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Sábado 22 de febrero de 2025, p. a12
Ayer se cumplieron 100 años de la revista The New Yorker, referente por antonomasia del periodismo cultural.
A manera de celebración, reseñamos hoy aquí el nuevo libro del director de esa publicación, David Remnick, titulado Sostener la nota: Perfiles de música popular (editorial Debate).
Se trata de una recopilación de 11 textos de Remnick, originalmente publicados en The New Yorker, que retrabajó para hilvanarlos en el libro, dedicados a contar historias de y con Leonard Cohen, Aretha Franklin, Buddy Guy, Keith Richards, Paul McCartney, Mavis Staples, Phil Schaap, Bruce Springsteen, Luciano Pavarotti, Bob Dylan y Patti Smith.
En la página 14, David Remnick explica la naturaleza de este trabajo: En todos los casos, me entrevisté con estos artistas en un momento ya avanzado de sus carreras. Sus voces se habían deteriorado. En casi todos los casos, las mejores canciones y las mejores actuaciones databan de tiempos pasados. Todos luchaban con denuedo, en el terreno de la música y en el de sus propias vidas, contra el desgaste de sus aptitudes y contra la mortalidad. Pero había un ámbito en el que no se había producido ningún desgaste: en su deseo de hacer música, de sostener la nota
.
Va a detalle: “Para los músicos que están en el último estadio de su carrera, lo que predomina es el espíritu del sostenuto, de la manera de sostener: escribir, tocar y actuar es lo que los mantiene activos, y lo que los ayuda a recuperar lo que la edad ha disminuido en ellos. Para personas como mi padre, la música es también una fuente de resiliencia”.
La aparición del libro del director de The New Yorker amplía el panorama: cada vez habemos más reporteros que escribimos sobre música, en sentido contrario a los rígidos volúmenes de musicólogos, apergollados por el lenguaje académico y lejos de los lectores que aman la música.
Un reportero que escribe sobre música cumple con todos los procedimientos del periodismo: acude a fuentes directas, investiga a profundidad, recopila información amena y oportuna, y elabora sus textos con afanes literarios. Cuenta historias, revela secretos, realiza hallazgos, aporta novedades y, sobre todo, comparte, reseña, recomienda. Porque la música es el arte de compartir. De manera que el nuevo libro de David Remnick es una delicia literaria y una biblioteca musical.
Debido a que seguimos los mismos procedimientos, es natural que la lectura de este libro me llene de asombro porque Remnick y yo elegimos los mismos temas, los mismos personajes, las mismas historias y nuestros textos sobre esos temas se parecen mucho. Al leer cada capítulo, puse junto al libro de Remnick mis libros donde escribo sobre los mismos temas y observo con una muestra de azoro, entusiasmo y a veces incredulidad, los intensos parecidos.
El libro de David Remnick es flamante: se publicó en mayo pasado bajo el título Holding the Note: Profiles in Popular Music. Es de mérito el trabajo de los traductores Juan Rabasseda Gascón y Teófilo de Lozoya, su estupenda labor con los pies de página, donde aportan informaciones muy pertinentes, aunque resulta natural, como en muchas traducciones hechas en España, el humor involuntario, por ejemplo, en la página 40: todo acabó en agua de borrajas cuando acabó la década
, o en la 47: nos echó el rapapolvo más severo
.
El primer capítulo está dedicado a Leonard Cohen, y en la página 33 esplende una joya: el considerando de Bob Dylan sobre Cohen: “El don que posee o su genio está en la conexión que tiene con la música de las esferas. En la canción Sisters of Mercy, por ejemplo, la estrofa está compuesta por cuatro versos elementales que cambian y avanzan a intervalos previsibles, pero la melodía es todo menos previsible… sin estribillo, Sisters of Mercy va estremeciéndose con el drama”.
El segundo capítulo pertenece a Aretha Franklin: “Lo que la distingue no es sólo la amplitud de su catálogo o la fuerza de su instrumento vocal, semejante a una catarata; también es su inteligencia musical, la forma de cantar siguiendo el compás, de derramar una oleada de notas sobre una sola palabra o una sola sílaba, de construir momento a momento, la fuerza emocional de una canción de tres minutos. El tema Respect es un artefacto tan preciso como un jarrón Ming”.
El maestro Remnick sigue el “modelo New Yorker”, el estilo literario que construyó en los años 40 el mítico reportero Joseph Mitchell: elegir un detalle nimio en apariencia para montar un reportaje de dimensiones colosales.
En el caso del texto sobre Aretha Franklin, Remnick vaga por el Delta, las plantaciones de algodón, las zonas más profundas de la esclavitud, con el propósito de subrayar la importancia del góspel y toda la música negra de iglesia: fue un refugio, una casa segura para la comunidad, el culto y la libertad de expresión, y con el paso del tiempo la música de los domingos por la mañana se asoció cada vez más con la música de la noche anterior.
Thomas A. Dorsey, padre del góspel moderno, tocaba el piano en un burdel y era el director musical de la Iglesia Baptista el Peregrino de Chicago, con la misma devoción. Es el autor de Precious Lord. Sus canciones sonaron en el funeral de Martin Luther King.
El padre de Aretha Franklin, Clarence LaVaughn Franklin, fue el predicador negro más famoso de su época. Al cumplir 18 años, era ya un circuit rider, pastor itinerante de la Iglesia metodista que iba de iglesia en iglesia.
Narra Remnick: “al final aterrizó en un púlpito de Memphis, donde llamó la atención como ‘el rey de los jóvenes gritadores (whoopers)’, un estilo de sermón que comienza con una exposición relativamente mesurada de un pasaje de las Escrituras, seguida de un crescendo hasta alcanzar un arrebato extático, musical, con el tipo de invitaciones y respuestas que se encarnarían en la música de James Brown”. El rey de los gritadores se ganó fama grabando sus sermones. Se vendieron centenares de miles de discos. Y su hija, Aretha, respiró todo eso.
Narra David Remnick: De niña, Aretha se vio completamente absorbida por la vida parroquial de New Bethel y la vida cultural del salón de su casa, que a veces parecería representar el epicentro y la genealogía de la música afroestadunidense. Sentada en la escalera, vio a Art Tatum y Nat Cole tocando el piano, Oscar Peterson, Duke Ellington, Della Reese, Ella Fitzgerald, Billy Eckstine y Lionel Hampton iban de visita a su casa. Dinah Washington enseñaba a las niñas a cantar, y el reverendo James Cleveland, auténtico pilar del mundo del góspel, enseñó a Aretha a tocar los acordes de este género musical. Entre los chicos del vecindario habría que incluir a Diana Ross, Smokey Robinson y el catálogo completo de la futura casa discográfica Motown
.
La hija de este gritador de púlpito, Aretha Franklin, habría de retomar esa andanada de éxtasis para convertirse en genio de la música y personaje central de la historia cultural del movimiento de liberación de los negros. Uno de los documentos fílmicos más impresionantes de la historia de la música está contenida en un filme de Sydney Pollack que estuvo guardado cuatro décadas, donde ella canta durante un concierto de góspel en Los Ángeles una serie de piezas desgarradoramente conmovedoras, e incluye una versión de Amazing Grace de 10 minutos de duración, mitad canción, mitad prédica, que sólo podría salir de una persona profundamente empapada de la tradición de los sermones de alaridos, propia de la región del Delta, de donde era originario su padre
.
Dice el reportero David Remnick: yo he visto la película en media docena de ocasiones y nunca deja de hacerme llorar. Y si fuera a parar a una isla desierta y tuviera que llevarme conmigo solo 10 discos, sé que Aretha formaría parte de la colección. Porque me recordaría mi humanidad. Lo que es esencial en todos nosotros
.
He aquí, en el libro Sostener la nota: Perfiles de música popular, el estilo New Yorker. He aquí el arte de escribir textos sobre música desde el periodismo, con todas las de la ley y con todo el compromiso, social y personal. El reportero David Remnick documentó con rigor profesional todo lo que supo, vivió, investigó, y confiesa que lloró y que llora cuando escucha música tan bella que hace llorar de tan bella.
Porque cuando un reportero llora de emoción frente a lo que está narrando, es porque está diciendo la verdad.