Opinión
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Reconstruir la imaginación
S

i uno tuviera que escribir un libro sobre la evolución política del último medio siglo europeo, bien pudiera utilizar, para nombrar los capítulos, las diferentes variantes de una frase con la que tres dirigen-tes alemanes han jugado durante este tiempo.

Saliendo de los convulsos años 60, el socialdemócrata Willy Brandt, presidente de la República Federal Alemana entre 1969 y 1974, acuñó con éxito la frase atreverse a más democracia. Tanto que, tres décadas más tarde, la entonces recién elegida canciller Angela Merkel –lo sería durante 16 largos años– la hizo suya en su primer discurso de investidura, en 2005. Con una importante variación, eso sí. Donde Brandt situaba la democracia, Merkel fijaba la libertad.

El cambio no es pequeño, pero siguen siendo conceptos amplios que difícilmente generarán una abierta oposición. ¿Quién está en contra de la democracia? ¿Y en contra de la libertad?

La segunda vuelta de tuerca a Willy Brandt, quien ganó el premio Nobel de la paz por su política de acercamiento al bloque comunista ( Ostpolitik), llegará mañana, si no hay sorpresa mayúscula, con la victoria electoral de un señor, Friedrich Merz, que publicó un libro con el título Atreverse a más capitalismo.

Democracia, libertad, capitalismo. Tres escalones para cartografiar el hundimiento.

¿Pero quién es Merz? Un hombre que dejó la primera línea de la política tras perder varios pulsos con Angela Merkel en el seno de la Democracia Cristiana, se hizo millonario tras fichar por el fondo de inversión Black-Rock, y ahora vuelve desacomplejado, pidiendo respeto para los ricos.

La campaña alemana ha estado marcada por la desacomplejada injerencia política de la administración Trump a favor de la AfD, el partido de la ultraderecha al que todas las encuestas otorgan una inédita y alarmante segunda plaza. Pero en la campaña de Merz (un señor con un avión privado que ya ha dejado muy claro que la crisis climática no es algo que vaya con él) hay mucho eco trumpista, empezando por un eslogan de campaña: Por un país del que podamos volver a estar orgullosos, que remite sin demasiado esfuerzo al Make America Great Again.

Un alemán jamás será tan escandaloso como un estadunidense, pero más allá del ruido de la AfD –que debe preocupar, y mucho–, en la previsible elección de Merz hay también un cambio de rasante en un país en el que la exhibición de riqueza no estaba precisamente bien visto. Al menos hasta ahora. Quiero cambiar un poco nuestra mentalidad. El éxito económico es algo que también se puede mostrar sin ser ostentoso. Con ello se puede dar valor a los otros e invitarlos a que lo emulen, dice el candidato.

Merz y Merkel comparten partido, pero poco más, como ha quedado patente en la abierta crítica de la ex canciller a su correligionario a cuenta de una batería de medidas antiinmigración que ha impulsado en el Parlamento alemán. La propuesta, que el candidato sabía muy bien que sólo podía ser aprobada con los votos de la AfD, ha supuesto, en la práctica, poner fin al muro de contención a la extrema derecha que ha regido la política alemana desde la derrota del nazismo. Y ha situado el eje de campaña exactamente ahí donde querían los pupilos germanos de Trump y Musk, a los que no parece importar demasiado el desdén y la arrogancia estadunidense hacia los europeos –y hacia el conjunto del mundo, cabría añadir–.

Hay un abismo entre la espartana austeridad de Merkel y la apología de la riqueza que acompaña a Merz, la cual enlaza con una tendencia cada vez más global. De Berlin a Washington, pasando por Buenos Aires, los matices son muchos, pero el común denominador es uno: la bandera de los ricos en el poder, izada por sus propios ciudadanos. Porque las cosas son como son, Trump y Milei fueron votados en las urnas, igual que lo será mañana Merz, lo cual nos habla de un problema mayor: la ascendencia que estos privilegiados tienen sobre el grueso de las clases populares.

Hace ya una década que el multimillonario Warren Buffet, al calor de la crisis financiera, acuñó una de esas frases que hacen historia: La lucha de clases existe y nosotros, los ricos, la vamos ganando. No cabe sino agradecer la franqueza de una afirmación que, 10 años más tarde, es, si cabe, más real.

La victoria de los ricos no es absoluta, pero es demoledora, porque han logrado colonizar también nuestra imaginación. Somos incapaces de imaginar futuros que escapen al darwinismo tecnocrático que nos presentan como única opción. Elon Musk, que quiere ocupar Marte, es un visionario, mientras quien intenta salvar las condiciones de vida en la Tierra es un idealista comeflores condenado al fracaso. El discurso de los megarricos es la única narración utópica de nuestro tiempo, dice Michel Nieva. Imaginamos antes el fin del mundo que el fin del capitalismo, cantan las paredes desde hace tiempo.

A menudo es difícil adivinar por dónde empezar a reconstruir la civilización, una vez que reduzcan lo que queda a cenizas. Quizá lo más básico sea empezar por el principio y tratar de recuperar la imaginación.