
Sábado 26 de abril de 2025, p. a12
El nuevo disco de Carlos Santana es el compendio magnífico de la carrera de un autor convertido en clásico. Se titula Sentient (Sintiente) en congruencia con las afinidades espirituales que caracterizan a este músico. Pero lo fundamental se llama sonido Santana. Porque bastan dos acordes para saber que la guitarra que está sonando es de Carlos Santana. Y eso no cualquiera.
No cualquiera tiene nombres y apellidos: Miles Davis, David Gilmour, Keith Jarrett, Bill Evans, por citar algunos. Todos ellos tienen en común la magia de enternecer, emocionar, subir la temperatura corporal, sacar lágrimas, penetrar ámbitos poéticos en tan solo dos acordes.
Crear un sonido distintivo, personal, único e indivisible, amerita. Va más allá de lo que se denomina estilo. Significa identidad, unicidad, cosmogonía.
Cuando suena la trompeta con sordina de Miles Davis, nos inunda una alegría color plateado y una exaltación que no tiene medida. No encontramos nunca palabras para describir lo que causa en nuestro interior. Enmudecemos. Al primer acorde de la guitarra de David Gilmour acude a nosotros una ensoñación que nos traslada a horizontes insondables. Nos desdoblamos y el otro nuestro está viajando por todo el espacio sideral. Los gemidos, gritos, guturaciones, manotazos sobre el mazo del piano, en alto contraste con notas muy pero muy delicadas que nacen de un piano de concierto activado por Keith Jarrett nos producen también ensoñaciones, sueños en vigilia, y nuestra atención se convierte en un raro proceso donde la inteligencia funciona cual cerebro de Einstein al mismo tiempo que nuestras neuronas se aquietan. Tres toques suaves en las teclas y su sucesión escanciada con aromas exquisitos nos traen de inmediato a la mente la figura de Bill Evans acercando su rostro hasta casi tocar con la nariz las teclas del piano, y en el imaginario su figura se endereza y toma la forma del Vitrubio de Da Vinci.
Así el sonido Santana. Cada vez que suena, nos ubica en un punto concéntrico donde poesía y sabrosura son lo mismo.
El sonido Santana es extraordinariamente original y su secreto consiste en ser sencillo. Sus componentes son fáciles de ubicar: magia, magia y más magia. Eso le permite una diversidad camaleónica impresionante. No importa dónde ande Santana, siempre sabemos dónde está parado: en la magia.
Las cuerdas del violín de su padre mariachi trashumante, las ondas hertzianas de la radio, el blues del Delta del Misisipi, el bolero cubano, la música callejera, la magnificente cultura hippie, las percusiones afrolatinas y una inspiración divina lo distinguen. Todo eso que escuchó en su infancia y adolescencia Carlos Santana lo metió a un perol, tomó una pala ancha de madera, añadió pociones sacadas de sólo él sabe dónde, recitó mantras, dio vueltas a ese mejunje y el resultado es, siempre, el sonido Santana.
En México, todos sabemos que el maestro de Carlos Santana es Javier Bátiz (1944-2024), pero sucede como aquella paráfrasis filosófico-social de uno de los versos de El Príncipe (no hay otro: José José): porque todos sabemos querer / pero pocos conocen a Marx
.
Pocos saben también que la pieza clásica de Carlos Santana titulada Black Magic Woman-Gypsy Queen la tomó de un músico genial y también relegado: el guitarrista húngaro Gábor Szabó, cuya obra titulada precisamente Gypsy Queen es la segunda parte de la pieza doble de Santana, cuya primera parte, Black Magic Woman, es en realidad de Peter Green, guitarrista de Fleetwood Mac.
Honesto como es, Carlos Santana siempre ha reconocido sus orígenes, influencias, querencias y deberes y saberes. En su álbum instrumental de 2012, Shake Shifter, incluye una canción, Mr. Szabo, en homenaje a uno de sus maestros. También reconoce deudas con Jimi Hendrix, Bloomsfield, Hank Marvin y Peter Green. La deuda mayor la contrajo en 1969, cuando Jerry García, el jefe de Grateful Dead, le dio un pase de mezcalina antes de que subiera al templete principal del Festival de Woodstock y cambiara el rumbo de la historia cuando rindió una versión alucinante de 11 minutos de su pieza más conocida: Soul Sacrifice.
Ahí comenzó todo.
El mejor Santana, según consenso, es el de sus primeros cuatro discos, el primero de los cuales es un impacto desde la portada misma y contiene el abracadabra: Soul Sacrifice, además de otras piezas célebres: Jingo y Evil Ways.
Desde las primeras notas está la esencia Santana: las congas del percusionista nicaragüense José Chepito Arias, una maravilla, y la combinación góspel en órgano y encima de todo eso la guitarra de Carlos Santana. Para la historia.
A ese álbum clásico de 1969 le sucedió al año siguiente el referente máximo: Abraxas, con un inicio mágico en bajo, percusiones varias, suspenso dramatúrgico, soul, teclados majestuosos en la pieza de título shakesperiano: Singing Winds, Crying Beasts, para dar paso al díptico Black Magic Woman / Gypsy Queen, también con un inicio absolutamente mágico.
Para mí, el momento sublime de toda la obra de Carlos Santana está en el instante de transición de esa pieza doble, que sucede en el minuto 3:33 para que en el 5:19 nos asalte una epifanía: el sonido se suspende en el infinito y en medio del silencio improbable se escucha: brrrr / sabor
y suena un golpe de tarola que conduce hacia la siguiente pieza, Oye cómo va, en franco plan de son cubano. Y bueno, el track 7, Samba pa’ ti, es el gran clásico para bailar de cachetito.
El tercer disco, Santana III, se inicia también en pleno ámbito sonoro cubano, para dar paso a los acordes de relámpago santanescos y oleadas masivas de sonidos que nos ponen a bailar en un estado límbico de euforia primordial. La segunda pieza, No One to Depend On, es una obra maestra. Funciona como una sinfonía de Bruckner, con sus oleajes voltaicos, sus cambios de tempo, sus furores.
El cuarto álbum, Caravanserai, es un rito, bálsamo, inmersión espiritual. Al canto de grillos inicial le siguen sonidos que nos ubican en la vorágine entera de la cultura hippie. Eso, jipi. Carlos Santana es uno de los más grandes creadores jipis. Y no está solo. He ahí al jipi Bob Dylan, por ejemplo. Y a los jipi Neil Young, y qué decir de los Pink Floyd.
Después de esos cuatro discos ha habido de todo y los mejores momentos se caracterizan por la presencia de congueros primigenios como los percusionistas James Mingo Lewis y el gran Armando Peraza.
En 1972 sucede el gran quiebre de Carlos Santana, cuando su amigo el guitarrista John McLaughlin le presenta a su gurú: Sri Chinmoy, extraño personaje cuyo lado oscuro descubrió Santana hasta 11 años después, cuando rompió relaciones con él y se quedó con la práctica de la meditación y las convicciones de bondad. Luego combinó Santana esas prácticas espirituales con cristianismo y otras vertientes que causan muchas cejas levantadas y algunas carcajadas entre sus seguidores cuando Santana interrumpe sus conciertos para decir cosas como: si cierran los ojos sentirán cómo los ángeles nos abrazan
; pero en cuanto Santana suelta un riff tremebundo desde su guitarra, sus detractores enmudecen y rinden reverencia. Y sí, entonces sienten los abrazos de los ángeles.
Todo esto nos lleva al nuevo disco de Santana, Sintiente, que es, como muchos que ha hecho en épocas de sequía creativa, un compendio extraído de sus archivos, pero siempre con el poderío de su sonido, el sonido Santana.
Destacan las piezas que grabó con Miles Davis, en una combinación exquisita de dos sonidos poderosos, el de Miles y el de Santana. La primera de ellas, Get On, combina los acordes característicos de Santana de piezas muy conocidas, con el retumbar metálico de la guitarra con sordina de Miles Davis. La segunda, Rastafario, es el reino de la belleza, gobernado por ambos músicos en disquisiciones soul, rumba y el invento mayor de Miles: el cool jazz. Un prodigio.
Ante todo esto, gritemos jubilosos: ¡que viva Santana! Pero no el infame dictador que vendió parte del territorio mexicano y usó pata de palo, sino el gran Carlos Santana, que nos dio y nos sigue dando patria y libertad.