a segunda llegada de Trump a la Presidencia de Estados Unidos renovó la célebre frase de Marx: Todo se escenifica dos veces, la primera como una gran tragedia y la segunda como una farsa abyecta
. La idea de la repetición de algunos eventos en la historia la había leído Marx en Hegel, cuando se refiere a cómo los romanos tuvieron que insistir en una conducción centralizada del imperio después de varios intentos. Apunta Hegel en Lecciones de filosofía de la historia (1837): En todas las épocas del mundo, una revolución política se sanciona en las opiniones de los hombres cuando se repite. Así, Napoleón fue derrotado dos veces y los Borbones expulsados dos veces. Mediante la repetición, lo que al principio parecía mera cuestión de azar y contingencia, se convierte en una existencia real ratificada
. Como se sabe, Marx retomó esa idea para su libro sobre el golpe de Estado en Francia perpetrado por Luis Bonaparte, sobrino del emperador Napoleón, cuyo propio golpe militar paró en seco la Revolución francesa. Hay 52 años de diferencia entre uno y otro evento. De hecho, Marx le impone el nombre de 18 Brumario (es decir, 9 de noviembre de 1799) más por la comparación que por haber sucedido en la fecha exacta. Luis Bonaparte, el sobrino de Napoleón, da su golpe el 2 de diciembre de 1851 y termina con la Revolución de 1848. Eso le da pie a Marx para alegar una repetición que ya, desde 1836, en una carta a su padre, le obsesionaba: Cada gigante presupone un enano; a cada genio, un ignorante aferrado a la tradición. César, el héroe, deja tras de sí al histriónico Octaviano; el emperador Napoleón, a Luis Felipe, el rey burgués; y a sí sucesivamente
. Curiosamente, en esa misma carta a su padre, Marx le dedica unos versos satíricos al maestro Hegel: Enseño palabras entreveradas en un revoltijo diabólico,/así, cualquiera puede pensar justo lo que elija pensar
.
Lo que Marx opinó del ascenso de este otro Bonaparte, quien decidiría la invasión a México con Maximiliano de Habsburgo a la cabeza de una monarquía, fue que se trataba de una farsa, puesto que el sobrino no tenía los arrestos y el carisma del primer Napoleón, un Robespierre a caballo
, como lo definió Madame de Stäel. Pero si es que la historia requiere ratificaciones, como suponía Hegel, la política siempre es nueva. En el caso de Napoleón III, es decir, Luis, no fue una repetición, sino una innovación: el hombrecillo grotesco que llega a nombrarse emperador con base en traiciones, golpes fallidos, y se presenta como garante del orden. En la descripción que el propio Marx aporta no hay mucho de repetición: un régimen burgués apoyado no exclusivamente por burgueses, sino también por campesinos y el célebre lumpen del proletariado que describe así: hijos ilegítimos de los aristócratas, soldados desmovilizados, hombres de negocios en quiebra, caballeros venidos a menos, secretarios de algún abogado despedidos, funcionarios sancionados, limosneros, carniceros en bancarrota, ladrones. Sin clase, pero movilizados como agentes por Bonaparte, son la base social que permite el gobierno de Luis Bonaparte y que le da hasta para invadir México. En el Congreso Internacional de Trabajadores de 1868, es Marx quien, con el apoyo de los delegados de Bélgica, propone un pronunciamiento contra la invasión en México, concluyendo que la respuesta a toda guerra debe ser la huelga general.
El editor de Marx en esos años, de 1852 a 1862, Charles Dana, del New York Daily Tribune, había estado en el proyecto de las comunas utópicas fourieristas con Emerson y Hawthorne en Brook Farm. De él, el cuñado de Marx, Edgar von Westphalen, hermano de su esposa Jenny, obtuvo la información para emigrar a Texas. En Sisterdale participó de las ideas utópicas comunales de los inmigrantes alemanes que habían huido de la derrota de la revolución de 1848, la que termina con el ascenso de Luis Bonaparte. Edgar, un convencido del socialismo, se metió de lleno en la lucha por abolir la esclavitud. Cuando Texas se alió a la Confederación esclavista, Edgar y sus camaradas trataron de huir a México, pero 61 de ellos fueron masacrados en el río Nueces. Engels le mandó dinero a Edgar para evitar su reclutamiento y para que huyera a Veracruz, pero el dinero llegó demasiado tarde, y el cuñado de Marx fue obligado a combatir del lado esclavista de la historia estadunidense. Cuando pudo, desertó.
Como se habrán dado cuenta, todo el tiempo he estado hablando de Trump, aunque parezca que lo he hecho sobre Marx. La idea de la historia que se repite para ser ratificada por el pueblo que la encarna es mucho más poderosa que la simple idea de que Trump ha vuelto a la Presidencia de Estados Unidos. Ya ha hecho su debut con sus órdenes ejecutivas
que son más o menos las mismas que en su primera gestión que fue, por decir lo menos, desastrosa. La repetición está en el uso de los imaginarios del siglo XIX a los que hemos hecho referencia: la expansión militar, el esclavismo del sur de Estados Unidos, la base social que limita entre la pobreza y la criminalidad, las utopías comunales, y el ascenso político de un personaje de farsa que, no obstante su condición, puede llevar a cabo una invasión del otro lado del mar. Lo nuevo de Trump esta vez es que su electorado se deshizo del neoliberalismo buena ondita
, es decir, del supuesto centro-progre y se ha ido con quien tiene respuestas a la concentración brutal de la riqueza de 99 por ciento en uno por ciento.
Han votado al de ultraderecha que se exhibe impúdicamente con los tres estadunidenses más ricos del planeta. Les ha dado una razón para que no tengan trabajo estable, servicios médicos, y sí venta de drogas en la esquina: los inmigrantes. Mientras el centro-progre jamás propuso redistribuir ni mínimamente la riqueza, la ultraderecha ganó la partida con una solución punitiva hacia los que no tienen papeles. Ésa es la novedad de la repetición. Si vuelve a fracasar, será la ratificación que registró Hegel y que Marx odió tanto que la calificó de farsa.