stá iniciando el segundo sexenio de la transformación y, al igual que el primero, tiene un ritmo vertiginoso de innovaciones, ajustes, reformas y posicionamientos cuya serenidad no logra ocultar su audacia. Lo más visible en el panorama mediático ha sido la consumación de la reforma al Poder Judicial y los preparativos para la renovación de eso que llaman arquitectura institucional
y de los funcionarios que toman las decisiones en los tribunales. Pero la relevancia de este proceso no reside en los berrinches de la actual mayoría de ministros de la Suprema Corte ni en los desesperados intentos de abortar la reforma por parte de algunos jueces rinconeros. Lo que un señor de apellidos González Alcántara Carrancá llama la destrucción del legado constitucional
es, en cambio, una reafirmación y una realización rotunda del postulado central y más trascendente de la Carta Magna:
La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno
(artículo 39).
Y fue el pueblo mandante el que en las elecciones de junio pasado decidió entregar su representación a Claudia Sheinbaum y a las bancadas legislativas mayoritarias para que transformaran una de las tres ramas del Estado, y es ese mismo pueblo el que ejercerá un año más tarde su derecho a decidir la composición del Poder Judicial.
En estos 100 días, la presidenta Sheinbaum ha honrado además su compromiso con el proyecto de nación que llegó a Palacio Nacional con Andrés Manuel López Obrador (AMLO) hace poco más de seis años y que en 2024 recibió el refrendo convencido de la mayoría mediante innumerables iniciativas y acciones para reivindicar a las mujeres y a los pueblos indígenas, combatir a la corrupción, escuchar al pueblo, gobernar con austeridad, impulsar la recuperación del agro, avanzar en la reconstrucción de los sistemas de salud y educación públicas, consolidar y ampliar los programas sociales, defender la soberanía nacional y atenerse a los principios constitucionales de la política exterior, entre otras cosas.
La congruencia entre el decir y el hacer le ha valido a la mandataria un rápido incremento de los índices de aprobación y una respetabilidad en tanto que figura de primer orden en el escenario internacional. Desde sus primeras actuaciones en el despacho presidencial de Palacio Nacional, Claudia Sheinbaum ha mostrado talla de estadista. La insidia opositora que la describía como una marioneta de AMLO ha sido derrotada en toda la línea por la feliz combinación entre el buen desempeño de la Presidenta y la lealtad de su antecesor a su promesa de retirarse de la escena política una vez que concluyera su encargo.
Este balance positivo no pretende negar los enormes desafíos a los que se enfrenta el segundo piso de la Cuarta Transformación (4T) en los ámbitos económico, político, internacional y cultural. Es necesario, desde luego, fortalecer las finanzas públicas y la recaudación –sin recurrir, por ahora, a una reforma impositiva– y reducir el déficit fiscal; en muchos sectores de la administración pública –y no son excepción los gobiernos estatales– siguen existiendo bolsones de corrupción, amiguismo, influyentismo y nepotismo; el deterioro ambiental, el agro y las zonas urbanas marginadas requieren de acciones urgentes; y todo ello, en el contexto de los avances de la ultraderecha en el mundo y en el continente, con especial punto de interés en el inminente inicio de la segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos.
Lo más ominoso de esta última circunstancia no es necesariamente el alud de amenazas en contra de México expresadas por el millonario neoyorquino y su pandilla porque, a fin de cuentas, durante el gobierno de López Obrador la 4T le tomó la medida al energúmeno o, por así decirlo, le hizo ingeniería inversa; y el hecho de conocer los resortes que mueven a Trump y a sus compinches será de gran utilidad para hacer frente a su segundo periodo en la Casa Blanca sin ceder soberanía y, al mismo tiempo, sin entrar en un conflicto mayúsculo con el país del norte. Lo más preocupante es el desbarajuste que el discurso trumpiano podría causar en la economía mundial y en la configuración de las relaciones internacionales, que será proporcional al margen de acción del que el próximo presidente gringo disponga en lo interno, y que será ciertamente más holgado que el que tuvo en su primera administración.
En suma: México está por enfrentar un escenario externo incierto y ominoso teniendo a su favor la mejor de las configuraciones políticas internas: con un gobierno fuerte y respaldado, en armonía con el Legislativo y con las autoridades estatales –surgidas o no de los partidos de las 4T– y en vísperas de estrenar un Poder Judicial dedicado a impartir justicia y no a favorecer a particulares ni a sabotear políticas públicas.
Buen inicio.