Opinión
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La oposición y su añeja (y miserable) estrategia del miedo
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ras la derrota en urnas del pasado 2 de junio, la oposición en México continúa en el olvido de aquello que la ha llevado a ser, por mandato popular, oposición. Lejos está del verdadero propósito del servicio público: velar por el bienestar de la sociedad. Tan alejada de ello como del pueblo a quien oprimió durante sus gobiernos tras tomarle el pelo con promesas durante sus campañas e incumplirlas en sus gobiernos. Hoy, en lugar de hacer política hace politiquería; aprovecha el dolor humano para utilizarlo como moneda de cambio.

Sin brújula ni proyecto, no halla ante su falta de vocación, y abundancia de desconfianza ciudadana, otro camino para subsistir que la destrucción de las bases de­mocráticas. La libertad le estorba y el poder soberano del pueblo le aterroriza debido a que ello implica la extinción de sus organizaciones políticas, como recién sucedió con la pérdida del registro nacional del PRD.

La oposición torpedea cualquier iniciativa de participación ciudadana, ya sean revocaciones de mandato o elecciones extraordinarias, como la del Poder Judicial, ante el temor de que todo poder dimane del pueblo. Saben estos rancios partidos, traidores hasta de sus bases fundacionales, que la mayoría de los mexicanos los tiene identificados con repudio.

Mientras más conoce el pueblo de México a los partidos políticos, menos los partidos de oposición conocen al pueblo de México. Creen que sigue siendo el mismo de hace 25 años cuando lo engañaron con una alternancia que no llegó, y lo sumieron en una ola de violencia y despojos cuyos síntomas hoy continúan dañando a la sociedad.

¿En verdad cree la oposición que operando como en sus mejores años de pillaje ganará la aprobación que busca? Eso parece, de lo contrario no se conduciría con el cinismo que a diario emana de sus entrañas.

Vocifera con descaro criminal contra la Estrategia Nacional de Seguridad del gobierno de México y que como resultados en cuatro meses logra detenciones de importantes generadores de violencia, desmantelamiento de laboratorios de drogas sintéticas, decomisos –incluso históricos– de sustancias, y aseguramiento de gran cantidad de armas de todo tipo: pistolas, metralletas, lanzacohetes, granadas y drones con explosivos que hoy no están en las calles matando mexicanos.

Reclaman los panistas un incendio que ellos causaron y que la autoridad combate. Lo intentan avivar porque creen que si el país se prende en llamas ellos serán beneficiados. Ese es su amor por México, ese es su compromiso con la sociedad. Explotan cualquier crimen cuyo reporte llega a sus manos para celebrarlo. No se indignan, se regocijan con esa sed de sangre que les heredó Felipe Calderón al iniciar una guerra civil para con ello intentar legitimarse en una silla presidencial que robó.

Son tan cínicos que, como argumento principal para sostener su tesis agorera oportunista, acusan que AMLO saludó a la mamá de El Chapo. Ese es su prueba: el que un Presidente en gira de trabajo haya recibido de una mujer no acusada y menos aún sentenciada de algún delito, una petición para su hijo preso en Estados Unidos.

¡Ah!, pero sobre García Luna no hablan, cuando él, narco encontrado culpable y condenado, no sólo saludó a Calderón en incontables ocasiones, sino que fue su secretario de Seguridad; el encargado de combatir a un crimen organizado del cual formaba parte y para quien operaba. Felipe Calderón depositó la seguridad del país en manos de un empleado del cártel del Pacífico. Sobre ello no hay reflexión en el PAN, mejor se quedan nada más con el saludo a la mamá del jefe de su colega García Luna.

Hoy, desde las barracas de los soldados políticos del cártel de Sinaloa durante el gobierno de Calderón, mercenarios descendientes ideológicos de cristeros intentan valerse de una desgracia sucedida en Sinaloa, el asesinato de dos pequeños, Gael y Alexander, y de su padre Antonio, para utilizarla como botín político.

La auténtica demanda ciudadana que exige justicia ante este y otros crímenes, que reclama por paz y tranquilidad, que clama por un alto al crimen, es tan legítima como urgente de atender y resolver.

Mientras, desde la oposición, se manipula una crisis, se explota la tragedia, se capitaliza el miedo y se exacerba la incertidumbre para con ello utilizar el sufrimiento de las personas como moneda de cambio.