ran pesar ha causado el fallecimiento del escritor Hernán Lara Zavala entre sus amigos cubanos. Lo queríamos mucho acá. Me tocó el honor de darle entrada a nuestro predio. Allá por 1982 formó parte del jurado de un concurso de la revista Plural en el que otorgaron mención a un cuento mío. Como suele ocurrirnos cuando hacemos de jueces, un texto que no fue el ganador se nos queda en la memoria, y Hernán terminó escribiéndome una nota de mero saludo, a la que siguió un intercambio irregular, hasta que la vida lo trajo a La Habana para encontrarse con una de sus hermanas, no recuerdo si Magali o Ana, que por alguna razón estaba acá. Para conocernos por todo lo alto los invité a un restaurante llamado Centro Vasco, al que aún quedaba algo de su antigua gloria, pensaba yo. El almuerzo estuvo bien, la conversación mejor, y como dejó dicho Lichi Diego, la amistad surgió a primera vista, sin esfuerzo. En lo que comíamos y platicábamos, el camarero escuchó el cantadito mexicano de mis invitados, de modo que al final, muy sonriente, trajo la cuenta en dólares con la inapelable decisión de no cobrarla en ninguna otra moneda por mucho que yo protestara y me tirara de los pelos. Hernán recordaría para siempre mi bochorno, que al final sirvió para sellar la amistad con broche de oro.
Intercambiamos nuestros primeros libros, y nos seguimos leyendo con lealtad, como literatos, pero sobre todo como amigos, a quienes importa lo que hace el otro. A mí enseguida me gustó su prosa, su voz, su escritura. Entre sus títulos son mis preferidos De Zitilchén, por ser el primero; Península península, por el amor que él mismo tenía a esta novela, y, no sé por qué, el más breve de todos, Equipaje de mano.
Para decirlo pronto: Hernán era mi mexicano preferido, entre los muchos y buenos que he conocido, figuras relevantes o gente sencilla, si existen los mexicanos sencillos. Me encantaba su elegancia, su habla pausada e inteligente, su punto británico y su modo de reír con cierto retraso para saborear antes el asunto. Olvidaré su figura antes que su habla. Con no menos admiración recuerdo su quehacer extraliterario, la labor en Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la colección Nuestros Clásicos o la serie Rayuela Internacional, en la que nos publicó a muchos latinoamericanos. Particularmente sobresaliente fue la labor que, con Gonzalo Celorio, desarrolló en los Encuentros Internacionales de Escritores que, auspiciados por la UNAM, tuvieron lugar durante los años 90, una acción cultural que debía estudiarse porque representó el esfuerzo más exitoso y sostenido por mantener relacionados a los escritores del continente luego de la ola de los grandes. Un acto que transcurría en términos culturales, que tenía de político lo que un dulce de sal. A nosotros nos acercó a México y a la UNAM. Su mejor fruto fueron las relaciones que propició entre autores de diferentes países, la edición de obras, el contacto con autores mexicanos. Me permitió conocer a Sergio Pitol y a Emilio Carballido, por citar dos de los más queridos, con quienes compartí mesa y paseos y estuve en sus bibliotecas y sus cocinas y me llevé cinco azulejos del patio de Carballido.
Todo estuvo tejido por Gonzalo y Hernán con inspiración y constancia. El capítulo cubano fue de los principales, muy importante para nosotros en aquella época, tan asilados en la isla. Derivó en un grupo que cobró vida propia, con muchas visitas de los mexicanos a La Habana, siempre divertidas y útiles, y numerosos proyectos y sueños que se realizaron o no. Por las conspiraciones y la amistad devino grupito, bautizado como piña por nosotros y piña colada por ellos.
De todo esto fue Hernán un impulsor esencial, él lo tradujo en trabajo y resultados. Y aunque nunca nos jactamos de ello, siempre pensamos que esta historia de amistad y relación cultural tuvo su primer capítulo en aquel almuerzo en dólares del Centro Vasco.
Ahora Hernán se ha ido, así no más, y todo esto viene a cuento con cariño y dolor. A los amigos de la isla nos queda brindarle un adiós colectivo, y a mí, volver a leer De Zitilchén, Península península y Equipaje de mano, para escucharlo mientras se aleja.