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Estados Unidos: ecos facistas
U

na semana después de haber realizado el saludo nazi durante las celebraciones por la investidura de Donald Trump, Elon Musk apareció vía videoconferencia en un acto de campaña del partido neonazi AfD (Alternativa por Alemania). En su breve alocución, el hombre más rico del mundo dijo a la audiencia que es bueno estar orgulloso de la cultura alemana, de los valores alemanes y no perderlos en una especie de multiculturalismo que lo diluye todo, palabras calcadas de las advertencias de Adolf Hitler y sus secuaces acerca de la amenaza de dilución de la raza alemana.

Musk es quizá el más extremista y mediático de los multimillonarios que acompañan a Trump, pero dista de ser el único. En meses recientes, el director de las redes sociales más poderosas del mundo, Mark Zuckerberg, completó un giro a la derecha que parece tener tanto de intento de congraciarse con el presidente de Estados Unidos como de convicción propia en los antivalores del conservadurismo. Así, integró a la junta directiva de su conglomerado Meta a Dana White, empresario del círculo íntimo del mandatario bien conocido por sus posturas retrógradas; eliminó a los verificadores de información independientes y movió los equipos responsables de las políticas de contenido a bastiones republicanos. Dichos movimientos indican que en lo sucesivo Facebook e Instagram abandonarán por completo a mujeres, integrantes de la comunidad de la diversidad sexual, latinos, afroamericanos y personas con puntos de vista progresistas a manos de las hordas de bots y trolls de derecha que difunden discursos de odio, perpetran actos de hostigamiento y amenazan las vidas de quienes consideran indeseables, tal como ocurre en X desde que fue adquirida por Musk. Zuckerberg ha dado muestras de comulgar con el ideario misógino de la audiencia a la que ahora corteja al declarar, por ejemplo, que el mundo empresarial se ha feminizado y que necesita más energía masculina.

De forma menos notoria pero no menos dañina, trasnacionales como McDonald’s, Walmart, Boeing, Molson Coors, Lowe’s, Ford, Brown-Forman (fabricante del whiskey estadunidense más famoso), John Deere, entre otras, se plegaron a los deseos de Trump de eliminar todas las iniciativas de de diversidad, equidad e inclusión (DEI, por sus siglas en inglés), creadas en los últimos años para paliar las desigualdades históricas de afroamericanos, mujeres y otros grupos vulnerables en el acceso a puestos laborales y cargos directivos, así como para atajar las omnipresentes conductas sexistas. Amazon, cuyo propietario se ha mostrado cada vez más cercano al presidente, fue más allá al calificar los esfuerzos de DEI como programas y materiales obsoletos, mientras John Deere afirmó que borrará de sus documentos todo mensaje con motivaciones sociales. En suma, la eliminación del debate, la exclusión de las divergencias y la imposición de una visión única, todo ello en una cruzada conjunta entre el poder político y los grandes capitales que recuerda de manera tan inquietante como las declaraciones de Musk al ascenso del fascismo que condujo a las mayores matanzas de la historia.

En buena medida, estos movimientos han sido facilitados por la sentencia de la Suprema Corte estadunidense que ilegalizó los programas de Acción Afirmativa en las universidades, los cuales garantizaban cupos a comunidades marginadas. Ese fallo constituyó un auténtico pistoletazo de salida para los sectores que desean retroceder a los tiempos anteriores a la Ley de Derechos Civiles de 1964, cuando la segregación estaba consagrada en las legislaciones; o quizá a 1920, antes de que se reconociera el derecho al sufragio femenino. Tal vez, a tiempos aún más oscuros. En suma, Estados Unidos, su gobierno y sus magnates encabezan un movimiento cada vez más difícil de distinguir del fascismo, y el desarrollo de los acontecimientos demuestra que, cuando está dominado por cómplices de la oligarquía, el Poder Judicial de una nación no supone un freno, sino un catalizador de los proyectos más inhumanos.