uede parecer frívolo. El planeta está al borde del colapso. La desigualdad crece a la par que las plutocracias del mundo toman el poder. El genocidio contra el pueblo palestino queda impune. Occidente, sumido en una crisis profunda, busca enemigos para justificar su expansionismo imperialista. Asimismo, el proceso de involución política se acompaña de una cultura belicista asentada en el miedo y sustentada en mayorías que abrazan el discurso del odio. En medio de esta marabunta, caudillos, salvadores de la patria, toman las riendas del poder, y en Estados Unidos Donald Trump llama a zafarrancho de combate contra inmigrantes, enarbolando un ideario xenófobo y racista. ¿Pesimismo histórico? Más bien, constatación de evidencias.
En este contexto, América Latina, está siendo colonizada por políticos e intelectuales españoles que van desde Santiago Abascal, Isabel Díaz Ayuso hasta Pablo Iglesias. Unos ofrecen becas de estudio, cursos de posgrado, asistencia a seminarios y congresos; otros venden proyectos y se presentan como referentes de una nueva izquierda. Políticos e intelectuales españoles a diestra y siniestra programan giras por la región, sabiendo que habrá interlocutores para canalizar sus propuestas. La derecha y sus ideólogos aprovechan cualquier ocasión para divulgar su religión política: la Iberósfera. En América Latina conectan con lo más reaccionario del pensamiento.
Unos y otros se retroalimentan, financian y reproducen. Sus fundaciones les permiten mantener contactos y obtener fondos. FAES, IDEAS o el Instituto República y Democracia de Podemos. El PSOE, en los años de Felipe González, financió la división del partido socialista chileno, se posicionó al lado de Estados Unidos en la crisis centroamericana, se alineó con los abogados de Pinochet, protegió a militares argentinos y dio refugio a criminales y torturadores de todo el continente. No muy diferente fue la posición de Rodríguez Zapatero hacia América Latina, y el actual presidente de gobierno, Pedro Sánchez, reconoció en su día a Juan Guaidó como presidente de Venezuela. Ni qué decir de los gobiernos del PP con Aznar y Rajoy.
Esa es la historia de España. Su imaginario de la región se asienta en el mito de la superioridad étnico-racial. Miran por encima del hombro y tienen claros sus intereses. Sólo buscan expoliar, proteger inversiones, apoyar a sus empresarios y sacar la máxima rentabilidad a sus negociados. PSOE, PP, PNV o la burguesía catalana hablan un mismo idioma: los negocios son negocios. En tierras amerindias tienen socios: cipayos deseosos de recibir las migajas del pastel.
Nacido al albur del neoliberalismo y su crisis, en España un nuevo movimiento de peninsulares y en América Latina de criollos, dizque progresistas, han rejuvenecido el discurso paternalista. Suelen considerarse herederos de las tradiciones libertarias y defensores de los derechos humanos en abstracto. Miran al norte. Piden paso y buscan denodadamente sus nichos. Unos y otros lo saben. Los gachupines progresistas acuden dando consejos y pontificando cómo hacer revoluciones a cambio de pingües nóminas. Sin interés por la región, poseen negocios y su actividad política en Madrid, Barcelona, Sevilla o Bilbao. Desde fines del siglo XX han desarrollado una prolífera actividad. Entre sus interlocutores tienen a jefes de Estado, ex presidentes, dirigentes de partidos y académicos. No pierden ocasión para mostrar en las redes sus vínculos con la élite política del país que visitan. Como muestra de su poder e influencia sacan partido a costa de no tan ingenuos que se prestan al juego. Eso sí, cuando se trata de sus currículos para optar a puestos de trabajo en España, América Latina desaparece. Su lugar es ocupado por universidades de Estados Unidos y europeas. La UNAM, la UBA, la Universidad de Chile, La Habana no suman puntos.
El mejor ejemplo son los dirigentes de Podemos. Su fracaso político ha sido eclipsado por el protagonismo de sus líderes, dando pie a una estrategia donde lo político cede paso a un interés crematístico, encubierto bajo un progresismo transformador, cuya máxima es acrecentar sus cuentas bancarias. Los vínculos alcanzados durante el ejercicio del poder han facilitado contactos. No por casualidad, Pablo Iglesias se presenta como ex vicepresidente, ex ministro y cerebro
de Podemos en el gobierno de coalición, estrategia aderezada con declaraciones apoyando a gobiernos como los de Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia, Lula en Brasil o Claudia Sheinbaum en México. Antes con Cristina Kirchner o José Mujica. No resulta extraño que en Colombia logre acuerdos para emitir programas enlatados o entrevistas ad hoc, de su holding comunicativo CanalRed, que cuenta con prensa digital, programas y servicios de publicidad política. Su financiación y beneficios los obtiene, en más de 50%, en América Latina. Poca diferencia con Repsol, Telefónica o Banco Santander. No hace mucho, Iglesias, en visita a México al Quinto Encuentro de Unidad de la Izquierda (sic) lanzó su propuesta para la región. ¿Cómo es posible?
El complejo de inferioridad de nuestras clases dominantes y sectores medios latinoamericanos juega malas pasadas. Las nuevas élites políticas progresistas mantienen el sueño de las viejas plutocracias, viajar por Europa, vestir a la moda parisina, beber whisky, hablar la lengua del imperio y obtener doctorados en universidades del viejo mundo. El colonialismo interno, el desprecio a los pueblos originarios los hacen cipayos. Unos y otros, gachupines y criollos, se reconocen en su ideología y retroalimentan. Como siempre, hay excepciones a uno y otro lado del Atlántico. Relaciones forjadas entre partidos anticapitalistas, sindicatos de clase, un sector del movimiento feminista, LGTB+ y ONG, cuyas relaciones se fundan en la horizontalidad, cooperación y solidaridad. La gira zapatista por España y Europa fue un ejemplo. Desengáñense, los gachupines cuentan con aliados: cipayos y criollos deseosos de las migajas del pastel.