Lunes 27 de enero de 2025, p. a34
Franciscano no sólo es lo que se parece al Poverello de Asís en sencillez y humildad –a pesar de las lujosas basílicas levantadas en su honor y que contradicen el espíritu de tan singular sujeto–, sino quien sabe adoptar una paciencia cándida y una aceptación sin estridencias por encima de sus expectativas de emocionarse ante el encuentro sacrificial de un toro bravo y un torero entregado.
Está bien el amiguismo y saber ayudarse mutuamente con criterio, mejor, pero anteponer los compromisos y la amistad al público que aún acude a la plaza, se vuelve por lo menos temerario. Ayer, en la segunda corrida de la feria del 79 aniversario se lidiaron toros de De La Mora, propiedad de Luis Alberto Villarreal García, para el potosino Fermín Rivera (36 años de edad, 19 de alternativa, cinco festejos el año pasado y uno este), el extremeño Alejandro Talavante (37, 18 de matador y, ojo, 68 tardes en 2024) y el aguascalentense Leo Valadez (27, siete y dos en lo que va del año). No obstante, tan extravagante combinación de toros y toreros, el público asistió.
Rivera, otro torero de dinastía, aunque él no eche mano de ese recurso, vio pasar el tiempo sin una crítica constructiva y exigente que lo persuadiera de que una parte del toreo es hacer y otra, tan importante o más, expresar. No que fuera alegre, simplemente que hubiera hecho lo imposible por conectar con el público, empatizar con él, reflejarlo y conmoverlo. Su abuelo y su tío supieron hacerlo, él no.
Felizmente, a Fermín le tocó en suerte el abreplaza Canta Recio, con 532 kilos, precioso animal que embistió con fuerza desde la salida y recargó en la puya al grado de que el caballo forzó una de las puertas del callejón. Llegó a la muleta codicioso y, sin haberlo metido aún en el engaño, el espigado Rivera fue prendido por la pantorrilla sin consecuencias. Hubo muy buenas tandas por ambos lados, mostrando el astado un son excepcional y una transmisión que suplió la exigua de su matador. Siquiera dejó una entera trasera y cortó meritoria oreja. A su soso segundo lo bregó con precisa suavidad y como mató pronto fue sacado al tercio.
Sobrado de sitio y expresión, Talavante dio cátedra de sello capotero con Fandango, de 489 kilos y ejecutó una faena de toreo de salón con toro, en la que la lidia propiamente se meció con el ánimo del torero, segundo en el escalafón español.
Pinchó al primer viaje, por lo que el juez Gilberto Ruiz Torres hizo muy bien en negar la oreja. La vuelta al ruedo fue más que muchas orejas ratoneras. Con el quinto, otra mesa con cuernos, bienintencionados, pero desgarbados faroles de pie, pinchazos y aviso.
Con Combativo, de 548 kilos y menos armonioso de hechuras que los anteriores, el hidrocálido Leo Valadez dibujó un preciso quite por crinolinas, creación de Eliseo El Charro Gómez, y con la muleta dejó magníficas tandas de naturales a un pasador menos claro, mostrando una expresión que evoluciona, no así su ánimo, como de luto anticipado.
Al cierraplaza, alto y amplio de cuna que también se paró pronto, Leo le rogó (con g) algunos muletazos y mató de varios viajes. No se engañen, diestros: en el toreo hay que saber expresar, no sólo hacer. Tomen nota de Isaac Fonseca, aún no es exquisito, pero hace tiempo que es entregadito. Si no bajan el nivel de la arena unos 20 centímetros ojalá no ocurra una desgracia en el sobrepoblado callejón.