Política
Ver día anteriorMartes 29 de abril de 2025Ediciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Cónclaves
S

iendo tendencia mexicana declararse experto en todo cuanto se pone de moda, quiero aclarar que no sé gran cosa de historia de la Iglesia, ni de los cónclaves, y que este artículo es la mera reflexión o divertimento.

Porque los cónclaves me empezaron a atraer desde mis lecturas de libros de aventuras de adolescente: ¡cómo olvidar el cónclave en fuga narrado en Los reyes malditos, la elección de Sixto V en Los Pardaillán u otras tantas? Me parecía sumamente intrigante el modelo de elección de un personaje tan poderoso e influyente en el mundo occidental (y en menor medida en el resto del mundo). Confesado lo anterior, pasamos a los cónclaves.

Para distinguir las formas que adquiere la historiografía sobre un tema aparentemente igual, hace 30 años, en la licenciatura en historia, comparamos parte de la historia de los papas en la época moderna, de Leopold von Ranke, con los tomos VII y VIII de la historia de los papas de Ludovico Pastor.

Lo que los profesores de historiografía querían que revisáramos era la metodología y el manejo de fuentes, así como la forma del discurso sobre algún tema. De mis notas escolares y mi relectura de estos días les cuento del cónclave de 1559.

Ese año falleció el papa Paulo IV, de la poderosa familia Carafa, que había detenido durante todo su pontificado el Concilio de Trento, que buscaba modernizar a la Iglesia.

Tras su muerte, en el cónclave se enfrentaron los predecesores de los actuales conservadores y liberales o reformadores del día de hoy, así como los enormes poderes reales y terrenales de la Iglesia y los monarcas europeos.

El cónclave inició cerrando filas contra los sobrinos y los partidarios del papa Paulo IV, pero no uniéndose en favor del cardenal Giovani de Médici (de la familia gobernante de Florencia y primo de la reina regente de Francia), que proponía llevar el Concilio a su culminación. El cónclave reunió a 48 cardenales electores, de los que 44 participaron en la votación final.

La historia que cuenta Ludovico Pastor parece de cuento de hadas, pero entre líneas se leen las pugnas, las traiciones, los crímenes de los poderosos italianos, los cardenales y los otros monarcas de Europa, y siempre es divertido leer cómo intenta esconderlo, en vano, con una pátina de santidad.

El sajón (de Sajonia) y luterano Von Ranke, que en la primera mitad del siglo XIX era considerado el paradigma de la historia científica y objetiva (siempre con patrones y fuentes eurocéntricas) hace de un Médici un hombre de origen humilde (¿pariente pobre?) al que llamaban el padre de los pobres en Milán. El hecho es que en un enredado y muy sabroso cónclave (un capítulo entero en Pastor, varios párrafos en Ranke), Médici fue elegido papa Pío IV y concluyó, para bien de la Iglesia, el larguísimo Concilio de Trento.

El Cónclave de 1559 fue muy largo y tuvo inesperadas volteretas porque no sólo se enfrentaban ahí los tridentinos (partidarios de culminar el Concilio de Trento) contra quienes no querían modernizar a la Iglesia; también enfrentó a jesuitas contra franciscanos, a las grandes familias italianas, a los intereses del rey de España con los del reino de Francia y aunque disminuido respecto a cónclaves anteriores, los del emperador al que ya llamaban de Alemania.

Leer de ese cónclave es internarse en aquellas historias que tantas novelas inspiraron y que muestran cómo, desde dos siglos antes, en la cumbre de la economía, las artes y la cultura de occidente, en la península itálica no existía unidad ninguna, como, por decir algo, no la existía en Mesoamérica antes de la irrupción española.

Casi cinco siglos después muchos vimos un cónclave en vivo y a todo color, cuando se llevó a la pantalla grande el best-seller del periodista y novelista británico Robert Harris, con un reparto de lujo para el cine comercial, en la que escuchamos a los personajes hablar en varios idiomas (predominan el inglés, el italiano, el latín y el español) y encarnar diversas posiciones de la Iglesia con gran verosimilitud, incluido el difunto Santo Padre, muy parecido a Francisco, aunque lo rechace el autor de la novela en su nota inicial, al decir que la semejanza es sólo superficial y el papa nunca nombrado de la novela y la película, no es ni pretende ser el papa Francisco.

Como tampoco soy especialista en crítica cinematográfica –un poco sí en lo que a novela histórica se refiere– no hablaré de directores, música ni actuaciones, sólo diré que desde nuestra ignorancia y, sobre todo, desde nuestra infinita curiosidad y nuestra experiencia como meros observadores del cónclave por venir en este 2025, podemos observar, disfrutar y aprender de este cónclave de ficción.

No resisto una cita de la homilía con la que el cardenal Lomeli (Lawrence, en la película) da inicio al cónclave: “Hermanas y hermanos míos, en el transcurso de una larga vida al servicio de nuestra madre Iglesia, permitidme deciros que el pecado que más he llegado a temer es la certeza, pecado enemigo de la unidad, de la tolerancia. Incluso Cristo titubeó al final. Nuestra fe es una entidad viviente porque camina al lado de la duda…

“Recemos porque el Señor nos dé un papa que dude…Que Dios nos conceda un papa que peque, pida perdón y que siga adelante…”