
Sábado 29 de marzo de 2025, p. a12
El nuevo libro de Haruki Murakami reivindica una especialidad literaria quedada en el desdén: el género reseña.
La reacción contrariada de algunos lectores lo confirma: esperaban una conflagración verbal, pero toparon con alegorías, metáforas, coloquialismos nacidos de la jerga de melómanos para verse convertidos, todos esos elementos, en análisis musicales, recomendaciones discográficas, viñetas y jolgorio, mucho.
El gozo es la característica central del libro Retratos de jazz.
No es sorpresa que don Mura nos convide de una de sus pasiones vitales, la melomanía. Aquí hemos reseñado sus obras anteriores, entre ellas Música, sólo música, donde cuenta sus largas conversaciones con el director de orquesta Seiji Ozawa, con quien se sentaba tardes enteras frente a los muros del estudio de don Mura, tapizados de vinilos, a gozar y a analizar lo que salía de los potentes altavoces.
En Tokio Blues: Norwegian Wood, uno de sus primeros grandes éxitos, luce la canción favorita de Naoko, novia del protagonista, Toru Watanabe: El bosque noruego, de Los Beatles, a quienes dedica un capítulo de otro de sus libros: En primera persona del singular.
De hecho, el primer texto que publicó Haru fue una reseña.
Y fue una genialidad: se inventó un disco y escribió la reseña frente a la indignación de muchos que se dijeron timados y otros tantos que corrieron a la tienda de discos a comprar un disco que sólo existió en la imaginación del escritor, quien se divirtió horrores y comenzó a gozar celebridad, porque el texto es una joya del género reseña y por ende de la literatura.
En su nuevo libro, Retratos de jazz, Haruki Murakami presenta a 55 músicos que ha descubierto en su vida, la mayoría de ellos cuando era estudiante, y nos convida de los vinilos que tiene en sus paredes, más de 10 mil discos, para contarnos historias, divertirse mucho y sonreír al imaginarnos saliendo a las carreras a buscar los álbumes que recomienda.
Cada disco que menciona es una tentación irresistible. Es de esos libros que se leen escuchando la música de la que ahí se habla.
Hay varios setlists en Spotify, entre ellos el que lanzó la casa editorial, Tusquets, que dura 42 horas, pero que adolece de faltantes (hay materiales que están incluidos pero no reproducen) y pone música de más, haciendo un tanto engorrosa la escucha, dado que cada uno de los capítulos del libro dura menos que lo que es posible escuchar.
La mejor setlist en Spotify es esta: “Haruki Murakami: Portrait in Jazz. Music From The Murakami’s Vinyls Collection Recommended in his Book”. Y es la mejor porque la mejor manera de escuchar música es, desde el principio de la era del disco, desde un vinilo. La diferencia de sonido es tal que si comparamos el sonido de las distintas listas que hay en Spotify del libro de Murakami, la que aquí recomendamos tiene un sonido espacial, cálido, atmosférico. El sonido de un vinilo. Escuchar con tocadiscos constituye la máxima experiencia para escuchar música.
Puse a sonar las 84 horas que duran ambas playlists mencionadas. Y llegué a la conclusión de que es mejor a la antigüita, es decir, poner en el buscador de Spotify el disco o la pieza musical a la que se refiere Murakami en el momento en que nos solazamos en la lectura de ese pasaje. Y así consecutivamente en cada capítulo.
Mientras avanzamos en la lectura del libro, imaginamos a Haruki de pie frente a uno de sus muros de vinilos, con una mano en la barbilla, pensando qué música va a ponernos a escuchar después del capítulo que acabamos de leer.
Cada capítulo es una sorpresa, porque la selección de autores que hace Murakami se dispara por completo de lo que suelen hacer quienes programan música en la radio o quienes eligen un disco para escribir una reseña.
El acto humano que consiste en sentarse a escuchar música es semejante a la escena del filme 2001. A Space Odyssey, donde un primate lanza hacia el cielo un fémur y éste gira y gira y gira como giran los discos en los tornamesas. Y suena la música.
Cuando escuchamos música, no es el azar lo que acontece sino el fenómeno de causa y efecto: una música nos lleva a la siguiente, como la lectura de un libro nos conecta con nuestra siguiente lectura.
Los 55 retratos de jazzistas que contiene el nuevo libro de Murakami van acompañados de respectivas ilustraciones de Makoto Wada, la portada del disco que recomienda don Mura y una rigurosa ficha técnica de cada uno de los retratados tanto por el escritor como por el pintor Wada.
La característica que distingue la selección de Murakami de los retratados es singular: es un listado de querencias vitales, de amores nacidos en distintos momentos de su niñez, adolescencia y primera juventud. No es una lista de músicos famosos, sino una sucesión de hallazgos a manera de autobiografía.
Es como si cada uno de nosotros nos pusiéramos a elaborar un listado de músicos que nos han conquistado a lo largo de nuestra vida, el resultado siempre será diferente a las listas de celebridades.
La casi totalidad de la música que contiene este libro pertenece a un periodo que podemos denominar antiguo
en la historia del jazz. O bien, dicho cariñosamente, jazz viejito
, que el mismo Murakami lamenta ya no exista.
Contrastan nombres de grandes músicos casi desconocidos cuya calidad es equiparable a otros que son celebridades, por ejemplo el trombonista Jack Teagarden, el alientista Bix Beiderbecke, el saxofonista Julian Cannonball Adderley, el guitarrista Charlie Christian, otro alientista: Eric Dolphy, el pianista Horace Silver, la cantante Anita O’Day, el pianista Teddy Wilson, el baterista Shelly Mane, la vocalista June Christy, el trompetista Lee Morgan, el cantante Jimmy Rushing, el pianista Bobby Timmons, el cantante Hoagy Carmichael, el guitarrista Eddie Condon, el dueto Jackie & Roy, el saxofonista Art Pepper, todos ellos monumentales, pero apenas escuchados por conocedores. Murakami es uno de esos expertos y nos comparte esos descubrimientos.
Todos esos nombres que aparecen en el párrafo anterior, contrastan con la fama de otros incluidos en el libro, como Benny Goodman, Billie Holiday, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Miles Davis, Count Basie, Nat King Cole, Dizzy Gillespie, Louis Armstrong, Glenn Miller, Django Reinhardt, Oscar Peterson, Herbie Hancock, Lionel Hampton, Mel Tormé, Frank Sinatra, todos ellos ampliamente conocidos. Aun así, Murakami cumple al acierto de elegir piezas que no son siempre las más famosas de cada uno de estos famosos.
Hay en el libro de retratos de don Mura una categoría de exquisitez musical, creadores que muchos conocen aunque sea de nombre, pero cuya producción artística es fuera de serie. Música para oídos acostumbrados a lo exquisito. En primer lugar, ese semidiós llamado Thelonious Monk, a quien Murakami rinde merecida pleitesía.
Y en esa misma categoría de alta calidad musical fulguran en este libro otros nombres semi conocidos, como Charles Mingus, Chet Baker, Fats Waller, Art Blakey, Stan Getz, Cab Calloway, Dexter Gordon, Lester Young, Sonny Rollins, Wes Montgomery, Ray Brown, Ornette Coleman y, rindo a mi vez pleitesía, Bill Evans, a quien por cierto Murakami dedica el mejor pasaje de todo el libro, así:
“Mejor escuchar el álbum Waltz for Debby en el viejo vinilo que conservo, no en cedé. Se compone de tres temas por cara, y siempre que concluye y alzo la aguja del tocadiscos, dejo escapar un suspiro; un suspiro que, con el tiempo, he llegado a considerar parte misma del disco”.
Así de sublime suele escribir Haruki Murakami.
De los fulgores literarios de este gran escritor japonés en su libro más reciente, Retratos de jazz, nos ocuparemos en la siguiente entrega, una vez que aquí hemos cumplido con presentar el corpus, intención y contenido íntegro del nuevo libro de Haruki Murakami.
Mientras tanto, le pregunto, hermosa lectora, amable lector: ¿hay suspiros, murmullos, interjecciones, aullidos, cantos, alaridos, piel chinita, ojos entornados, lágrimas corriendo sobre las mejillas, signos que usted ha pronunciado, emitido, soltado, expresado, a manera de plegaria, invocación, placer, al escuchar algún disco en especial en su vida? ¿Forma parte ese suspiro de usted, esa lágrima furtiva, ese gemido apenas audible, esa respiración entrecortada, ese llanto, aquella alegría, del disco más cercano desde entonces a su corazón?
Puedo aportar, por lo pronto, mi suspiro al leer este libro de Murakami que aquí recomiendo y el disco que Haruki y yo recomendamos: Waltz for Debby, de Bill Evans.
Una corriente eléctrica me recorre cada vez que termina el disco y comienza mi suspiro.