uizá por primera vez en la historia humana, los viejos y las viejas han alcanzado proporciones multitudinarias en las ciudades. Bajo nombres eufemísticos de corrección política, representan (¿representan, quimosabi?) un desafío demográfico, económico y médico. Pero como todo en este mundo, alimentan un jugoso mercado con las clases acomodadas o audazmente hipotecadas del primer mundo. Pongamos el discreto escenario de Melaque estos días, en la llamada Costa Alegre de Jalisco, donde todavía existen playas en estado natural y la voracidad hotelera e inmobiliaria no ha ganado la partida. En la anticlimática cuesta de enero resulta ser destino de numerosas personas ancianas, más allá de la tercera edad.
Estamos ante la camada viviente más antigua de los baby boomers originales, lo que queda de la generación del yo
que escarnecía Tom Wolfe en sus cínicas crónicas del Gran Desmadre en los años 70 del siglo pasado. Hoteles de playa, búngalos y villas están ocupados en su totalidad, aunque no lo aparentan. Grupos procedentes del Canadá anglófono y en menor medida Estados Unidos, tienen copadas las reservaciones para los próximos dos meses.
Después de las vacaciones decembrinas las playas se ponen apacibles. Nada de la excitación adolescente que escandaliza de noche, las caprichosas infancias diurnas, las familias y parejitas atiborrando playas, restoranes, chelerías y antros, cuando la venta de tarugadas y souvenires alcanza cifras récord y la cerveza corre torrencial, dejando una resaca de latas, botellas y vasos de plástico.
La onda es otra en este caso, y sugiere reflexiones. En grupos aparentemente homogéneos, personas de 80 y 90 años lucen sus pieles de iguana, doradas por una vida de vacaciones bajo el sol antes de los bloquedores y la ropa anti-UV. La guanguez tostada de sus pechos, barrigas, hombros, espaldas y rostros delata los estragos (además de la edad, claro) de los bronceadores de antaño con olor a coco. Retirados, con productivas acciones en minas de oro o litio del Tercer Mundo (algunas en zonas de guerra africana o narcotráfico latinoamericano), así como otras inversiones que sus asesores les aconsejan sagazmente, están aquí para no hacer nada, como seguramente hacen el resto del año. El famoso Merecido Descanso. La ventaja aquí es que en vez de hacerlo rodeados de nieve, lo hacen frente a un límpido océano en climas agradablemente cálidos. Recorren cansinamente tramos de playa, apoyados en bastones y andaderas, a veces con algún acompañante
. Se atreven poco a las calmadas olas. Reposan bajo sombrillas. Por la calle costera desfilan tenaces ancianos con suficiente energía para pedalear pesadas bicicletas antideportivas.
Como se trata de gente de gran tamaño, y el pudor corporal les hace los mandados tanto como en sus años de esplendor hedonista, la exhibición de carnes usadas y aceitadas a lo largo de las décadas es abundante. Los hay jovenazos de 60 y 70, pero no tantos. En cambio, algunos vienen acompañados por la hija divorciada, el hijo y la nuera, o nietas mayores de 30. Cero niños.
Ninguna garota de Ipanema roba miradas en la playa, ningún galán metrosexual en tanga. La Costa Alegre parece extensión de un asilo o una colonia de jubilados. Sobrevivientes extremos, ya le perdieron el miedo al cáncer de piel que asoló a su generación ególatra e individualista. A saber cuánto han invertido en seguros médicos y procedimientos quirúrgicos. En algunos casos todavía cargan libros, objetos vintage que fueron frecuentes en los destinos de playa; aquellos gordos bestsellers que precedieron a la cultura de las series y sucumbieron al celular. Aunque esta gente no luce interesada en dispositivos que no sean para la audición, la respiración y el marcapasos.
Los provincianos supermercados ofrecen gran variedad de goodies de importación para que nadie extrañe su marca favorita de cereal, chips o whisky. Un ejército de camareras, meseros y otros servidores garantiza empleo, mas no propinas, para la población local. Al cobijo de un amplio cobertizo de tablas, dos jóvenes de Guadalajara interpretan con soltura para una audiencia senil-y-lo-que-le-sigue los grandes éxitos del rock en su idioma. Quienes todavía pueden, bailan arrastradamente rolas de los Doors y los Stones, se excitan a gritos con Sunshine Of Your Love y se desconciertan con Creep de Radiohead pero rápido se reponen con Born On The Bayou y osan profanar Smells Like Teen Spirit, me cae.
No hay vida nocturna. Los turistas se guardan al caer el sol. Las que Wolfe llamaba despectivamente manadas de gerontes
han llegado hasta acá morosa y privilegiadamente para asomarse a la eternidad. Esto es el capitalismo tardío. El tan celebrado turismo internacional mantiene viva la vida en las playas mexicanas aun fuera de temporada. Diversos enclaves del Pacífico y la cresta de las dos grandes penínsulas son prácticamente colonias rotativas de visitantes del mundo blanco del Norte global. Vistas desde el mar, nuestras costas han de anunciarse con grandes letreros de se alquila
.