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El bisnieto de Verne
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ste 2025 se cumplen 120 años de la muerte de Julio Verne, primer escritor que antes leíamos al abrir las páginas de su Viaje al centro de la Tierra, su Veinte mil leguas de viaje submarino y su Vuelta al mundo en 80 días, que todavía hoy inspiran películas de ciencia ficción y nos alientan a cumplir nuestro sueño, por más imposible que parezca.

Hace años, en 1958, tuve oportunidad de entrevistar a un bisnieto de Julio Verne, que vino a México invitado por el Instituto Francés de América Latina (IFAL), el doctor Jorge Julio Verne, médico neuro-oftalmólogo. Joven, alerta, fascinado por México, antes que cualquier cosa le pregunté si era auténtico el atentado en contra de su bisabuelo, cometido por su sobrino Pablo Verne, y a él no le sorprendió mi curiosidad:

–Sí, en efecto. Un sobrino de Julio Verne llegaba todos los días a pedirle: “Grand-papa dame dinero”, y su abuelo le daba buenos consejos, hasta que un día, Pablo Verne, un desequilibrado, lo balaceó.

(De Julio Verne se ha dicho todo hasta el día de hoy, y pueden leerse varias biografías. Walt Disney y Michael Todd filmaron para Hollywood Veinte mil leguas de viaje submarino y La vuelta al mundo en 80 días, y aunque Julio Verne sólo tuvo un hijo, todos los Verne reclaman a gritos su parentesco. A partir de la primera misión a la Luna, en 1969, los lectores aficionados pretendieron regresar a la fuente de todos nuestros anhelos, Julio Verne, quién publicó Viaje a la Luna en 1870; murió en 1905.)

Con sus novelas de increíbles premoniciones nos describió a los hombres rana, los helicópteros, los robots y el famosísimo Nautilus, submarino atómico que los estadunidenses bautizaron así en honor de uno de los hombres más geniales del siglo.

–Mi tío –respondió el doctor Jorge Verne–, viajó a Estados Unidos a bautizar la proa del Nautilus con una botella de champaña, pero cuando yo tenía ocho años, también bauticé un Nautilus de la marina francesa, y aún conservo la tijerita de oro con la que corté el listón que simbólicamente sujetaba el submarino a la tierra…

El doctor Jorge Verne viajó a México a dar una conferencia en el IFAL en compañía de su esposa, quien me explicó: ¡Mi marido es idéntico a Julio Verne! Todo mundo lo dice. Ojalá tuviera yo una fotografía para comprobarlo, pero acabo de prestársela a un investigador mexicano que me la devuelve mañana. Cuando Jorge Verne regresó de la guerra (fue paracaidista de la Legión Extranjera en Indochina), usted haga de cuenta que el que descendía del avión era Julio Verne, porque Jorge, mi marido, se había dejado crecer la barba. Julio no era un hombre muy alto, más bien corpulento, ancho de hombros y fuerte cuya cabeza se cubrió de canas a los 30 años.

También Julio Verne conoció el éxito a los 30 años al publicar su primer libro, pero el triunfo no cambió su modo de ser, directo, sencillo. No le gustaba la vida de sociedad. Como en su época todavía no existía la publicidad, ni siquiera se encargó de sus derechos de autor, aunque sus libros le dejaron mucho dinero.

–Grand-Papa (como lo llama su nieto) se enamoró de su prima a los 14 años. Ambos vivían en el puerto de Nantes y ella le pidió un collar de corales. Para conseguirlo, Julio Verne se embarcó como grumete en un barco rumbo a las Antillas. En aquel tiempo no había control, y los grumetes no tenían más que subirse a la brava al barco. A Verne, desde la más temprana edad, le fascinó el mar. Uno de sus hermanos, Pablo, era marinero y Julio se embarcó a escondidas gracias a Pablo, quien lo protegió. El barco estaba anclado en Saint Nazaire, cuando la primita que Verne enamoraba exigió el collar de corales. El padre de Julio tuvo grandes dificultades para bajar a su hijo del navío y le propinó una terrible paliza. Recuperó al prófugo sin darse cuenta de que en su hijo ya germinaba ese incontenible espíritu de aventura que más tarde incendiaría a otros exploradores: Lindberg, el almirante Byrd, Paul Emile Víctor, Charcot (quien encabezó la expedición al Polo Norte)... todos siguieron el ejemplo de Verne y se lanzaron a la aventura sin ninguna protección.

–¿La familia los estimuló?

–Los Verne fueron una familia muy dura. Curiosamente, en su seno no cabían la fantasía ni la aventura. Todos eran abogados, jueces, notarios, escribanos, legisladores de túnica y toga, y su padre mandó a Julio a París a estudiar derecho. Pero en vez de leyes, Verne se dedicó al teatro. Escribió algunas obras cuyos manuscritos se conservan. El título de una de ellas es Las moscas. A mi bisabuelo le gustó tanto el teatro que hasta fue secretario de uno que fracasó. Tenía tan poco dinero que cuando una amiga lo encontró en París y le preguntó cómo le iba, Verne abrió su saco y le mostró un plastrón atado a su pecho desnudo y los puños de su camisa cosidos a las mangas del saco para simular un atuendo más o menos aceptable. Vivía sin un quinto y sin la camisa del hombre feliz, pero a sus lectores los hizo aventureros e inteligentes y, con sus espléndidos libros, les hizo descubrir las maravillas del planeta Tierra.

Los manuscritos de Julio Verne podían leerse en unas hojas de gran tamaño. Verne los escribió primero a lápiz para después pasarlos con tinta. Por eso las páginas finales no tienen borrones ni tachaduras.

–¿Y la primera novela de aventuras de su bisabuelo?

–La guardó junto con las obras de teatro que nunca tuvieron éxito. Iba de editor en editor con su manuscrito: Cinq Semaines en Ballon (Cinco semanas de viaje en globo) y los editores lo rechazaron. Escribía teatro porque creía que esas obras eran más comerciales y se venderían mejor. ¡Pobre abuelo! Finalmente, el señor Hetzel, fundador de la editorial y librería Hachette, en París, aceptó su manuscrito. Le pidió que regresara dentro de una semana, pero como Verne se había acostumbrado al rechazo, no regresó. Hetzel lo buscó por todo París para decirle que su texto era extraordinario y ofrecerle un contrato definitivo que duraría hasta su muerte: dos novelas al año.

–¿Su primer libro lo consagró?

–Fue un triunfo. Toda la obra de mi bisabuelo sigue viva hasta el día de hoy. Fíjese que cuando publicó La vuelta al mundo en 80 días, sus lectores apostaban cuántas horas perdería Phileas Fogg en tal parte y en cuánto tiempo llegaría a otra. Su última novela, La impresionante aventura de la misión Barsac, es póstuma, pero la prefiero a La isla misteriosa, una de sus mejores novelas, aunque no tenga detalles técnicos ni científicos, pero si una notable filosofía humana.

–A propósito de detalles científicos, ¿de dónde sacaba su ciencia Julio Verne? ¿Cómo se documentaba?

–Tenía un archivo extraordinario y dedicaba tardes enteras a llenar fichas que utilizaría en su relato. Su primer libro, Cinco semanas en globo, nació de su amistad con Nadal, un matemático que se dedicó al vuelo de los globos aerostáticos. Mi bisabuelo se interesó tanto, que se documentó escrupulosamente para lanzar ese gran libro.