ucho agradaría al mundo entero, no tener la necesidad de hablar, criticar e incluso despreciar o temer a Donald Trump. Su naturaleza de gandaya la trae impregnada en su ser de privilegiado en casi todos los momentos de su vida. Pero, muy a pesar de ello, no podemos perderle la vista y cavilar acerca de su intimidad y conducta. Ahí tenemos ahora al personaje, en posesión de una enorme colección de botones de mando. A cual más capaces de infligir daños a cualquier osado o distraído que pase en sus cercanías o conlleve intereses por él apreciados. Y no sólo por él, sino por toda una claque de creyentes, a cual más de fervientes repetidores de sus consignas, venganzas y obsesiones. No importa qué tanto puedan estas pasiones falsear la realidad debido a diagnósticos tergiversados. Poco importa tampoco si sus conclusiones se estiran al extremo de distanciarlas de la verdad, por más relativa y condicionada que ésta sea.
El extravío de la decencia en el altanero trato y mínimo sentido de respeto por sus groseras palabras, obligan a la cautela y a serena reflexión. Trump no es un hombre cabal o íntegro y responsable, menos honesto, sino uno dominado por corajes, ambiciones y resentimientos. Ocupar el escenario y esperar aplausos o vítores de sus seguidores lo empujan a la desmesura. El continuo desencuentro con el presente y los sentimientos ciudadanos de su mismo país, que, no obstante, aguardan para reclamárselo.
El caso de México, su vecino y socio dependiente, es muy distinto del ucranio y de su sobajado presidente. Este fue, desde un principio, un títere electo. Los dirigentes de ese país, gustosos e interesados, se sometieron por completo a los diseños y mandatos estadunidenses. Fue la rusofobia, del compacto grupo de judíos (cinco de ellos) que rodearon a Joe Biden, los que operaron la emergencia fascista en Ucrania. Y fue Victoria Nuland, ex subsecretaria de Estado y enviada de Biden, quien maniobró para azuzarlos (golpe de Maidan) contra Rusia en pos de su desgaste y sometimiento. Ahora, dando una voltereta, Trump culpa a Zelensky de haber iniciado la guerra. Nunca lo fue, pero la conduce mal desde su ascenso político. Él llegó al poder local cuando los ataques sobre el Donbás estaban a la orden del día del batallón Azov, los ultranacionalistas del ejército ucranio. La guerra informal llevaba activa desde 2014. Se expandió en 2022, cuando se inició la operación especial rusa. Sin el armamento y el paraguas protector estadunidense, Ucrania queda desvalida en una guerra que, para todo efecto, ya perdió. De eso se vale Trump para gritonear a Zelensky en la Oficina Oval, con puyas y manoteos, que puede iniciar la tercera guerra mundial. Tanto J. D. Vance como su jefe, Trump, creen tener el derecho de insultar al ucranio y ordenarle que le entregue sus valiosas tierras raras. Ellos pagan, ellos mandan.
México está muy lejos de la postura y las bases funcionales que afectan a Ucrania. La nuestra es, ciertamente, una nación, en muchos de sus aspectos, dependiente y débil frente al poderoso vecino, pero nunca desesperada, pedigüeña e insegura con su sobrevivencia en riesgo. La presidenta Sheinbaum está sumergida en una continua negociación ante las, ya cumplidas, amenazas de aranceles (25 por ciento). Sus desventajas son notables, pero ella es una mujer digna y valerosa que no se prestará a ninguneos. Fue electa con legitimidad y, con el tiempo, agranda el respaldo popular. Ha revisado sus debilidades, hecho las tareas correspondientes a sus situación y fortalezas, e instruido a sus secretarios para que, como equipo, entren al pleito con sus contrapartes en defensa de los intereses nacionales. México saldrá lesionado, sin duda, pero los tonos, conceptos y palabras no serán pronunciados con alevosía sin recibir justa contestación.
La conciencia y juicio mundial que emerge por estos desplantes trumpianos es, crecientemente, negativa hacia esa nueva administración. El cambio de posturas que eran aceptadas por la comunidad internacional han sido subvertidas y no se le acredita razón alguna a la subversión. Salvo los impulsos de venganzas explícitas, el uso de aranceles a discreción de caprichos personales está dañando la confianza dentro y fuera de ese país.
Las reacciones de los europeos, por más forzadas y endebles que sean, han entorpecido la ruta marcada por Trump a la negociación de paz. No la tendrá tan fácil y a modo como lo imaginó. Ser el mandante único ha sido matizado por lo sucedido a Zelensky. Europa desea ocupar el lugar que puede corresponderle si se unen y rompen con la dependencia de Estados Unidos. Una tarea por demás pesada para ese conjunto de naciones con envidiable bienestar. Invertir en defensa les costará serios problemas y un reparto menos equitativo. Asuntos derivados de erigir a Rusia como enemigo. Las negociaciones han sido aceleradas por la premura impresa entre Trump y Vladimir Putin. Los próximos tiempos dirán cómo quedará el nuevo y trastocado orden mundial.