Opinión
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El saludo que desafía la memoria histórica
D

e la arcaica y cochambrosa cocina de los descendientes de Gustavo Sáenz de Sicilia, fundador del Partido Fascista Mexicano en 1922, aparecen hoy recetas que intentan, como hace 100 años, detener las políticas de la Revolución Mexicana. Los ingredientes son los mismos: entreguismo, discurso de odio, racismo, repudio a los migrantes, políticas reaccionarias y linchamiento a quien piense distinto, entre otros, a los que se suman expresiones más recientes como símbolos nazis y el intento por abolir derechos alcanzados.

Más allá de las preferencias políticas y los repudios partidistas, ¿quién podría estar de acuerdo en que se emule el saludo nazi?, ¿a quién le parece buena idea repetir aquel símbolo ritual de culto a Adolfo Hitler con el que se declararó, de manera hasta religiosa, lealtad al führer? ¿Quién podría defender una conducta de este tipo? El saludo ¡heil, Hitler! representa la comisión de una serie de crímenes que durante la primera mitad del siglo XX laceraron a la humanidad. Significa el intento de exterminio del pueblo judío y la intención de un grupo por dominar el orbe bajo principios de superioridad racial. Hoy heridas nuevas son provocadas sobre aquellas cicatrices viejas.

Hace apenas unos días el representante de la ultraderecha mexicana, Eduardo Verástegui, miembro de una familia de caciques en Tamaulipas, alguna vez actor de telenovelas y cantante meloso en un trío masculino, mismo personaje que tanto aparecía brindando con una copa de vino tinto en el avión que usaba Peña Nieto, como en un póster recostado sin más prenda para tapar su desnudez que un cachorro de león, emuló el saludo nazi ¡heil, Hitler! durante la convención ultraderechista celebrada en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en Washington, Estados Unidos. No es el único, también Elon Musk, tras la rendición de protesta de Donald Trump, y Steve Bannon en la misma CPAC, saludaron como lo hacían las tropas nazis a Hitler.

No hay manera de dar a ese saludo fascista con el que amenazan repetir la expulsión o el exterminio sistemático de grupos étnicos, o ideológicos, otro significado que el que tiene y que representa el peligro de que se reorganice el nazismo y con ello se abolan derechos humanos. No se puede construir con el mismo ademán una representación distinta a que la que, impregnada de sangre dolor y sufrimiento, ya tiene. Intentar, como quieren Musk y el mismo Verástegui, tomarle el pelo al mundo al argumentar que, a pesar de que saludaron de igual manera que miles de soldados nazis a Adolfo Hitler, no hicieron el saludo ¡heil, Hitler!, sino otro que va del corazón, es pretender que la humanidad es tonta y carente de memoria. Pero tonto es el que cree que el pueblo es tonto.

No deben olvidarse las atrocidades cometidas durante el nazismo bajo el mismo saludo que los ultraderechistas hoy emulan, porque olvidar sería cometer, otra vez, injusticia. La falta de memoria aunada a la manipulación de conciencias da como resultado que las lecciones del pasado no sean aprendidas y se repitan. De ahí el anclaje de la ultraderecha en instituciones antiguas cuyo arraigo cultural es tan añejo como retrógrado.

El aspiracionismo, que no es lo mismo que el tener aspiraciones, juega un papel fundamental que los especialistas en manipulación de conciencias bajo la nómina de las organizaciones ultraderechistas conocen muy bien. Dios, patria y familia es la frase con que se promocionó Verástegui en su fracasado intento por ser candidato independiente a la Presidencia de México en 2024, y con la que intenta hoy crear un nuevo partido político. No se debe olvidar que esa frase, acuñada por el secretario general del Partido Nacional Fascista, Giovanni Giurati, es la misma que se profería al cometer los crímenes de lesa humanidad de aquel régimen criminal. Lo mismo sucede con el saludo ¡heil, Hitler! con el que este sujeto y sus secuaces amenazan al mundo con erradicar a todo aquel que no comparta su retrógrada visión del mundo.