ircula por el mundo en busca de distribuidores un documental casero que cuenta una historia pequeña de un pequeño poblado en una ladera triste de Cisjordania. Ha ganado premios por el mundo y es candidata al Óscar 2025. Aunque la producción es noruega, a pocas semanas de tal certamen no encuentra distribuidor en Estados Unidos, según Ap. Acá la pasan en la Universidad Nacional Autónoma de México. Debe resultar poco vendible esa retahíla de grabaciones a lo largo de los años con handycam y celulares, en parte de los autores formales (Basel Adra, Yuval Abraham, y los camarógrafos Hamdan Balal y Rachel Szor), en parte grabaciones circunstanciales de otros pobladores de Masafer Yatta, la aldea palestina donde transcurre el relato.
Basel es nativo de ahí, y junto con su inopinado amigo Abraham, periodista israelí, protagoniza No Other Land (No hay otra tierra, 2024), en una manera que va del autodocumental a la Michael Moore, al estilo youtuber de aquí estoy yo, esto veo, esto escucho, esto me responden, así me parten la cara, me insultan, me aprehenden o me echo a correr.
Llama la atención su éxito ante la crítica especializada. En Hamer and Nail, Christopher Reed apunta: “La verdad no siempre te hace libre, pero al menos puede poner en duda la versión dominante de las cosas. No Other Land hace esto bastante bien, y el resultado es apasionante y sumamente perturbador”. Rotten Tomatoes le dio casi 100 por ciento de aprobación.
Al recibir el Premio al Documental de la 74 Berlinale en 2024 (donde también ganó el Premio del Público Panorama al mejor documental), Abraham Yuval dijo: Basel y yo tenemos la misma edad. Yo soy israelí y Basel es palestino. En dos días regresaremos a una tierra en la que no somos iguales. Yo vivo bajo la ley civil y Basel bajo la ley militar. Vivimos a 30 minutos el uno del otro, pero yo tengo derecho a voto. Basel no. Soy libre de moverme por donde quiera en esta tierra. Basel está, como millones de palestinos, encerrado en la Cisjordania ocupada
.
El alcalde de Berlín, Kai Wegner, enfureció ante las muestras de simpatía a la muy artesanal pieza cinematográfica y expresó en redes que Berlín está firmemente del lado de Israel
, y acusó al festival de antisemita
, lo cual provocó que la familia Yuval, descendiente de sobrevivientes del Holocausto, tuviera que abandonar su hogar en Israel al ser atacada por un grupo de nacionalistas (turba de ultraderecha
, la describió Abraham para The Guardian) y recibir amenazas de muerte.
Mayor peligro corre Basel Adra, quien vive en Masafer Yatta. En días pasados filmó un nuevo ataque del ejército de Israel, lo cual fue transmitido por algunos medios independientes. Más de lo mismo, aunque peor. La narración del documental concluye en enero de 2023, justo antes del ataque terrorista de Hamas en territorio israelí y toda la guerra que desde entonces hemos visto en Gaza, y por extensión en la ribera occidental del río Jordán, el pedacito que queda en pie de Palestina.
No hay otra tierra sigue en primera persona del plural la resistencia de toda una aldea entre otras circundantes, hostigadas y demolidas por los soldados de Israel a lo largo de los años para establecer un campo de tiro. El poblado existe desde 1830, pero según las autoridades no deberían estar allí; en redes sociales los sionistas los acusan de invasores
, beduinos
, nómadas
, paracaidistas
. Una y otra vez, militares y contratistas encabezados por el ingeniero Ilán (sic) atacan con tanques y buldóceres casas, la escuela, el parque infantil y la clínica que, cual Sísifo colectivo, los pobladores insisten en reconstruir. De noche edifican, de día (y noche) Israel demuele.
A gritos, los soldados invocan La Ley. ¿Cuál? La suya, la de quienes les dan órdenes. Ni derechos, ni justicia, sólo La Ley. Bien bíblica la onda. Las familias se refugian en cuevas. Cada semana destruyen una familia
, dice Basel. Su padre ha luchado durante décadas. De niño, Basel vio (y vemos) cuando se lo llevaron preso, hace 20 años. Y sigue resistiendo contra toda esperanza. Tres manifestaciones a la semana en esas laderas terregosas.
La propiedad de los palestinos no existe. Ropa, muebles, documentos, herramientas y muros una y otra vez son robados o borrados de un plumazo (de acero). La tropa tapa el pozo de agua con concreto y destroza las mangueras. Y la escena reiterada de paredes y techos que arrasa la maquinaria como si fueran de papel. La gente protesta, forcejea. Los niños lloran. Vemos cuando le disparan a Harun sin que nadie lo impida. Y Harun, paralizado de los hombros para abajo, agonizará largamente, postrado en una cueva al cuidado de su madre, hasta finalmente morir.
Por momentos Masser Yata asoma en noticieros de Tel Aviv, Londres o Nueva York, sin consecuencias. Un día los visitó Tony Blair con todo y periodistas. Estuvo siete minutos en la escuela que sería demolida. Nunca más supieron de él.
Pero la gente se aferra a la vida
hasta el absurdo. Al final, los colonos ilegales israelíes atacan a balazos la aldea. Días después, el 7 de octubre, serán el asalto de Hamas, la guerra en Gaza. Y así.