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Biombo Negro
E

l clima en Tepito es a menudo tórrido. La atmósfera es tan cambiante como el humor de sus habitantes. Clima y atmósfera ideales para despertar las ganas de matar o, al menos, para escuchar cuentos de criminales y asesinos bajo el cielo iluminado de estrellas, durante las noches de callejuelas oscuras y encuentros peligrosos a la vuelta de una esquina. Biombo Negro nació acaso de las narraciones orales de asesinatos y crímenes en las azoteas de Tepito.

Felipe Ehrenberg se instaló en este barrio destruido en gran parte por el temblor de 1985. Altruista y filántropo, este artista y original pintor deseaba ayudar a los damnificados de esta zona cruelmente afectada. Lourdes Hernández, recién casada con Felipe, se estableció a su lado. Ambos se lanzaron en una proeza de la que no habían medido sus alcances. Su alojamiento en Tepito se transformó en un centro de reuniones del barrio, pues tenían puerta abierta para quien necesitara ayuda o, simplemente, buscara compartir un trecho de su vida. Lourdes posee ese carisma, gracia donada por los dioses, que atrae a los otros como un astro magnético.

No creo que haya sido un proyecto calculado por ninguno de los dos, pero la habitación de Lourdes y Felipe se convirtió en un salón literario, sí: un salón literario en pleno Tepito. Ahí comenzaron a llegar escritores en ciernes y simples curiosos en quienes se despertó, ahí, el gusanillo de la escritura. Desde luego, nada qué ver con los salones literarios de Madame Recamier, una de las Tres Gracias del Directorio, o Virginia Woolf, miembro del Bloomsbury Group, tan distintas una de otra, pero ambas literarias hasta la punta de las uñas. Lourdes creó su taller a su imagen y semejanza: puertas abiertas; sentido del humor como exigencia; seriedad del espíritu, pero para nada espíritu de seriedad; igualdad entre los integrantes, así algunos fueran casi analfabetos pero con ganas de aprender a escribir, y libertad de pensamiento y de expresión. Estas reglas implícitas permitieron la llegada al taller de personas tan disímbolas como una cocinera y un neólogo. Lourdes sabía encontrar los vasos comunicantes entre los asistentes y formar, así, un grupo de personas en busca de la revelación que propone el enigma de la escritura. Los comensales del crimen Beto y Magda, entre otros.

Poco a poco nació la idea de concretar las experiencias escriturales en una revista. El proyecto se consolidó hacia 1993. Editaron el primer número bajo la dirección de Lourdes Hernández, quien seguiría dirigiendo la que sería una revista a la vez literaria y policiaca. Biombo Negro había nacido. De carácter irónico, cuando no satírico, los textos que forman el cuerpo de cada número de la revista poseen originalidad e inventiva raras.

Cada relato o cuento hurga en caminos a veces nunca antes pisados, abriéndose a medida que el caminante avanza en la selva oscura, no del infierno de Dante, sino del crimen a la vuelta de la esquina, el asesinato a sangre fría jamás imaginado por Truman Capote.

La lectura de los textos de Biombo Negro pueden distraer pero, a veces, persiguen al lector en sus sueños cuando no lo acosan con pesadillas de las cuales despierta, siendo preferible el insomnio fecundo de la lectura.

Felipe Ehrenberg y otros pilares de Biombo Negro se han ido a lugares donde los crímenes ya no pueden tener lugar. Habitantes quizás ahora del lugar sin lugar: la Utopía, término proveniente del griego utilizado por Thomas Moro por vez primera en 1516.

Lugar sin lugar, Biombo Negro (otro número acaba de aparecer) es el lugar donde reina la imaginación, el lugar ideal para los relatos que narran seres fantasmales venidos del más allá. Sean ellos los bienvenidos entre quienes creemos en un lugar imaginario que no tendrá nunca lugar, porque es él mismo el lugar de las apariciones. Y las apariciones se desvanecen cuando se abren los ojos y “la vida es una ilusión, una sombra, una ficción… y los sueños, sueños son” (Calderón de la Barca).