l contexto internacional que enfrentamos hoy es tan complejo como decisivo: las tensiones geopolíticas, la competencia por recursos estratégicos y los intereses económicos de las grandes potencias marcan el rumbo global. Frente a este panorama, México debe mantener una estrategia firme y unificada, con la mirada puesta en la defensa de nuestra soberanía y el bienestar de nuestro pueblo. No podemos permitir que agendas particulares o externas dicten el rumbo de la nación, ni que las divisiones internas se conviertan en factor de debilitamiento. La unidad nacional no es un discurso vacío: es la piedra angular para enfrentar los desafíos.
En este sentido, las acciones y decisiones implementadas por el gobierno de México han jugado un papel fundamental. Por ello, hoy más que nunca, es indispensable cerrar filas, como un acto de congruencia, responsabilidad y compromiso con la patria. Sin embargo, resulta preocupante observar que algunos actores políticos, incluso dentro del propio movimiento, parecen estar más interesados en promover agendas personales que en fortalecer el proyecto colectivo. Desde la perspectiva de la clase trabajadora, este tipo de pugnas internas no sólo generan confusión, sino que también ponen en riesgo los avances que con tanto esfuerzo se han logrado.
El movimiento de transformación no puede ni debe ser visto como un botín político. Es un proceso histórico que busca cambios de fondo en los ámbitos político, económico y social, con el objetivo de consolidar una sociedad más justa, equitativa y soberana. En este proyecto, todos somos piezas claves: los actores políticos, los empresarios, las organizaciones civiles y, por supuesto, el sector obrero. Debemos caminar hombro con hombro para seguir construyendo las bases de un México más digno, justo, próspero y con mayores oportunidades para quienes menos tienen.
El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) ilustra la relevancia de contar con una estrategia unificada que represente cabalmente los intereses nacionales. Las presiones comerciales, las disputas en materia laboral y las controversias energéticas nos exigen actuar con determinación y cohesión. Cualquier fractura o competencia estéril dentro de nuestras filas –sobre todo si proviene de quienes deberían fortalecer la unidad del proyecto de transformación– debilita la capacidad de negociación y, por ende, el futuro de millones de trabajadoras y trabajadores en nuestro país. Desde el sector minero, sabemos que la participación obrera ha sido clave para el desarrollo nacional y que las negociaciones internacionales deben incorporar la voz de quienes generan la riqueza con su esfuerzo diario.
Como líder sindical, sé que la clase trabajadora ha sido históricamente una pieza clave en la construcción de cualquier nación. No podemos permitir que las negociaciones internacionales se realicen sin considerar su impacto en la clase trabajadora y en sus familias. Del mismo modo, el sector empresarial debe entender que su estabilidad y crecimiento están ligados al bienestar de sus trabajadores y a la certidumbre económica. El gobierno, a su vez, debe consolidar una estrategia que garantice un desarrollo equitativo y soberano, sin concesiones que perjudiquen a nuestro pueblo.
No es momento para distracciones ni agendas personales que fracturen el rumbo de esta gran transformación. Debemos coordinarnos con una finalidad común: el bienestar y la prosperidad nacional. La coyuntura internacional es desafiante, pero si México mantiene unidad y congruencia, podrá fijar un nuevo rumbo con fortaleza y determinación. El llamado es claro: trabajemos juntos, sin fisuras, con la certeza de que la unidad nos dará la fuerza necesaria para que podamos defender y consolidar el futuro de nuestra nación.