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La danza de los vampiros
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▲ Fotograma de la película
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ace tiempo no me entusiasmaba una película por su audaz hibridación degéneros e inventiva. Me refiero a Pecadores, quinto largometraje del cineasta afroamericano Ryan Coogler, y una exuberante mezcla del cine de gánsteres, el horror y el musical, narrada a ritmo de blues y de una forma desenfadadamente excesiva, pues ese es el chiste.

En su primera película, desde su ópera prima Fruitvale Station (2013), Coogler se ha alejado de las franquicias –como la exitosa Pantera Negra (2018)– para narrar las aventuras de dos hermanos gemelos, conocidos simplemente por los apodos de Smoke y Stack (ambos interpretados por Michael B. Jordan con sutiles cambios), veteranos de la primera guerra mundial que han hecho su fortuna en el ámbito del hampa de Chicago, y han vuelto a su natal Clarksdale, en el Delta del Mississippi, en 1932 para establecer un llamado juke joint. (Los subtítulos lo traducen como cantina, pero es más que eso).

Para su empresa, los hermanos han comprado un aserradero, propiedad de miembros del Ku Klux Klan y contratado a su primo Sammie Moore (el promisorio Miles Caton), quien ha heredado una valiosa guitarra bluesera, al virtuoso de la armónica Delta Slim (Delroy Lindo), a la pareja china formada por los Chow (Helena Hu y Yao) para hacerse cargo de la comida y al enorme Cornbread (Omar Miller), para fungir de portero y sacaborrachos.

Smoke, Stack y Sammie tienen también a mujeres que los desean: el primero tiene a su mujer Annie (Wunmi Mosaku), oriunda de Louisiana y practicante de magia. Stack coquetea con Mary (Hailee Steinfeld), quien, aunque blanca y casada, tiene un historial romántico con el hermano. Y Sammie está prendado de la fogosa Pearline (Jayme Lawson), también casada, pero enamorada del blues.

Todos esos personajes interactúan en la candente inauguración del juke joint. El lugar se llena de trabajadores de las plantaciones, dispuestos a bailar, embriagarse y, en general, a pasarla de poca madre. Con lo que nadie contaba era con la llegada del irlandés Rennick (James O’Connell) quien, entre otras cosas, es un feroz vampiro.

Así, Pecadores cuenta su relato fantástico cumpliendo las convenciones de uno y otro género, al mismo tiempo que las subvierte. No hay secuencia más delirante que aquella en la cual Sammie demuestra ser un poderoso intérprete de blues, rompiendo la barrera del tiempo y el espacio. En un trucado plano-secuencia, la cámara revela la presencia de un requintista de rock, un cantante de hip-hop, un DJ y otras formas en que la cultura negra ha influido en la música popular estadunidense.

Además, la película sabe ser cachonda, como debe ser. Por ejemplo, a Sammie se le recomienda, en pocas palabras, la estimulación del clítoris para satisfacer a una mujer. Y él lo pondrá en práctica para feliz asombro de Pearline.

Coogler tiene tanto material que no sabe –o no quiere– terminar su película. Hay tres conclusiones, además de dos epílogos significativos que se perderán los espectadores deseosos de salir de la sala durante los créditos finales.

Con Pecadores, Coogler se perfila como el director afroamericano más interesante desde Spike Lee. No es poca cosa.

Pecadores ( Sinners) D y G: Ryan Coogler/ F. en C: Autumn Durald Arkapaw/ M: Ludwig Göransson/ Ed: Michael P. Shawyer/ Con: Michael B. Jordan, Miles Canton, Hailee Steinfeld, Delroy Lindo, Jayme Lawson/ Warner Bros, Domain Entertainment, Proximity Media, Australian Government, The Western Australian Film Company. Estados Unidos-Australia-Canadá, 2025.

X: @walyder