illones de personas pudimos asistir, a través de la televisión, a la entronización de Donald Trump en el Capitolio. Panem et circenses, el espectáculo forma parte del ritual necesario al ejercicio del poder, a su existencia. Trump lo sabe: del éxito de esta ceremonia, de la huella indeleble que marque las memorias, de los frutos que deje la impresión que reciba el público, en fin, de esta sucesión de su imagen triunfante dependerá en buena parte la victoria de su segundo mandato presidencial. De ahí su tono a la vez suave y firme, su palabra profética, su visión de un país benefactor del mundo, su llamado a una complicidad abierta con los bienaventurados escogidos: los ciudadanos estadunidenses. Trump se yergue en la escena como actor profesional, sin tropiezos ni dudas, pues conoce su papel de memoria. Actor dramático, grandilocuente, pero que sabe hallar una pausa para hacer reír como auténtico histrión. Trump no duda en dar unos pasos de baile moviéndose a sus anchas en el escenario presidencial. Después de todo, tiene la experiencia de su primer mandato que, para su suerte, le evitará quizás errores y desvíos peligrosos durante su segundo reino.
Las imágenes de esta entronización de Donald Trump como el cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos, después de un primer mandato, de 2017 a 2021, me trae a la mente La vida de los 12 césares, de Suetonio, libro que, acaso, nos enseña más sobre el poder y el ejercicio de éste que El príncipe, de Maquiavelo.
La vida de los césares narrada por Suetonio, autor romano de numerosas obras, hace palidecer las proezas y las locuras de los poderosos mandatarios estadunidenses. Reúne las biografías de los primeros dirigentes de Roma que llevaron el nombre y título de César: de Julio César a Domiciano.
Las biografías no siguen un esquema cronológico, pues son organizadas en una sucesión de rúbricas: origen familiar, nacimiento y carrera antes del advenimiento, su llegada al poder y los presagios anunciadores de su entronización, magistraturas ejercidas, campañas militares, obra legislativa y judicial, generosidades hacia el pueblo, descripción física y carácter, muerte y presagios anunciadores de su muerte. Los historiadores subrayan la riqueza y la calidad de las informaciones de Suetonio, quien tuvo acceso a los archivos imperiales en tanto alto funcionario de los emperadores Trajano y Adriano. La sucesión de biografías da una historia continua del Imperio romano, a partir del fin de la República al término de la dinastía Flavia.
Si bien se reprocha a Suetonio orientar sus retratos, propagar rumores y calumnias, la posteridad de su obra es inmensa y contribuyó a crear el estereotipo de emperadores depravados, sanguinarios, decadentes o locos: Tiberio y sus orgías en Capri, Calígula y su caballo erigido en cónsul, Nerón exclamando al morir: ¡Qué artista pierde el mundo!
Cabe subrayar que Suetonio es el modelo de un género literario histórico y fue un guía para muchos historiadores. Autor muy fecundo, si se da fe a la lista de obras que la Souda (enciclopedia griega de finales del siglo X) y algunos autores le atribuyen. Se sabe que, a pesar de las buenas relaciones mantenidas con el emperador Adriano, cayó en desgracia debido a una falta de etiqueta hacia la emperatriz Sabina. El poeta José María Heredia nos muestra a Suetonio en su retiro meditando sobre los fugaces reinos de Nerón, Claudio y Calígula.
La lectura de La vida de los 12 césares resalta esplendores y decadencias, grandeza y locura, de estos 12 emperadores romanos. Inútil, para no decir imposible, cualquier comparación con los presidentes estadunidenses. Quizá sea necesario esperar los trabajos del tiempo para medir la talla de éstos o, simplemente, preguntar sobre su huella en la Historia a la manera de Jorge Manrique: ¿Qué se fizo el rey don Juan? / Los infantes de Aragón / ¿qué se ficieron?