l 23 de marzo de 1938 se dio el único antecedente de lo que ocurrirá este domingo en el Zócalo. En aquella ocasión, la Expropiación Petrolera y la defensa de nuestros trabajadores contra las empresas inglesas y norteamericanas fue el motivo que culminó en una masiva concentración de más de 100 mil asistentes que la prensa llamó manifestación monstruo
. Un día antes, los estudiantes de la UNAM llegaron al Zócalo y el entonces rector, Luis Chico Goerne, en el balcón de Palacio Nacional le entregó al presidente Lázaro Cárdenas el estandarte con el escudo universitario. Por eso había tres tipos de banderas: las patrias, las rojinegras que llevaban los sindicatos y los escudos de la UNAM.
Después de ese acontecimiento de concentración popular y de las muestras que todos conocemos de conmovedora solidaridad con la patria –inevitable hacer referencia a las alcancías y las gallinas para pagar la indemnización–, el país ya no fue nunca antes igual. No sólo en lo económico, que deslindó los terrenos de autoridad del Estado mexicano con las compañías petroleras que maltrataban a nuestros trabajadores, sino en lo político porque ayudó a encarnar el poder popular como lo que existe en su propia operación política siempre excediéndose al sentido que le vamos dando.
Al contrario de esta vez, aquella, la de Lázaro Cárdenas, tenía sus opositores entre los empresarios que vieron con preocupación la ley de expropiaciones que, según ellos, atentaba contra la clase empresarial para beneficiar a las otras
. Hablaban desde Monterrey y darían origen, alimentados por el hispanismo católico, al Partido Acción Nacional. Junto con esa oposición, también se presentó un argumento para despojar al presidente Lázaro Cárdenas de su innegable nacionalismo, diciendo que en realidad era un comunista y obedecía a los planteamientos de la Unión Soviética. Así, la ultraderecha como Acción Revolucionaria Mexicana –conocida como Camisas Doradas y que Cárdenas mandó disolver en 1936– se presentó como la única nacionalista y la Confederación de la Clase Media rechazó el caos y la anarquía que fomenta el radicalismo utópico
. Ambos espíritus estaban detrás de los que se opusieron al Zócalo cardenista, como el Partido Anti Comunista, una de las expresiones fascistas que más tarde fue disuelta. Así que siempre han existido estos, poquísimos, que hoy dicen que apoyan como mexicanos al gobierno de Estados Unidos porque es el único que ve por los intereses de México
, como dijo en Internet el publicista Carlos Alazraki, o que no van a ir al Zócalo porque eso es corporativismo
, como sostuvo en la televisión abierta Raymundo Rivapalacio, insinuando que toda manifestación con la que él no coincide es acarreo, que no es voluntaria, que no contiene la médula de la fuerza política de la que todavía gozan soberanía
, pueblo
, dignidad
. Estos opositores que pueden decir sin miedo al desmentido cosas como que el gobierno de Estados Unidos vela por los mexicanos se asemejan mucho a los fascistas como los Camisas Doradas.
Nicolás Rodríguez, el líder de los Camisas Doradas, era un subordinado del general Saturnino Cedillo, usados ambos por Calles para sus asuntos más turbios. Rodríguez, por ejemplo, obtenía sus recursos en Texas, financiado por los petroleros que veían venir la expropiación. Rodríguez les prometía que Cárdenas no podría llevarla a cabo porque él, Rodríguez, lo iba a deponer por las armas. Cedillo sí se levantaría en armas unos meses después de la nacionalización y moriría un año después. No así Rodríguez que, desde Texas, siguió sus actividades durante casi todo el sexenio cardenista. Todavía alcanzó a apoyar a Almazán contra Ávila Camacho, pero en vista de la derrota viajó a México. Desde Tamaulipas pidió una audiencia con el Presidente mediante una carta en la que le solicitaba el perdón de la Patria. Cuando Cárdenas empezó a analizarlo, sin saber que el mismo Rodríguez ya había muerto en casa de su madre, en Reynosa. Antes de morir, Rodríguez le había reconocido en una carta la soberanía que Cárdenas detentaba y reconocía, al final de su vida, que había incurrido en una traición a la Patria. ¿A cuántos de esos que no tienen gente pero sí micrófonos veremos pedir clemencia al final?
El Zócalo tiene muchos usos políticos y expresa una pluralidad a veces energética, otras lánguida –como en el caso de las casitas de campaña del Frente anti-López Obrador–, pero es en casos históricos como éste cuando sirve para la defensa de la soberanía nacional y la dignidad mexicana, es decir, se despartidiza o desgremializa –como con los maestros– y se invoca desde la soberanía como legítimo poder de decisión sobre un territorio. Desde su inicio como palabra, en la soberanía se pone en juego la altura. En latín se le aplicaba a las montañas. Pero cuando surge como sustantivo y no como adjetivo lo hace, primero, como antídoto contra el terror de las guerras civiles y religiosas, y después como máquina de libertades. Dice célebremente Rousseau: La soberanía no es nada más que el ejercicio de la voluntad general y el soberano es un derecho colectivo que sólo puede ser representado por sí mismo. Por la misma razón es que la soberanía es inalienable, es indivisible; porque la voluntad o es general o no es
. Ese el Zócalo al que convoca este domingo Claudia Sheinbaum, una presidenta que ha acumulado aprobación hasta tener hoy 80 por ciento, precisamente, en su manejo de una crisis que crearon el propio Donald Trump y sus billonarios y que hoy lo tiene bajando a 40 por ciento la aprobación en su país.
Decimos que cuando se habla de soberanía se pone en juego la altura, la capacidad que tenemos de mirar desde la altura hacia los confines de nuestra tierra. Hablamos, entonces, de horizonte. El ejercicio de la soberanía se despliega precisamente hacia ese allá
que es cómo queremos ser como nación de este y del otro lado de la frontera norte. Es un momento digno de ver y escuchar, de sentir y de compartir. No hemos vivido uno de esos, desde 1938. Quien no lo entienda es porque sigue con la cara sumergida en un agujero de lodo al pie de las montañas.