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Soldados israelíes: destello de decencia
E

n menos de una semana, cuatro grupos de miembros de las fuerzas armadas de Israel han firmado sendas cartas exigiendo el fin de la guerra en Gaza con los argumentos de que la continuación de los combates ya no contribuye a los objetivos que se asignaron al comienzo de la guerra y que a estas alturas las operaciones que siguen masacrando a decenas o cientos de palestinos cada día obedecen únicamente a motivos políticos.

La primera misiva fue publicada el jueves 10 por casi mil reservistas y jubilados de la Fuerza Aérea; al día siguiente se pronunciaron alrededor de 200 miembros de la Marina y un número parecido de soldados de una unidad de élite de inteligencia, mientras ayer manifestaron su descontento mil 525 soldados y ex soldados del cuerpo blindado de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Este último comunicado cimbró al país porque entre los firmantes se encuentran dos ex jefes del Estado Mayor de las FDI, Dan Halutz y el también ex primer ministro Ehud Barak.

Antes de esta oleada de denuncias de los uniformados, otros militares habían expresado a la prensa que en el transcurso de las operaciones vieron o hicieron cosas que cruzaron límites éticos. Aunque los combatientes no se han negado a seguir prestando servicio ni se han expresado en torno a la conducción del país, el primer ministro Benjamin Netanyahu acusó a todos de ser un grupo marginal y extremista, un pequeño puñado de malas hierbas, dirigidos por ONG financiadas por extranjeros, cuyo único objetivo es derrocar al gobierno de derechas, y avisó que toda expresión de disidencia será sancionada con el cese inmediato. Dicha postura fue ratificada por las fuerzas armadas.

No puede exagerarse el valor mostrado por los uniformados que señalan las violaciones a los derechos humanos o critican la continuidad de la guerra en una sociedad intoxicada por la propaganda sionista y el supremacismo racial, donde los llamados a exterminar a la población palestina y la completa deshumanización de este pueblo no sólo son normales, sino que forman parte de la educación y del discurso de Estado. Al dar un paso al frente, se exponen al linchamiento mediático, al ostracismo, a la pérdida de toda oportunidad de empleo e incluso a ser objeto de la furia de las hordas fanáticas que se entretienen asesinando palestinos en los asentamientos ilegales de Cisjordania.

De la misma manera, es imposible hablar demasiado de la vileza y la cobardía de Netanyahu y sus cómplices, quienes lanzan bombas sobre los círculos concéntricos de cráteres donde hace unos meses vivían las familias palestinas con tal de postergar el momento en que deban responder ante la justicia, ya no por sus crímenes de guerra, por los cuales se saben inmunes, sino por la venalidad con que se han conducido a lo largo de sus carreras políticas. Desde hace décadas, Israel es el único país donde los gobernantes lanzan una guerra cada vez que inician una campaña electoral, pero con Netanyahu se ha alcanzado una nueva sima: perpetrar un genocidio para distraer de un proceso penal por corrupción.

La agresividad verbal del premier y el nivel de violencia armada que ha desatado sobre un pueblo inerme denotan que se encuentra fuera de control, ajeno a todo asidero con la realidad y con la moralidad, llevando adelante sus declarados planes de limpieza étnica ante la impertérrita mirada de las democracias occidentales. Si los líderes de la civilización no se asquean ante la carnicería, la única esperanza es que los soldados israelíes se nieguen a seguir caminando sobre los cadáveres de mujeres, niños y ancianos. Las cartas de los militares son un signo insuficiente, pero alentador.