Política
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Migrantes emigrados
E

n tiempos todavía no muy antiguos, de los que aún alcanzamos rescoldos quienes nacimos antes de que mediara el siglo pasado, al parecer era frecuente que la gente muriera en el mismo lugar donde había nacido e incluso en la misma casa.

Quizás en la ciudad no lo era tanto como en comunidades pequeñas, de acceso un tanto difícil y, por lo tanto, también de salida complicada.

De hecho en mi querida Santa Tere, en la entrañable Guadalajara, donde no enterré el ombligo pero sí me proporcionó el aliento y las condiciones para forjarme un futuro y ahora contar con un pasado que no me incomoda, era el único escuincle cuyos padres no eran nativos de la capital de Jalisco, aunque ya había ciertos síntomas de movilidad en el hecho de que una buena parte procedía de otros poblados jaliscienses, nayaritas o michoacanos.

He ido y venido un poco por el mundo, pero mi cédula de empadronamiento no ha dejado nunca de ser tapatía. En el ámbito que me rodea es cada vez más raro quien se encuentra en su solar nativo y, más aún, en el de sus progenitores.

Diría yo que la migración, por una razón o por otra, es ya una característica de nuestra época, pero en tiempos recientes tiende a crecer también la migración de los migrantes.

Grosso modo, podríamos decir que nuestro continente se ha ido forjando sobre un sustrato original por la mezcla de diferentes partes, pero al finalizar el siglo XIX y comenzar el XX, se incrementó el número de quienes vinieron en busca de trabajo y digna subsistencia.

No los deplorables conquistadores españoles que vinieron en bola, sino muchos más que llegaron por goteo constante, sin formar parte de ningún contingente ni de ningún programa. Fue resultado del hambre o de la persecución, pero alcanzando un número sumamente grande.

América fue el paraíso que les abría las puertas de un futuro, pero hubo lugares de preferencia por sus condiciones socioeconómicas más amigables.

Estados Unidos y Argentina resultaron ser, tal vez, los más destacados, al extremo de que se hacía la broma de que la raza argentina o la gringa descendía de los barcos. Pero no fueron los únicos…

Mas ahora resulta que nacionales de ambos países, y de otros más, cuyos padres no nacieron ahí, también han liado maletas, por el motivo que se quiera, y se están desparramando por otras partes del mundo, incluyendo Europa, su mayor procedencia original.

Por razones varias, viajo con frecuencia a Barcelona, donde el número de argentinos y norteamericanos ha crecido enormemente. Se notan más los primeros porque son extrovertidos, pero de los otros también hay muchos, al extremo de que su inglés se oye mucho ya en el ir y venir por doquier en esa ciudad.

La plática con una gentil y simpática recepcionista del hotel que frecuento me hizo ver en directo el fenómeno de los migrantes emigrados. Ella se llama Irina, su familia paterna proviene de Ucrania y la materna de España. Nació en Buenos Aires y hace años que vive en Barcelona.

¿Sus razones? La inseguridad porteña que la dañó varias veces. ¿Por qué Barcelona?, pues ahí fue acogida y ha obtenido diferentes chambas, cada vez mejores.

Tiene la ventaja de una gran simpatía natural, pero creo que es más de agradecer su seriedad y formalidad para el trabajo. Bien puede decirse que la comunidad gana con gente como ella.

¿Pensar en regresar? De ninguna manera. Quisiera, sí, hacer una visita, pero sus dos pies están muy buen puestos en esa costa mediterránea donde, dice, se puede mover de un lado para otro sin percibir el mayor peligro.

Sin embargo no se siente exenta de marchar a otro lado si se pone de modo. Tal vez… arraigo, lo que se dice arraigo, esta linda muchacha no parece estar en condiciones de adquirirlo.