a nuestros niños, a nuestras personas adultas y no tener qué ofrecerles de comer realmente es triste. ¡Y qué lamentable que, por parte del gobierno, no tengan ese corazón, esa humanidad para decir ‘les vamos a llevar apoyo’”.
El respaldo de los vecinos, dice, los ha mantenido a flote, “pero realmente nosotros no le vemos fin. Tenemos un mundo de escombro que tenemos que sacar de nuestras casas, y no es entre hoy y mañana. Vamos administrando lo poquito que nos ha estado llegando, pero de mañana a pasado, ya no vamos a tener qué comer otra vez”.