
Domingo 27 de abril de 2025, p. a27
Irrumpe de la trompeta un sensual gemido. Es el comienzo de lo que la Danzonera Acerina anunció como un clásico: Almendra. La luz rojiza y mortecina del Salón Los Ángeles se derrama sobre las decenas de parejas que rítmicamente comienzan el ritual del baile.
Ellas, delicadas y con garbo, luciendo sus entallados vestidos de lentejuelas. Ellos, gallardos, con sus sacos de tres cuartos, pantalones abombados, relucientes zapatos bicolor y sombreros de ala ancha que son coronados por al menos una pluma. Algo queda claro: no hay miedo al color.
Cala hondo el calor de esta noche de sábado en el mítico local de la colonia Guerrero, que por un año más recibe al Gran baile de pachucos y rumberas. Es una tradición que la también llamada Catedral del baile –según Miguel Nieto, uno de sus propietarios– prosiguió a la muerte de quien la fundó.
Han pasado más de 20 años desde que tomamos la estafeta y hemos seguido promoviendo el movimiento pachuco. Sigue habiendo gente joven, aunque la mayoría es de la tercera edad, pero continúa siendo un grupo auténtico. No son personas artificiales que, porque vistan el traje, son ya pachucos, sino que tiene que ver con una forma de ser: rebelde, con ritmo y mucha alegría de vivir
.
Uno-dos, uno-dos, los pasos son cadenciosos y lentos. Pachucos y rumberas de diversas generaciones sacan lo mejor de su repertorio en esa lúdica dinámica de atracción-rechazo que hay en el prodigio del baile.
La pista parece colmada de apariciones de una época renuente a morir. Pero no, más que nostalgia, este evento es un acto de resistencia, una celebración a la existencia.
A sus 86 años, José Luis Ponce Méndez entra al salón con un saco amarillo huevo y pantalón negro de rayas. Le falta su esposa, María de Jesús, fracturada de un brazo. “Ella tenía 50 y yo 51 cuando nos conocimos en un baile en el Salón Colonia. Llevamos 34 años siendo la ‘pareja elegante’”, cuenta mientras ajusta su leontina.
A su vez, Leoncio Ramírez, el Pachuco pasito tun-tún, como le dicen por su forma de caminar, avanza trastabillante con la ayuda de un bastón. Perdió la vista en 2013, a los 51 años, pero no el ritmo. Siempre me ha gustado bailar: cumbia, salsa, pero mi vida cambió cuando conocí el danzón
.
Angélica Rosillo, gerente en una clínica hiperbárica, ajusta su penacho de plumas. “Ser rumbera es recordar a esas mujeres bellas y ‘prohibidas’ como Tongolele”, dice.
No sólo hay veteranos. Julia y Azul, de 18 y 22 años, aseguran que ésta es una tradición viva
y no una moda, como el reguetón. Queremos que (las rumberas) se mantengan siempre entre nosotros y que haya interés nuevamente por ellas, no dejarlas caer en el olvido
.
Las horas transcurren y el calor no mengua en el Salón Los Ángeles. Sudores en la piel, sudor sabor a sal
, como dijera la canción. El cartel aún tiene mucho por ofrecer.
Además de La Danzonera Acerina, figuran también Los reyes del mambo de Richie Cárdenas, Atracción Orquesta, La Universitaria de Pepe Luis, la Orquesta de los Hermanos Sánchez y la Sonora Vallarta.