ace un par de semanas en sus respectivas colaboraciones semanales para El Universal, tanto José Carreño (La falta de soberanía interna vulneró la soberanía externa
, febrero 12) como José Woldenberg (Soberanía
, febrero 18), nos convocan a revisitar el expediente fundamental de la soberanía, asumir su poderosa actualidad y rescatarlo
de las fechas patrióticas. Una manera de ubicar con sensatez y firmeza las agresivas, majaderas incontinencias verbales del presidente norteamericano, quien no deja pasar día sin algún amago o amenaza. No son las grotescas intemperancias de Trump e Inc., las que requieren una respuesta de racionalidad y sensatez, sino la manera en que el gobierno estadunidense en su conjunto ha decidido enfrentar la supuesta amenaza del mundo y de México.
En opinión de Carreño nuestra soberanía está amenazada no sólo desde el flanco externo sino desde su interior “(…) a dos fuegos. El primero (…) el de los cárteles, que socavan la soberanía interior al despojar al estado del control de buena parte del territorio (…) esa situación alienta el siguiente fuego, el de Trump y (…) sirve para justificar sus aprestos de incursión militar (…)”.
Un punto de vista que comparte Woldenberg ya que “(…) si la soberanía también supone ‘el monopolio de la fuerza en un determinado territorio’ para ‘garantizar la paz’, debemos reconocer que en México se encuentran algunos territorios dominados por bandas delincuenciales que han puesto en jaque la soberanía. Y por desgracia esos dos fenómenos parecen retroalimentarse”, escribe.
Poderosos textos que apuntan a una cuestión fundamental que, sin embargo, es fácil perder de vista: si el ejercicio y la (necesaria) defensa de nuestra soberanía se limitan a arengas patrioteras o festivales de cartón, se vacían de contenido y pierden eficacia política. Es necesario dejar de lado las visiones autocomplacientes que, en nombre de la defensa de la nación, soslayan la relevancia crucial de las misiones internas.
Toca al Estado asegurar el imperio de la ley, proteger a la ciudadanía, darle seguridad, combatir a los delincuentes de suerte que la población no sea arrastrada a la vorágine de violencia e impunidad impuestas por los grupos delincuenciales. Tarea del Estado en un país de leyes, que nos advierte contra la tolerancia de gobernantes y servidores públicos al despliegue impune del dominio de la criminalidad sobre tierras y almas.
Así, no son sólo las amenazas y decisiones del presidente norteamericano y su gobierno las que vulneran la soberanía sino el descuido sistemático de la cuestión soberana el que ha permitido la convivencia de impunidades, corrupciones y violencias. Que en nuestro territorio la legalidad siempre esté en entredicho lejos está de hacer innecesaria la ley; por el contrario, obliga a superar añejos vicios de incuria gubernamental y a mejorar controles y críticas internos entendido todo esto como una condición sin la cual la capacidad soberana siempre será frágil.
Vivimos en el epicentro del fin de un orden que dio al mundo de la Segunda Pos-guerra (1945) formas y orden para evitar que aquello se repitiera
, que el fantasma de una gran depresión y de una guerra devastadora y final, por autodestructiva, quedaran en el pasado. No es por accidente u ocurrencia que la cuestión soberana reclame actualidad y se instale en el centro de los grandes conflictos que definen la época. De aquí también la urgencia de contar con miradas y reflexiones racionales e históricas, que nos permitan vislumbrar salidas, capotear agresiones y evitar regresiones.
Asimismo, como enfatizan José Carreño y José Woldenberg, hay que saber moverse en un planeta híperinterdependiente que, para bien y para mal, ha inventado múltiples acuerdos y compromisos que reducen márgenes de actuación nacional. En esas estamos y obligados a calibrar la magnitud, intensidad y letalidad de un poder que niega las obligaciones que su centralidad planetaria le impone, a cambio de transacciones mañosas y abusivas y en aras de recuperar un poder global que nunca ha perdido.
En el ojo de un huracán que busca convertirse en tormenta perfecta.