De la pobreza al florecimiento humano. Mi libro comentado por Araceli Damián y Julio Moguel (3ª y última parte)
ulio Moguel continuó así su comentario a mi libro en la FIL Minería: “¿Cómo agregar la variable sobre la ‘dignidad humana’ para definir el significado y los problemas relativos a la medición de la pobreza humana sin entrar de lleno a la pregunta por el Ser, tema central de la ontología? El Dasein de Heidegger incorpora inevitablemente en su respuesta sobre el sentido del Ser, el tener la necesidad de preguntarse sobre los contenidos esenciales de tal constitutividad, en el entendido de que el ser humano sólo ‘es’ cuando ‘está siendo’. El marxismo, basado en el ‘sistema de clases’, no contiene en lo fundamental la pregunta referida, pues la felicidad o el florecimiento al que se refiere Boltvinik está predeterminado en un futuro feliz que el proletariado está por conseguir a través de su lucha. El ser humano que pasa lista en el proletariado –o en el ejército industrial de reserva– queda sometido a la ley dialéctico-hegeliana –o religiosa– en la que el objetivo final se anuncia desde un estar-ahí
, que opera de manera mecánica por las posibilidades que le ofrecen las benditas fuerzas productivas. Hay o ha habido incluso un cierto marxismo que ni siquiera ha puesto sobre la mesa la posibilidad de incrementar las condiciones de ingreso del proletariado –menos aún del campesinado o de cualquier otra clase–, pues tales niveles de ingreso estarían determinados mecánicamente por la ley del valor de las mercancías, las leyes implacables del mercado. El concepto de ‘dignidad humana’ que Boltvinik (JB) establece para armar su magnífico rompecabezas del Método de Medición Integrada de la Pobreza entra pues en terrenos complejos de la ontología. Para él –dice Moguel citando el prólogo de Pablo Yanes– florecimiento humano debe ser el propósito de la política pública, más allá de la satisfacción de necesidades deficitarias, la plena realización del potencial de todas las personas, el desarrollo de sus capacidades y la expansión de sus necesidades. El florecimiento humano no remite entonces a un estado de situación fijo
del Ser o del sentido del Ser, sino a una perspectiva que internaliza habiendo establecido las condiciones materiales que lo permiten, la posibilidad que el señalado ente crezca en su ‘calidad de ser humano’ e incluso en sus sueños o imaginarios posibles, en un caminar que pueda dirigirse, como diría Sartre, ‘hacia lo abierto’ o ‘hacia lo nunca antes visto o conocido’. Si ponemos la atención suficiente y necesaria a esta perspectiva, estamos obligados a modificar radicalmente algunos de nuestros parámetros de vida o de pensamiento y seguir los pasos de la huella heideggeriana de una hermenéutica de la facticidad. La posibilidad de pensar que el florecimiento humano no es posible sin este ‘ir hacia adelante’ en un sentido que rompe la linealidad de la relación entre pasado-presente y futuro y redefine al tiempo como algo propio y no ‘externo’ a su propia constitutividad.
“Pero habrá que reconocer aquí la forma en la que Boltvinik perfila esta perspectiva: más allá de un simple ejercicio académico o meramente reflexivo, se ocupa de las condiciones en que es posible llegar a una determinada ‘medición’ de la pobreza humana y, aun a sabiendas de que ello no baste, pues aparecen inevitablemente factores de intangibilidad que se atraviesan una y otra vez en las coordenadas de la ‘situación estructural’ o en las condiciones recurrentes en las que vive y habita el ser humano; se acerca a la referida medición a través de seis variables básicas: ingreso, patrimonio básico, capacidad de endeudamiento, bienes y servicios públicos gratuitos, tiempo, y habilidades y conocimientos. Queda por ver las condiciones en que tales variables se ‘fijan’ en las muy distintas ‘territorialidades’ locales en las que vive y habita un Ser tan plural y naturalmente diverso en el planeta. Quiero terminar mi intervención con un apuntamiento que hace Pablo Yanes para subrayar un elemento central del planteamiento de nuestro querido amigo Boltvinik: se trata de la ‘disminución marginal del bienestar’ [a medida que aumentan las fuentes del bienserestar a las que arriba llamo seis variables], pues con él se acentúa que la vida plena y el florecimiento humano no requieren una acumulación ilimitada de ingresos, bienes y servicios, o un consumo insaciable, sino que una vez alcanzado un determinado umbral, la pobreza económica queda prácticamente resuelta, por lo que se abren enormes posibilidades para la vida plena, el desarrollo de las capacidades, la expansión de las necesidades y la superación de lo que el autor define como pobreza humana.”
Hasta aquí el comentario de Julio Moguel. Después de las intervenciones de Damián y Moguel, ambas muy esclarecedoras y elogiosas, quedaban unos minutos disponibles y me dieron la palabra. Quise contar una historia que el libro no cuenta. Pero primero insistí en la fuerte diferenciación entre concepción y medición que en mi libro se remarca, para contraponerla a la ausencia total de conceptualización en las posturas del Banco Mundial (BM) o de la OCDE y la Unión Europea (UE). La del BM porque define la línea de pobreza (LP) como el promedio de las LP más bajas usadas en los países. Es un dato empírico que no requiere conceptualización alguna, como tampoco lo necesitan la OCDE y la UE, que también usan un dato empírico: la LP es 40 o 50 por ciento de la mediana de ingreso de los hogares observada en el año en que se mide la pobreza. La historia que no cuenta mi libro es que las circunstancias de mi vida me obligaron a adoptar una secuencia de actividades inversa a la racional; me tuve que lanzar a la alberca sin saber si tenía agua: tuve que medir, porque era lo que urgía, y no había tiempo para pensar en conceptualizaciones. Aunque esto no siempre fue así, sí lo fue en diversas circunstancias: trazábamos el camino al andar, en vez de trazar el camino primero y luego andar en él. Esto no fue sólo en Coplamar. La realidad de la economía política de la pobreza era que en México la P afectaba a menos de 10 por ciento de la población, según el BM, y a alrededor de 40 por ciento, según la Cepal, con lo cual, puesto que se minimizaba la P, se convertía en un problema menor que no obligaba a revisar la política económica y, mucho menos, a poner en duda el capitalismo o a pensar en la necesidad de trascenderlo, como ya lo habían hecho en Cuba. Muchas veces me vi envuelto en la batalla por las cifras, y para dar batalla con éstas había que tener las propias y soltarlas al mismo tiempo que lo hacían el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza, creado por Vicente Fox, o el Coneval después, originado por la Ley General de Desarrollo Social. Fueron 45 años de luchar públicamente por la verdad de mis cifras, que mostraban un país con 70-80 por ciento de pobres y no con cifras debajo de 50 por ciento. Años de lucha intelectual con la espada en la mano.