Opinión
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Memorias de Santa María
E

n alguna ocasión hablamos acerca de las placas de azulejo que se conservan en muchas de las calles del centro histórico, que señalan su antiguo nombre y ayudan a preservar la memoria histórica de la vieja ciudad.

Inspirados en ellas, el historiador Ricardo Lugo Viñas y el escritor Jaime Martínez, habitantes de la añeja colonia Santa María la Ribera a la que profesan gran amor, emprendieron una investigación en libros, archivos y la recuperación de voces de vecinos.

El fruto del trabajo los llevó, entre otras acciones, a iniciar un proyecto de colocación de placas en las que recuerdan a personajes que la habitaron y lugares donde sucedieron hechos que ya son historia. Asimismo, Lugo Viñas es el autor del libro Santa María la Ribera, antología de autores y calles, que publicó el Museo Universitario del Chopo.

Recientemente los acompañamos en un recorrido que inició en el emblemático Kiosco Morisco, donde recordamos su origen. Nos remontamos a finales del siglo XIX, en que inventaron las estructuras de hierro que permitían levantar construcciones como la Torre Eifell en París, Francia, y el Museo del Chopo.

El autor fue el ingeniero José Ramón Ibarrola, quien lo diseñó para representar a México en la exposición internacional de Nueva Orleans. Tiempo después, el kiosco viajó a París para el mismo fin, de regreso se instaló en la alameda central y, finalmente en 1910 se estableció en el corazón de la alameda de Santa María.

De ahí fuimos a conocer la casa donde vivió un tiempo Ramón López Velarde y así, visitamos la de Enriqueta Camarillo –poeta y dramaturga–, de Amado Nervo, de Elvia Carrillo, del Dr. Atl, de Mariano Azuela , el viejo teatro Bernardo García, una locación de la película El Castillo de la pureza y el emblemático Salón París.

Un delicioso recorrido pleno de anécdotas y datos inéditos que enriquecen la historia de la icónica colonia que está teniendo un renacimiento; sin embargo, hay que cuidarla para que no le quiten su vida tradicional como uno de los primeros asentamientos que se desarrollaron cuando comenzó la expansión de la antigua Ciudad de México, en la segunda mitad del siglo XIX.

Su historia inicia cuando los emprendedores hermanos Flores fundaron la primera empresa inmobiliaria de la capital para desarrollar los terrenos de la hacienda de La Teja y los ranchos de La Verónica, Santa María, Los Cuartos y Anzures. Los primeros años no fueron fáciles; aunque la traza fue excelente y los lotes de muy buen tamaño (de 900 a mil 500 metros cuadrados) carecían de servicios públicos.

El ayuntamiento se mostraba reacio a instalarlos, principalmente por carecer de recursos, por lo que poco a poco con la colaboración de los colonos se fueron estableciendo. La venta de los predios estuvo dirigida a una población de clase media que pudiera adquirir y hacerse de una propiedad raíz, en la cual disfrutar las delicias del campo sin desatender sus ocupaciones de la ciudad. Un atractivo era la cercana estación de ferrocarril.

En general prevalecía homogeneidad en las familias que se fueron a vivir, en su mayoría clases medias acomodadas, lo que se reflejó en la arquitectura. Aquí se desarrolló un estilo más nacional a diferencia de la Juárez o la Roma que trataron de parecer colonias de París. Eran comunes las casas de un piso con su patio, balcones, techos altos, cómodas, acogedoras y sin pretensión, bellas y elegantes en su simplicidad. No faltaron extravagancias, pero fueron las menos. Lamentablemente muchas fueron demolidas en el siglo XX, para construir edificios modernos. Por eso son importantes iniciativas como la de Lugo Viñas y Martínez, que preservan pedacitos de la memoria de la colonia.

El paseo concluyó en la cantina Salón París, en su nuevo local en Jaime Torres Bodet número 151, a unos pasos del que ocupó desde 1934 en una hermosa casona decimonónica. Es uno de los lugares de más tradición y queridos de la Santa María, que guarda muchas historias y leyendas.

La más famosa es que aquí comenzó José Alfredo Jiménez, que en sus inicios iba como parroquiano, llevaba su guitarra y ya con varios tequilitas componía estribillos de sus canciones en las servilletas.

El servicio, la bebida y los alimentos son de primera. Para acompañar la botana nada como una de sus tradicionales bolas de cerveza. De los platillos de la carta son famosos las carnitas y el chamorro.