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2025: todo cambia
E

n una semana más, Donald Trump asume la presidencia de Estados Unidos, una formalidad, pues el vacío de poder ya lo llenó desde hace semanas, con los anuncios estridentes de un provocador profesional. Un negociador que quiere sentarse a la mesa con el mundo, en posición de ventaja. En esa clave hay que entender la amenaza expansionista de Groenlandia o el Golfo de México. Caso especial es el de Canadá y Justin Trudeau, con quien se ensañó al grado de que este último evaluó inviable sostener su liderazgo y legado, en la nueva era que arranca en 2025.

Nosotros podremos perdernos en nuestra agenda coyuntural, pero estamos viviendo una transformación de la agenda geopolítica global. Qué significa eso: que durante los últimos 40 años Occidente le apostó al multilateralismo, a la globalización y a la integración comercial; y es el propio Occidente el que está dando marcha atrás en esa agenda, arrinconado por una sociedad embelesada por el discurso nacionalista y de liderazgos fuertes, aunque no necesariamente destaquen por democráticos.

Es Europa, es Estados Unidos, es un electorado que entre grandes bloques comerciales de colaboración (léase la Unión Europea o el Nafta), y el fortalecimiento del Estado nacional, quiere lo segundo. Una vuelta al siglo XIX en lo político, una vuelta a la posguerra en lo económico. Y hay que decirlo con claridad, el combustible de esa flama nacionalista que se propaga en las democracias liberales es la migración.

Esta idea de preservar la cultura nacional intocada, se vuelve prioridad para tres generaciones: una envejecida, a quienes la globalización no les cumplió una expectativa económica pensionaria; una en edad de trabajar, incapaz de formar patrimonio y tener la vida que tenían sus padres; y una más joven, polarizada por cómo consumen noticias, sin gran contexto histórico, y salarios pauperizados. Todas las generaciones de votantes tienen –al menos en la cabeza– un reclamo válido a la globalidad, que le están o ya le cobraron en las urnas.

Y podremos tildar de ocurrente la idea del Golfo de México, la anexión de Canadá o Groenlandia, pero para millones de electores en Estados Unidos, es la materialización de la promesa de hacer a América grande otra vez. Sea como sea, el mundo lleva 10 años hablando de Donald Trump, y hablará 10 más. Ese es el macro contexto que nos rige, las tormentosas aguas en las que México debe navegar.

Creo que la estrategia del gobierno de México hasta ahora ha sido eficaz. No pelear donde es posible, y pelear aquello donde se toca la soberanía. Debemos recordar que no hay libreto para un mandatario como Trump. Nadie en la clase política mexicana , por más experiencia que tenga, ha vivido a un presidente con un segundo mandato sin posibilidad de relección, que haya gobernado cuatro años con antelación a la administración que termina, que haya atravesado el embate de la justicia, haya ganado en los medios y en las urnas, y regrese a la oficina oval con todo el poder. Un presidente, en suma, que no tiene nada que perder. Un Trump que no tiene incentivo alguno para moderarse o matizar posiciones, sino todo lo contrario: cuando más radical ha sido, mejor le ha ido, desde su perspectiva.

Por eso sostengo que la agenda estratégica de México debe privilegiar aquellos puntos, como la seguridad, donde a pesar de la estridencia mediática o la costumbre de aplastar al interlocutor, tenemos objetivos comunes. Separar la retórica, la política y la economía, es una tarea de filigrana. Pero es lo que hoy debe sortear el gobierno para perder lo menos posible, y ganar donde los intereses sean comunes.

No hay receta, no hay script. 2025 marca, como si hubiera una cita en la línea de tiempo de la historia, el fin de una era y el inicio de un siglo, para efectos, distinto. 40 años de dominio del discurso globalizador es un pestañeo en la historia. Imaginemos, hablando de fronteras geográficas y nuevos expansionismos, en los límites entre naciones hace 200 años. Pensemos en las economías hace 100; en las sociedades hace 50. El poder político está encontrando en los nuevos nacionalismos la razón que le faltaba para reconcentrarse.

Recuerdo que en 2000 pensamos que este siglo sería el de la tecnología y la consolidación de los avances de la democracia liberal. 25 años después, confirmamos lo primero y apuntamos una nueva hipótesis: la de la reconstitución de los estados nacionales y un proteccionismo antinmigrante que gana terreno en lo político mientras, la realidad económica y la movilidad humana en el mundo, hacen lo propio.