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El legado del papa Francisco
E

n estos momentos Jorge Mario Bergoglio se bate entre la vida y la muerte. Lleva 13 días internado en el décimo piso del hospital católico Fondazione Policlinico Universitario Agostino Gemelli. A sus 88 años el pronóstico es reservado, todo puede pasar. Parte de la feligresía organiza cadenas de oración mientras los sectores ultraconservadores desean el fin de un pontificado incómodo.

Desde su llegada a la silla de Pedro, Francisco ha resultado perturbador a la curia vaticana. El Papa argentino, venido del sur, ha marcado discontinuidad con muchos privilegios de la burocracia vaticana. Francisco irrumpe tras casi 34 años de pontificados conservadores como los de Juan Pablo II, 26 años, y Benedicto XVI, ocho. Recordemos el durísimo mensaje que Francisco dirigió a la curia, en diciembre de 2014, en que exalta las patologías curiales como la soberbia, la vida de lujos y el autoritarismo.

Francisco resiste un doble acometimiento político religioso. Uno interno y otro externo. El interno fue el sabotaje que padeció. Desde la divulgación de documentos financieros clasificados, lo que se llamó Vatileaks II, la publicación prematura del borrador de la encíclica Laudato si’ hasta la revelación en audio de una intervención del Papa alerta que en los seminarios hay demasiado mariconeo. Sin embargo, Francisco tenía la legitimidad del mandato de las asambleas precónclave, en que los cardenales, le pedían reformar la curia.

La alta jerarquía vaticana, de manera abierta, lo llamaba el papa argentino con un dejo de desprecio para desacreditarlo. Se referían como el Papa párroco de pueblo, el Papa populista siempre dispuesto a decir lo que sus interlocutores quieren oír. Había un racismo europeísta subyacente. Los altos prelados también sentencian con presunción que no sólo con homilías y consejos caseros se puede gobernar la Iglesia.

Embates externos. El vaticanista Paolo Rodari advirtió: Son expresiones de los cardenales y obispos de la curia, pero que tienen detrás de ellos a grupos de poder y grupos de presión. El sínodo sobre Amazonia le trajo muchos detractores de empresas internacionales de extracción y madereras. La encíclica ecologista Laudato si’ movilizó en su contra al lobby petrolero, es decir, grandes empresas y consorcios internacionales petroquímicos. Y qué me dice usted de la postura firme contra los gobiernos antimigrantes, como la propia Italia, EU, Francia, Alemania y España.

Francisco, el primer Papa latinoamericano, no la ha tenido fácil. Aunque cuenta con miles de simpatizantes, hace frente a una sorda resistencia de los tradicionalistas de los episcopados que recelan no sólo la forma abierta de comunicarse del Papa, sino sus reformas. En contraparte, Francisco goza de una inmensa popularidad mundial. A diferencia de Benedicto XVI, recibe la simpatía y apoyo de grandes medios de comunicación seculares. Hecho que irrita aún más a los conservadores.

En las plenarias del Sínodo 2015 se filtró una carta de 13 cardenales, una especie de lobby en el sínodo, cuestionando orientaciones y el método del Papa. Entre los firmantes figuran: Tomothy M. Dolan, arzobispo de Nueva York; Gerhard L. Müller, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; George Pell, arzobispo emérito de Sidney, Australia; Angelo Scola, arzobispo de Milán; André Ving-Trois, arzobispo de París, y Norberto Rivera Carrera, arzobispo de Ciudad de México. Muchos ya retirados, pero aún asechantes.

Las reformas de Francisco son complejas porque enfrentan intransigencias y atavismos ancestrales del aparato eclesial que resistió renovarse. Sin embargo, las reformas no son inventos ni ocurrencias de Bergoglio, sino una imperante necesidad de cambio. Francisco asume el pontificado en medio de una severa crisis institucional, resultado de una malograda conducción, de pugnas palaciegas y descrédito internacional con escándalos por malversación de recursos financieros y corrupción. Todo esto llevó como corolario a la renuncia de Benedicto XVI, enfermo, rebasado y deprimido. Además de la caída de fieles tanto en Europa y América Latina, estalló también la burbuja mediática que construyó Juan Pablo II. Fue una ilusión pasajera de una Iglesia triunfalista, de masas, con respuestas infalibles para todos, ilusión que se fue desvaneciendo en el pontificado de Ratzinger.

Hay que decirlo: Francisco enfrenta una aguda crisis institucional. La crisis no la ha provocado Bergoglio, sino sus detractores ultraconservadores. Los escándalos mayúsculos de corrupción económicos han restado credibilidad a la Iglesia. Las inmoralidades hechas públicas por los medios sobre pederastia clerical han sido devastadoras a su imagen. La Iglesia ha venido arrastrando la pedofilia desde finales del pontificado de Juan Pablo II y su autoridad moral se ha quebrantado. Francisco, pese a sus buenas intenciones, no ha logrado acabar con este flagelo. Hay una disminución de fieles, falta de vocaciones y, sobre todo, pérdida de rumbo.

La Iglesia ante la enfermedad de Francisco enfrenta su futuro con incertidumbre. La ultraderecha católica va por recuperar su hegemonía. Los débiles sectores progresistas se atrincherarán para defender posiciones. Francisco tiene el pendiente de coronar el sínodo sobre sinodalidad y el jubileo en la que presumiblemente firmaría su testamento. Pero Francisco tiene que librar, primero, la principal batalla de su existencia: salvar la vida.