n completo desconocido (A complete unknown, James Mangold, 2024) es una biopic que narra la parte sustancial de la carrera (y la transformación) de Bob Dylan, sobre quien no hace falta añadir nada aquí. Se trata de un filme interesante, atractivo y con más logros que carencias; después de todo, una película en la que se puede mirar y escuchar a Dylan, Joan Báez, Woody Guthrie, Johnny Cash, Sonny Terry, Brownie McGhee, Bobby Neuwirth, bien caracterizados como personajes y como músicos, no puede ser mala. Entre los varios hilos narrativos del filme, bien trenzados gracias al guión de Mangold y del crítico y guionista Jay Cocks, habría que destacar dos. El primero, la aguerrida rebelión de Dylan en contra de las expectativas de sus fans, sus colegas, y los tiburones de la industria musical, y el sacrilegio de su transición a lo eléctrico. En esta vertiente de la película, Mangold aporrea merecidamente a los managers, los publicistas, los magnates disqueros y los fans. El segundo es su relación con la cantautora Joan Báez, en cuya descripción Mangold evade, como en otros aspectos de su filme, los lugares comunes del género y los peligros del melodrama lacrimógeno.
Entre los aciertos de Un completo desconocido está el hecho de que ofrece al espectador una especie de mosaico cultural y social de la época, a través de la presentación de diversos elementos visuales, auditivos y narrativos aparentemente inconexos, pero que en realidad conforman una visión bastante fluida y unitaria de los temas ahí tratados. Destaca en este contexto la referencia continua a los distintos movimientos políticos y reivindicaciones sociales que ocurrieron en ese período de explosión musical, sin caer en la tentación del panfleto. Desde el punto de vista musical, el filme de Mangold tiene como una de sus varias virtudes su exploración de las transiciones y tangentes entre expresiones musicales como el folk, el blues, el country y el rocanrol, no sólo desde el punto de vista de sus intérpretes, sino también desde la óptica de las transformaciones sociales en las que se dieron esas transiciones.
Parece una contradicción decirlo, pero el eslabón más débil de esta buena película sobre Bob Dylan es… Bob Dylan, tal y como es representado por el actor franco-estadunidense Timothée Chalamet. Su caracterización no es un desastre ni mucho menos, pero, a pesar de sus evidentes esfuerzos, Chalamet demuestra aquí, de nuevo, su poca capacidad para verdaderamente interiorizar sus personajes. Su Bob Dylan parece estar en todo momento al borde de llenar la pantalla como el gran personaje que es en la vida real, pero una y otra vez Chalamet se retrae, se reprime y se queda corto. Lo que sí hay que agradecerle al joven intérprete es haber transmitido la personalidad áspera y refractaria de Dylan, a quien nadie ha acusado jamás de ser un tipo sociable y amistoso. En este contexto, destaca el sobresaliente Woody Guthrie interpretado por Edward Norton, quien literalmente se mastica a Chalamet en cada escena que comparten. Ciertamente, Chalamet merece el reconocimiento cabal de haberse preparado para tocar y cantar él mismo, y con credibilidad, las rolas que le son encomendadas en el filme; de hecho, los cuatro actores encargados de representar a los músicos principales aquí retratados (Dylan, Cash, Báez, Guthrie) se encargan realmente del trabajo musical, y eso es un mérito muy apreciable de la película de Mangold. Y puesto que de música se trata, no está de más enfatizar que el soundtrack de la película es una delicia de principio a fin; sí, por sus valores propios, pero también en su calidad de bálsamo sonoro frente a los despropósitos perpetrados en la anti-musical, contra-musical, amusical y no-musical Emilia Pérez.
Los asuntos centrales de esta buena película biográfica están aderezados con atractivos apuntes de época, desde la cacería de brujas anticomunista hasta el legendario Chelsea Hotel; desde los icónicos festivales musicales de aquel tiempo hasta ¡una tienda de discos!, pasando por la presencia del legendario y aguerrido etnomusicólogo Alan Lomax. Si tuviera que elegir, a título muy personal, el momento emblemático del filme de Mangold, sería la interpretación que hace Dylan/Chalamet de la canción The Times They are a-changin’, cuyo texto es, me parece, la mejor y más poéticamente contundente expresión del espíritu contestatario de aquellos años.