Jueves 16 de octubre de 2025, p. 4
Guanajuato, Gto., En el principio fue la desnudez y luego el descubrimiento. En el montaje coreográfico Una Eva y un Adán se acompaña a la pareja bíblica primordial por el sendero de la aceptación del cuerpo y la natural sensualidad que significa.
La propuesta dancística de la compañía danesa Granhøj Dans, dirigida por el bailarín y coreógrafo Palle Granhøj, explora aspectos de la mítica estancia en el paraíso original y el tiempo en que asumen qué es el tocarse. Se desarrolló el martes y miércoles pasado en el teatro Cervantes, en el contexto de la edición 53 del Festival Internacional Cervantino.
Los personajes encarnados por Sofia Pintzou y Mikolaj Karczewski se conocen en la semioscuridad y la luz tiene tintes de prohibición. Transitan una senda de conquista del pudor y de la luz que los reprime de tocarse.
El punto de partida es un escenario en tinieblas donde sólo se escucha el rumor de hojas secas, y del polvo se levantan los protagonistas para mostrarse y verse. La iluminación quiebra su placer, que conocemos por el jadeo tras los ciclos donde se desenvuelven.
La escenificación produce las preguntas sobre el significado de las recurrentes y murmurantes hojas muertas, con la estela de polvo que producen y la esencia de la absoluta luz que los paraliza en los momentos de disfrute de su cuerpo.
En cambio, hay tenues luminiscencias que Eva y Adán controlan y disfrutan. Chispas que rodean su gozo. Se evoca un lugar de rumor silvano, marcado por el canto de aves ignotas. La primera reacción al ser iluminados es de ocultarse los sexos: ella se viste, él se cubre con hojas verdes.
Pero es Eva quien primero ejecuta el movimiento y la impudicia. El descaro de vivir sin temor de ser vista, aunque la danza sugiere la tensión entre el pudor y la insolencia. Tiempo cíclico. A mayor intención de ocultarla, se impone la actitud femenina y ya ocurre la cadencia en conjunto.
Reconocen sus sexos en la oscuridad y rodeados de la voz de magnetófono. Nuevamente el rumor de hojas. Ahora él tensiona su cuerpo en la penumbra, quizá flagelado. La luz se oculta y permanece en la negrura.
Cíclico: vuelve la ondulación compartida, la piel contra la piel. Eva yace y su compañero la explora, restriega la totalidad de ese cuerpo. Toca la carne ahora dormida, trémula enseguida. Con fuerza acaricia. Movilidad de miembros, ayuntamiento bajo la giratoria o titilante luz. Suenan las primeras palabras entre ambos. El beso de ella y el frágil vaivén.
Una nueva separación impuesta y repite el desfogue corporal. Una escena de gran plasticidad, contra el muro y en la tenue claridad el magnetismo se les impone. El toque amoroso los subyuga y se abrazan acompañados por el íntimo sonido de un piano. Un cuerpo hasta la luz. Yacentes, prestos, se alejan sudorosos. La mirada en la mirada.
Y la roja manzana que ella le da, cercana a su seno. Musical acompañamiento. Se recuesta Eva, él le ofrenda sus hojas verdes. Las manzanas se multiplican. Incluso una entre las rodillas. Mientras, sus espasmos con el abrazo de Adán. Devoran el fruto. De pronto se vuelven, nos miran. Nos miran y nos ofrecen el fruto al unísono.
Una Eva y un Adán se presentará mañana en el teatro María Grever, en León, como parte del Circuito Cervantino.