La dramaturga presentó el performance Terebrante en el Auditorio del Estado // Algunos asistentes salieron incómodos del espectáculo
Lunes 13 de octubre de 2025, p. 5
Guanajuato, Gto., La dramaturga Angélica Liddell desmontó en su espectáculo Terebrante, casi como extirpar una parte dolorosa del cuerpo, la tradición del flamenco en un performance teatral de experimentación. En el Festival Internacional Cervantino (FIC) presentó un proyecto que pone en absoluto primer lugar a la mujer en ese género de baile y canto español, donde la narrativa es generalmente masculina.
La también escritora expuso una visión disruptora, sin el canto del hombre ni su interpretación de la guitarra, y donde desde el inicio se echa en falta la vistosidad del traje folclórico femenino de la cultura gitana.
El acercamiento primero son las leyendas proyectadas que explican el origen y esencia del género, como que es incierto y que para ser flamenco primero se debe tener una mujer que se quiera y luego dejarla “y ahí está el sufrimiento”.
La directora y fundadora del Atra Billis Teatro ofició una ceremonia en el Auditorio del Estado, cuya primera escena la muestra en soledad en el escenario, ataviada con un traje de noche, corto y brillante, se prueba unos botines y experimenta los primeros pasos. Rompe el pudor son su desnudo de cintura abajo.
La protagonista fuma y se lleva el cigarro al sexo, da la vuelta y muestra el trasero al público, al centro de un ambiente ensordecido por el humo y la lejanía de las luces. Se levanta y danza casi paródicamente al estilo del flamenco con la salvedad de las bragas visibles y que impiden el movimiento.
Son los primeros trazos de la creación de una atmósfera a contracorriente de la aceptada socialmente: el endiosamiento del atractivo turístico del baile entre la comunidad gitana en España, marcado por el dolor. Propone una nueva forma de ver y sentirlo, encarnada y en vino como sangre derramada.
Continúa sus pasos y evoca una serie de imágenes oníricas o arquetípicos. Pasajes crudos que provocan la vista, el pensamiento y el oído. Sensualidad abstrusa, renqueante, pecaminosa. Enteramente real. Se muestra una belleza de pecho desnudo, rodeada de guitarras flotantes, instrumentos espejo que gravitan a su vera pero niegan la melodía, ascienden y de pronto caen con estrépito y dispersan polvo.
El espectáculo tuvo función también ayer, cuando Liddell impartió una clase magistral titulada Terebrante: Al principio fue el flamenco: martirio y grito.
El término “terebrante” en el entorno médico se refiere a un dolor agudo y punzante. Sobre esa premisa Liddell explora algo que parece simbolizar una afección social. Ahí está la proyección en primer plano de la extracción de los dientes podridos, la consecuente sección de las encías y derramamiento de sangre.
Hay escenas perturbadoras, tras la irrupción de un monaguillo que atraviesa el escenario. Luego la sonoridad en las márgenes de gritos femeninos de dolor o espanto, hasta niveles desgarradores. Golpes en la puerta.
Una nueva tanda de escritura sobre el telón consigna: “el que no ha pasado fatigas no puede saber cantar” y si no se sabe leer, es alguien que “cantaba más bruto, más gitano”.
El macho cabrío domina un nuevo pasaje. Un varón cubierto apenas por una frágil túnica abierta y las oleadas de un balido grave y mezclado con palabras de dicción enloquecida.
Pagana, lentísima espera mientras la protagonista se le acerca y el audio truena. Una tercera figura los alcanza y dejan nuevamente abandonada a la mujer.
A estas alturas ocurren las primeras defecciones de algunos asistentes, que abandonan el auditorio con muestras de desagrado, aunque llegan elementos como de descanso: esculturas de querubín bajan del cielorraso y un joven de rostro angélico entona “del alma mía”, mientras Liddell lo circunda.
Lo común es esa destrucción física propia de la protagonista y de los mitos en torno a expresión cultural a la que parece configurar como un elemento extraño y nocivo, al menos en su forma actual.