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El problema de la inseguridad
N

ada más inseguro que el programa neoliberal y sus retoños. No hay familia de la clase trabajadora indemne ante los ataques contra el salario, la vivienda, la educación y la salud. Inseguridad en la defensa de los derechos humanos, la protección del patrimonio y la dignidad. Inseguro conseguir empleo, contar con una jubilación suficiente, el trato con cualquier fuerza de seguridad, los negocios farmacéuticos e insegura la verdad sacrificada en los medios de comunicación. O, dicho de otro modo, lo único seguro es que el capitalismo destruirá al planeta, a la humanidad y a toda herencia civilizatoria construida la con sangre, sudor y lágrimas de las luchas sociales.

Dice la burguesía que todo es inseguridad, asustada y desesperada por la indignación de los pueblos ante el desastre ocasionado por el capitalismo, y dice que urge contar con más seguridad (armas, vigilantes, represores y verdugos armados con leyes) para frenar la conciencia de la clase trabajadora, asustarla, desmoralizarla y desorganizarla. Ellos quieren seguridad sólo para sí, para sus barrios privados, sus empresas, oficinas y automóviles caros. Sólo para sus crías y sus familias, para sus intereses, su ideología y sus ganancias. No importa si para eso hubiere que asfixiar en inseguridad a 90 por ciento de la población. Para eso contratan funcionarios, policías, militares, guardaespaldas y sicarios de toda laya. Gastan el dinero de los impuestos mientras concesionan negocios inmorales para consolidar una industria de la inseguridad que cuenta con todo. Desde balas hasta noticieros, desde víctimas inventadas hasta laboratorios de guerra sicológica. La inseguridad que fabrica el capitalismo es una mercancía carísima pagada por el trabajo exprimido y el plus-producto. Empujan a demandar más policía, más cárcel, más control, precisamente los instrumentos que garantizan la dominación de clase. Síndrome de Estocolmo convertido en batalla cultural burguesa.

No es seguro que paguen el sueldo ni conservar el empleo. No es seguro que atienda el médico ni que los medicamentos funcionen. No es seguro el cupo en las escuelas ni el perdón de los pecados. No es seguro conservar la vivienda ni lo que dicen los noticieros. Fábrica monstruosa de inseguridades que usa de víctima favorita a los delincuentes, a los más pobres, a los más lastimados por las inequidades y las injusticias sociales. Algunos lebreles de la burguesía quieren imputar a los menores de edad, quieren mano dura mientras se bañan en caldos espesos de saliva con odio de clase. Exhiben impúdicos y hediondos, sus baratijas ideológicas con cara de sabihondos. Ni una palabra sobre las causas históricas ni las injusticias sistémicas de un aparato económico intoxicado con abstracciones inhumanas, guerras de avaricia y funcionarios corruptos, impúdicos e impunes.

Es muy seguro un ataque contra todos los derechos laborales conquistados por la clase trabajadora, contra los contratos colectivos y los montos de los salarios que los patrones consideran costos. Es muy seguro que se flexibilice la carga impositiva a las empresas y se endurezca contra los consumidores. Ya algunos gobiernos títere disminuyen impuestos a la compra de artículos suntuarios. Es muy seguro que la vida insegura descargue sus peores episodios contra los pueblos y todo esto en nombre de la libertad y la democracia. Será más inseguro el futuro para las mayorías y muy seguro que los sectores privilegiados ensanchen bienestar y ganancias. Más de lo mismo agravándose.

Su neoliberalismo manipula el concepto de inseguridad con todos sus dispositivos ideológicos que convierten un problema social complejo en una herramienta funcional para, incluso, atacar opositores y la consabida conservación del orden capitalista. Tal manipulación no es fortuita porque es parte sustancial de la maquinaria hegemónica que garantiza la reproducción de las relaciones de poder. En su operación primordial venden la inseguridad como fenómeno atemporal, técnico o natural, desconectado de las condiciones materiales objetivas. Esconden la raíz estructural del problema (desigualdad, pobreza, explotación) y se lo enmascara como de conductas individuales desviadas o insuficiencia de medidas represivas.

Despojan al concepto de inseguridad de toda dimensión política, lo venden en sus noticieros como problema que afecta por igual a todas las clases sociales, cuando su vivencia y causas son profundamente desiguales. Venden miedo en una narrativa donde la inseguridad aparece como amenaza externa, abstracta, sin sujetos ni relaciones sociales. Oculta que la mayor violencia proviene del propio Estado burgués, la policía, las leyes y el hambre. Insistamos, la inseguridad mayor es la del mercado, que amenaza todos los días con dejarnos sin trabajo, sin techo, sin pan.

Todas las armas oligarcas para la producción de sentido desempeñan un papel central en conversión de la inseguridad como mercancía de la batalla cultural. Producen una semántica hiperbólica del peligro, que no se corresponde con la estadística real de los hechos. Fabrican pánico que paraliza la capacidad crítica y predispone a la población a aceptar medidas autoritarias. Umberto Eco definía a los medios como una fábrica de consensos por saturación.

Ellos seleccionan cuerpos, territorios y sujetos acusados de producir inseguridad. Adoran el estereotipo de la juventud, ellos y ellas, pobres, narco-adictos, migrantes, trabajadores precarizados… para convertirlos en chivos expiatorios, mientras las violencias del Estado y del capitalismo permanecen invisibilizadas. Marx denunciaba este mecanismo en El Capital, al mostrar cómo incriminar a los pobres sirve para disciplinar a la clase obrera mientras se naturalizan los crímenes económicos de la burguesía. Todas las falacias sobre la inseguridad generan endurecimiento del aparato represivo, que a su vez incrementa la violencia estatal y la exclusión, lo que produce más inseguridad objetiva. No les importa resolver el problema de la inseguridad en realidad lo enmascaran para reproducirlo y así administrar mejor su propia crisis.

Operación semiótica bizarra para convertir las demandas populares en reaccionarias, distorsionando la lucha contra la desigualdad para convertirla en un sentido común que llama al orden que reprime a las víctimas. Nada de la inseguridad es un problema fuera del capitalismo, sino un producto de sus contradicciones internas. Ellos manipulan sus significados para convertirlos en dispositivos de disciplinamiento social. Ha de servirnos una semiótica emancipadora para desarticular este simulacro, transparentando de la inseguridad su carácter histórico, político y clasista. Sin negar la violencia social ni la inseguridad en proyectos no capitalistas ni neoliberales, identificarla en el mapa de la lucha de clases. Nuestra verdadera seguridad sólo está en el pan, el techo, la salud, la educación y la dignidad para todas y todos.