o cuesta trabajo imaginar la presidencia nómada de Juárez: una caravana perdida entre nubes de polvo y lodazales movida por la fuerza equina de mulas y caballos con pertrechos de guerra, víveres y el Archivo de la Nación. Para aquellos liberales resultaba tan importante la memoria contenida en cientos de papeles, que daban cuenta de la vida de la nación, como las armas y alimentos. Para ejercer y mantener la soberanía, la República requería de esa memoria que llevaban en cientos de legajos.
Para esos liberales peregrinos, sin memoria no había presente ni futuro. Desgraciadamente, no todos los gobiernos que precedieron al de Benito Juárez han tenido esa claridad. Archivos importantes han salido del país, como el del escritor feminista Genaro García, quien en el remoto año de 1891 publicó su tesis La desigualdad de la mujer, y rescató los archivos de Vicente Riva Palacio, Valentín Gómez Farías y, entre otros, el de Lucas Alamán. Su riquísimo archivo lo alberga hoy la Universidad de Texas.
Desafortunadamente, no es el único caso. Los archivos de Elena Garro, Juan García Ponce, Jorge Ibargüengoitia, Vicente Leñero, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Alejandro Rossi, y de las revistas Plural y Vuelta, se encuentran en la Universidad de Princeton.
También esa universidad ya cuenta desde 1995 con el archivo personal de Carlos Fuentes. En 61 metros lineales se encuentran las 192 cajas que conforman la colección Carlos Fuentes Papers. Allí están manuscritos originales, dibujos, apuntes y correspondencia.
Algunos pensamos que los acervos deben permanecer en el país donde se formaron. Una parte considerable de las referencias que se encuentran en sus documentos tienen qué ver con la ciudad donde habitaron sus creadores, por más viajeros que fueran.
En 2015, el entonces secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, se enteró de que las universidades de Princeton y de Stanford ofrecieron a Elena Poniatowska comprar su archivo. También, que ella y su familia preferían que permaneciera en México. Con ese motivo se creó la Fundación Elena Poniatowska, y el gobierno federal impulsó una iniciativa para que el acervo documental y bibliográfico de la escritora contara con un espacio que lo albergara y se difundiera su legado. La entrega en comodato del inmueble, que es la actual sede de la Fundación, se concretó en abril de 2018.
Por desgracia, la austeridad republicana emprendida por la Secretaría de Cultura del pasado gobierno y su afán por concentrar los recursos para la cultura en el Complejo Cultural Los Pinos, no ha permitido que el acervo de Elena Poniatowska cuente con un espacio idóneo.
El archivo personal de la autora de La noche de Tlatelolco es uno de los más ricos del país por la diversidad de los temas de interés de la escritora: mujeres, luchas populares, movimientos sociales, ciencia, vida política, alta cultura y cultura popular, pero igualmente porque sus soportes incluyen los cuatro tipos de archivos principales: documentos, imágenes, videos y audios.
Si el año pasado la Fundación Elena Poniatowska recibió 800 mil pesos y tuvo 63 actividades en sus instalaciones, en el Centro Cultural Rosario Castellanos, la librería Bonilla, las ferias internacionales del libro de Guadalajara y del Zócalo, ahora que redujeron a 400 mil pesos el apoyo para divulgar el legado de la escritora y albergar, conservar y estabilizar su archivo, se antoja una tarea imposible.
Al parecer de nada ha servido que el Concurso Internacional de Cuento y Novela Ventosa Arrufat-Fundación Elena Poniatowska se haya convertido en referente en el mundo de habla hispana, pues pasó de recibir 200 novelas en 2020 a 691 en la edición 2023. Un crecimiento de casi 350 por ciento. Escritores de Argentina, España, Canadá, Puerto Rico, Chile, Panamá y México han sido premiados, y algunos de los finalistas han sido publicados por grandes consorcios editoriales.
Si el propósito de la Fundación Elena Poniatowska ha sido preservar el archivo de la autora, así como y divulgar su legado, y no se cuenta con el soporte mínimo indispensable, no debería sorprendernos que las universidades de Princeton, Stanford y ahora también la de Texas terminen haciéndose de su acervo.
Es cierto que el archivo de Octavio Paz permanece en el país, pero no es producto de una política pública. Al no dejar testamento Marie José Paz, heredera universal del poeta, su patrimonio pasó a la beneficencia pública. El Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familas (DIF) es la institución que custodia el archivo del autor de El laberinto de la soledad.
Gracias al reportero Juan Carlos Talavera sabemos que el archivo del poeta contiene 137 mil 277 fojas, 2 mil 156 obras de arte, 40 mil 97 catálogos y revistas, y 46 mil 521 fotografías y negativos. También, que a los 24 trabajadores externos que colaboran en el Proyecto del archivo Octavio Paz se les pagó en la primera semana de enero sus honorarios de noviembre y diciembre, y no tienen fecha para recontratarse.
Lejos estamos de dar importancia a la memoria que albergan los archivos, como hizo Juárez. Lástima.