l presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, prepara el terreno para su vuelta al poder con declaraciones cada vez más agresivas y delirantes. Después de insistir en su añeja idea de comprar Groenlandia a Dinamarca y amenazar –sin que viniera a cuento– con restablecer el control colonial estadunidense sobre la zona del Canal de Panamá, ayer generó inquietud internacional al decir que no descarta la coerción económica o la vía militar para lograr esos objetivos. Al mismo tiempo, mantiene su permanente golpeteo verbal contra México, al que ayer calificó como un lugar muy peligroso
, gobernado por los cárteles del narcotráfico, que se encuentra realmente en apuros, en muchos apuros
y deja pasar a millones de personas a territorio estadunidense. De una manera que sólo puede tener lógica dentro de su mente, ello le llevó a asegurar que cambiará el nombre del Golfo de México por Golfo de América
, denominación que consideró apropiada y dotada de un lindo sonido.
Es necesario analizar por partes tal cadena de despropósitos. Su presión sobre Dinamarca, que incluye un viaje de su hijo a la isla, se inscribe en su tendencia a humillar a los países europeos desde su primer mandato a sabiendas de que el Viejo Continente, y en particular los miembros de la Unión Europea, padecen una debilidad política e institucional aguda y de que sus dirigentes están dispuestos a soportar cualquier vejación antes de marcar un alto a Washington. La actual actitud del magnate exhibe también que los europeos no aprendieron nada entre 2017 y 2021: en vez de reafirmar su autonomía y buscar una política internacional que reduzca su dependencia de Estados Unidos, se sumaron –y Copenhague con más entusiasmo que la mayoría– a las provocaciones contra Rusia y se entramparon en la guerra librada por la OTAN con las vidas de soldados ucranios. Dado que Europa carece de la capacidad económica, industrial y de inteligencia para sostener el conflicto, y que un triunfo absoluto de Moscú lo pondría a las puertas del Espacio Schengen, Trump cuenta con una herramienta de chantaje que evidentemente no duda en utilizar.
Las bravatas en torno al Canal de Panamá deben entenderse tanto en el marco de la agresividad imperialista contra América Latina que Cuba y Venezuela sufren más que el resto de la región, como en el contexto de la guerra multidimensional con que la Casa Blanca pretende descarrilar el ascenso económico y tecnológico de China.
En lo tocante a México, y sin ignorar los desafíos reales en materia de seguridad, está claro que los estadunidenses son los menos autorizados para señalar las posibles fallas en el combate al crimen organizado: es Washington el que no puede detener las drogas en su propia frontera, el que lava el dinero de los cárteles, el que no mueve un dedo para reducir la demanda de estupefacientes, el que diseña las rutas de tránsito de las sustancias ilícitas y, en suma, el que muestra lo que sólo puede ser una completa incompetencia o un sometimiento a los grupos delictivos. Es también absurdo que México sea acusado de ser un lugar peligroso por el único país que ha lanzado una bomba atómica sobre seres humanos, el que más guerras ha iniciado en el siglo reciente, el que asesina o secuestra a dirigentes de otras naciones, entrena y financia terroristas desde Miami hasta Afganistán, derroca gobiernos establecidos democráticamente, posee bases militares en todo el globo y bombardea a discreción cualquier rincón del planeta.
Bajo esta luz, se aprecia que los dichos del inminente presidente estadunidense son manifestaciones de la bravuconería intimidatoria que despliega para inhibir a su contraparte en cualquier negociación. Usó este discurso para ganar dos elecciones y ahora lo emplea con el fin de poner sobre rieles el inicio de su segundo mandato, darle la espectacularidad a la que es afecto y presentar supuestos beneficios instantáneos de su gobierno. Aunque Estados Unidos ya no posee los recursos diplomáticos, políticos, financieros y militares para moldear el mundo de acuerdo con sus intereses, sí tiene los suficientes medios para ocasionar enormes daños. En este sentido, los discursos hostiles y mendaces como el que ahora endereza contra México incitan al odio y ponen en riesgo la integridad física y las libertades de millones de personas. Por ello, la fanfarronería con que apacigua las paranoias de su electorado se convierte en un factor de riesgo dentro y fuera de las fronteras estadunidenses y habrá que responder a ella con tanta inteligencia como firmeza.