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Natalicio del Sistema Nacional de Investigadores
U

na actividad sumamente enriquecedora durante casi toda mi estancia en la ciudad de México, que tenía poco que ver con la cancillería mexicana, fue la pertenencia a la Junta de Gobierno del Instituto Mora que, bajo la dirección de la doctora Eugenia Meyer, pasó de ser una institución más bien inútil a un centro de educación de posgrado y de investigación en ciencias sociales.

Fue precisamente el excepcional trabajo de la mencionada directora que alcanzó gran categoría, pero las bimensuales sesiones de la referida junta tenían un atractivo muy especial: entre ellos estaban Moisés González Navarro, muy connotado historiador; el entonces gobernador de Tabasco, quien no faltaba casi nunca; María de los Ángeles Moreno, polifacética y pujante política del PRI, y el suscrito, además, claro está, quien la presidía por ley, que tampoco solía faltar: el secretario de Educación Pública, Jesús Reyes Heroles.

Los temas propios de la junta se resolvían con rapidez, antes de proceder a una espléndida comida y, lo mejor de todo: la bien escanciada sobremesa que solía durar hasta el anochecer…

Puedo presumir que ahí discurrió don Jesús el natalicio del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) como resultado, principalmente, de los lamentos de Eugenia y míos por tantos investigadores de tiempo completo en el INAH y la UNAM que nos constaba que no daban golpe.

Como eran tiempos de inflación absolutamente desbocada, don Jesús pensó que estos acabarían renunciando si cada año sólo tenían el incremento salarial establecido en las condiciones generales de trabajo. A cambio, quienes pudieran acreditar que sí trabajaban tendrían la consabida beca según la categoría que les permitiera alcanzar su curriculum.

Alguien advirtió que quienes no consiguieran el estipendio complementario, alentados por la disminución real de sus ingresos, crearían problemas.

–¿Qué me pueden hacer? –preguntaba don Jesús: yo ya he sido todo lo que me es posible dentro del gobierno mexicano. En efecto, solamente a la Presidencia de la República no podía acceder por ser hijo de extranjera. Recuérdese que eso estuvo establecido hasta que se hizo la movida que permitió, desafortunadamente, que Fox fuera presidente de este país.

La jugada falló porque sobrevino el fallecimiento de don Jesús a los 64 años y su sucesor no se atrevió a apretar las tuercas de los holgazanes porque él sí se sentía con posibilidades de llegar a la grande. De cualquier manera, las becas del SNI han resultado sumamente benéficas, aunque con las dos docenas de gobiernos conservadores se perdió un poco el sentido cuando se repartieron becas del SNI en las universidades particulares, que sirvieron para beneficiar sus finanzas pues no acabaron resultando un incremento para el investigador sino una parte del salario del profesor que se ahorraba la empresa educativa privada, sin que la carga docente disminuyera y pudieran investigar. Por fortuna, en el gobierno de López Obrador se recuperó el estado original de fomentar la investigación, con los fuertes lamentos de las finanzas de la educación privada que vio menguadas sus utilidades. González Avelar no llegó a la Presidencia, pero quien sí lo hizo resultó peor.

Por lo que a mí respecta, sí me benefició el tal SNI, pues quedé calificado en el segundo nivel, aunque no percibí el ingreso correspondiente hasta que regresé a Guadalajara a mi plaza de investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia.