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Vicisitudes del periodismo musical
 
Periódico La Jornada
Sábado 1º de marzo de 2025, p. a12

De la lectura del nuevo libro de David Remnick, Sostener la nota: Perfiles de música popular, cuya reseña iniciamos la semana pasada, tenemos los siguientes resultados finales:

Bob Dylan es un ser inasible sostenido en la construcción de un yo escénico, un yo público y mantiene en el sigilo un yo privado y Patti Smith es una persona frágil cuya pasión por la poesía la sostiene, Bruce Springsteen sigue entregando el cuerpo y el alma en cada concierto porque tiene un compromiso social y personal con el mundo, Luciano Pavarotti fue el último de su especie, pues desde su muerte ya no hay tenores, según Remnick y esa consciencia de ser el último también abruma en vida a Guddy Guy, quien se sabe el último hombre del blues, mientras Keith Richards sostiene una modorra existencial muy cómoda desde su ostensible opulencia, que no comparte Paul McCartney porque el beatle es una persona sencilla cuyo sentido de la vida consiste en hacer música y prodigar el bien a los demás, arte aquel, el de darse a los otros, que cumplió con creces el legendario Phil Schaap, quien sin ser músico ni historiador ni nada se hizo músico, historiador y todo y sabía más de la vida y obra de los músicos que los propios músicos, según ellos mismos reconocían, en tanto Mavis Staples hizo de la vida un góspel y del góspel construyó su existencia. He ahí la reseña del libro entero. Los casos de Leonard Cohen y Aretha Franklin los analizamos en la entrega anterior en este espacio y del compendio final debo decir que el capítulo dedicado a Aretha Franklin es el mejor de todo el libro.

De manera que procederé en el orden de importancia lograda para completar esta reseña. El primer lugar es para el capítulo dedicado a Bob Dylan porque aunque repite cosas que ya sabíamos, particularidad que hicimos notar hace ocho días, logra revelaciones trascendentes.

No deja de resultar inquietante el título que puso Remnick a su apartado Dylan: Inquieta despedida, pero luego de leerlo nos queda la conciencia de todo lector conocedor que no concuerda con los juicios del autor, quien prácticamente da por concluida la carrera de Bob Dylan aunque reconozca que sus discos recientes son obras maestras, contradicción crasa.

Los aciertos, en cambio, son muy valiosos. Desde el mero inicio, logra profundidad cuando se aparta del coro de voces que repiten cantinelas consabidas. Así por ejemplo, dibuja el terruño del futuro hombre de letras en una comunidad enclavada en la zona minera de Minnesota, Hibbing, cuando la mayoría de las enciclopedias y copy paste de Wikipedia lo ubicaban en Duluth.

Desde ese rincón del mundo, el niño Dylan se pasaba la noche levantado, con la radio pegada a la oreja, absorbiendo toda la música transmitida desde la vecina Duluth y desde las emisoras de 50 Kw de todo el Medio Oeste y del Sur Profundo: rhythm and blues, góspel, jazz, blues y rocanrol.

Recoge Remnick el siguiente testimonio de la vida adulta de Dylan:

La radio hizo de mí el oyente que soy en la actualidad. Me hizo prestar atención a las pequeñas cosas sin importancia: el ruido de un portazo o el tintineo de las llaves del coche. El viento que sopla entre los árboles, el canto de los pájaros, el ruido de unos pasos, un martillo que golpea un clavo. Sonidos simplemente fortuitos. El mugido de unas vacas. Podía yo reunir todas esas cosas y hacer con ellas una canción. Aquello me hizo escuchar la vida de un modo distinto.

Otro acierto: insistir en la vena literaria folk, porque a la fecha pocos entienden que el folk es un concepto, una manifestación de principios, una identidad cultural y no, como falsamente se difunde, una derivación de la música folclórica. Pasumecha.

Además de sus lecturas adolescentes: Mexico City Blues, de Kerouac; Aullido, de Ginsberg; Homero; Keats; Shelley; Blake; Rimbaud, referente definitivo del jovencito Robert Zimmerman fue aprenderse de memoria la Anthology of American Folk Music, de Harry Smith.

Durante tres o cuatro años, lo único que escuchaba eran los clásicos de la música folk. Me iba a la cama cantando canciones folk. Las cantaba en todas partes: en clubes, en fiestas particulares, en bares, en cafés, en terrenos de juego, en festivales.

Zimmerman tenía 20 años. Lo que ocurrió después constituye una de las grandes explosiones de creatividad del siglo XX. Dylan escribió una canción tras otra en una especie de sueño febril que duraría hasta 1966.

Cita luego a Robert Zimmerman convertido ya en Bob Dylan:

“Para mí, mis mejores canciones son las que fueron escritas muy de prisa. El tiempo que se tarda en copiarlas por escrito es el que se tarda en escribirlas. Afirmaba haber tardado 10 minutos en escribir Blowin’ in the Wind, un himno de carácter político cuya música tomó de un spiritual llamado No More Auction Block for Me. Combinó la forma de una balada del siglo XVII, Lord Randall, con el ominoso clima de confrontación propio de la guerra fría para escribir A Hard Rain’s Gonna Fall.”

Foto
▲ Retrato de Dylan captado por Hank Parker en 1964, incluido en el libro Bob Dylan, de editorial Callaway.

Hace mención enseguida David Remnick de los muchos libros que se han escrito sobre Dylan. Se publican por montones. Todos tienen versiones diferentes del enigma Dylan. Califica: la mejor biografía que se ha escrito sobre Bob Dylan es la que publicó Greil Marcus.

Lo siguiente que hace Remnick es una reseña de Chronicles I, y nos cuenta sus aventuras: se enteró de la inminente publicación de ese libro de Bob Dylan, le habló a su amigo director de la editorial, le pidió le enviara el manuscrito. Su amigo le dijo: imposible, el manuscrito no sale de aquí. Y le puso una mesita y una silla donde Remnick pasó horas devorando el texto y solicitó: quiero publicar un adelanto en The New Yorker.

La respuesta, luego de unos días, fue: “sí, adelante con el adelanto, pero Dylan quiere la portada de The New Yorker”. Imposible, respondió el director de la revista: no publicamos fotos en portada, nunca. Días después se burló de la fotografía que sí publicó la revista Newsweek con el adelanto que quería Remnick: bigotito, sombrero Stetson blanco y traje de cowboy. Se me ocurrieron algunas otras ideas poco amables. Pero, ¿qué sentido tenía?

Berrinchazo.

Pero luego se le pasó y cita en la página 294 una entrevista que le hizo Robert Hilburn a Dylan para Los Angeles Times, donde describe su escribir así:

Mientras voy en el coche conduciendo o hablando con alguien, o estoy sentado en cualquier sitio, o lo que sea, la gente pensará que está hablando conmigo y que yo contesto a lo que me dicen, pero no. Estoy escuchando una canción dentro de mi cabeza. En un momento dado, las palabras cambiarán y empezaré a escribir una canción.

Para sostener el tono que imprimió a todo su libro, Sostener la nota, David Remnick recurre a una metáfora que esgrimió Bob Dylan en 2015, cuando pronunció un discurso en público al recibir un premio:

“Estas canciones no han salido del aire. Tampoco las creo simplemente de la nada. Todas han salido de la música tradicional: de la música folk tradicional, del rocanrol tradicional y de la música swing orquestal de las grandes bandas tradicionales. Si cantas John Henry tantas veces como la he cantado yo, habrías escrito también How many roads must a man walk down.”

La canción John Henry, ilustran oportunamente los traductores en el pie de página, habla del legendario héroe popular afroestadunidense que trabajaba como steel-driver, clavando en la roca enormes puntas de acero para hacer los agujeros en los que se plantaban las cargas de explosivos para abrir los túneles del ferrocarril durante la construcción de la vía férrea. Un día se presentó el director de la compañía con una perforadora a vapor que amenazaba con dejarlo a él y a todos sus compañeros sin sus puestos de trabajo. John Henry retó a su jefe a una carrera: si lograba clavar sus puntas de acero en la roca más rápido que la máquina, los puestos de trabajo se conservarían. John Henry logró ganar la carrera, pero hizo un esfuerzo tan grande que murió a continuación con el martillo en la mano.

Entre las muchas versiones de esta historia, Dylan la cuenta así, en su canción: “John Henry dijo: ‘Un hombre es solo un hombre. / Antes de que esa perforadora de vapor me eche, / moriré con el martillo en la mano’”.

Y es así como el reportero David Remnick cierra su relato periodístico convertido en libro.

Y es así como este libro, Sostener la nota, queda como ejemplo magnífico del periodismo clásico (en la jerga periodística, la palabra nota define la piedra de toque del oficio periodístico), ese que nunca morirá pese a las falsas creencias de nuevo periodismo, periodismo de redes sociales, periodismo digital y peor aún, periodismo de inteligencia artificial.

Antes de que ocurra nada, todo reportero que se precie, siempre seguirá viviendo con una pluma (mejor: un lápiz) y una libreta en la mano. Reporteando.

Ejerciendo lo que Truman Capote describe en su novela A sangre fría así : los reporteros, esos espectadores profesionales de la existencia.

X: @PabloEspinosaB

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