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En los años 90, la célebre tonada hechizó al Zócalo capitalino
 
Periódico La Jornada
Viernes 7 de marzo de 2025, p. 3

En marzo de 1999, la compañía de Maurice Béjart sorprendió a los capitalinos con Bolero, interpretado por la bailarina Kathryn Bradney entregada al tamborileo de la célebre música de Maurice Ravel.

Así concluía el 15 Festival del Centro Histórico en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, colmada por niños, jóvenes y adultos que vitorearon al Béjart Ballet Lausanne porque consiguió, a pesar de la dificultad de visibilidad, hechizar con esa manera suya de abrirse las entrañas para danzar.

Entre el olor de elotes con mayonesa, camotes asados y hot cakes con miel, los bailarines encantaron al público, pequeñitos primero en comparación con la Catedral Metropolitana, que sirvió como escenografía; grandes, después, gracias a dos pantallas que se colocaron a los costados del escenario.

Los gritos de los vendedores de merengues y gaznates se combinaron con los primeros acordes del inicio del Bolero de Ravel, que jóvenes subidos en los techos de los bicitaxis recibieron con entusiasmo.

Se trata de una música demasiado conocida y por tanto siempre nueva gracias a su simplicidad. Una melodía (de origen oriental y no español) que, incansable, se envuelve sobre sí misma, va aumentando de volumen y de intensidad, devorando el espacio sonoro y engulléndose al final de la melodía, explicó Béjart.

El vientre de Kathyn Bradney fue un surtidor de misterios. Consiguió que el pulso de los espectadores marchara al compás del tambor, pues sus músculos marcaron el ritmo. Luego la respiración se unió a ese ritual que fue compartido por 18 hombres convertidos en la melodía.