Política
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El campo en su transformación
E

l campo, los campesinos y productores de alimentos de pequeña y mediana escala, y los jornaleros, son sujetos centrales del segundo piso de la Cuarta Transformación (4T) que lidera la presidenta Claudia Sheinbaum. ¿Por qué razón? Porque sin ellos no hay posibilidad de seguir avanzando en el fortalecimiento de nuestra soberanía alimentaria y en la erradicación de la extrema pobreza, que es una dimensión esencial del objetivo primero de nuestro gobierno, que es el bienestar del pueblo de México. Explico por qué y cómo.

El campo mexicano es muy distinto al de nuestros padres: 1) cuatro décadas de neoliberalismo destruyeron instituciones centrales para el ordenamiento y la regulación de la vida y la producción en el campo, sin remplazarlas por nada; 2) la producción primaria hoy es sólo una parte de un sistema agroalimentario más complejo; el PIB primario en 2023 fue de 1.2 billones de pesos, pero si agregamos los servicios (transporte, comercio de alimentos, provisión de insumos, etcétera) y la agroindustria, el PIB alimentario crece a 3.9 billones de pesos; mucho se decide y se juega fuera de la milpa o la parcela; 3) 75 por ciento de los habitantes rurales viven a menos de 90 minutos de algún centro urbano, y los miembros de sus hogares (especialmente jóvenes y las mujeres) acceden a empleos en la agricultura, en los servicios y en la industria. Viven entre el campo y la ciudad. Gracias a esta multiactividad, millones han construido alternativas mejores a la de migrar permanentemente u otras peores; 4) las formas de producción derivadas de la Revolución Verde están cuestionadas por sus impactos ambientales y sociales y ya no aseguran siquiera la competitividad en el mercado y menos la indispensable legitimidad social; 6) las sociedades rurales y los productores de alimentos están más expuestos a fuerzas globales porque operan en una economía abierta y de mercado, y porque el cambio climático se manifiesta con tremenda fuerza en el campo, rompiendo regularidades que ordenaron la vida de padres y abuelos.

¿Es este un campo al borde del colapso? No, y no lo es tampoco si nos referimos a los campesinos y productores de pequeña escala. Según cómo se mida, México es entre el séptimo y el décimo mayor productor de alimentos del orbe. Vuelvo al PIB alimentario de 3.9 billones de pesos, generado en su mayor parte por campesinos y empresas mexicanas de micro, pequeña y mediana escala. Ellos, y no la gran agricultura o agroindustria, son también responsables de más de 80 por ciento del empleo en el campo. Además de alimentarnos, la pequeña y mediana agricultura aporta significativamente a las exportaciones, pues cultiva 66 por ciento de la cebada y 91 del agave que se convierten en cer­veza y tequila, 87 del aguacate y 71 de la caña de azúcar. La producción nacional de casi todos nuestros alimentos básicos ha crecido significativamente, aunque la sequía ha golpeado fuerte a granos y oleaginosas, y el arroz y el frijol sí registran una caída prolongada. Importamos más maíz amarillo porque consumimos 11 por ciento más proteína animal gracias al mayor bienestar de nuestro pueblo, y vacas, cerdos y pollos comen 18 millones de toneladas adicionales de ese grano, que son casi iguales a los 19 millones importados en 2023.

Es claro que nuestro campo sí tiene problemas estructurales. La pobreza extrema por ingresos disminuyó 18.4 por ciento entre 2018 y 2022, pero sigue lastrando la vida de 6 millones de compatriotas. Muchos jornaleros no acceden a sus derechos sociales y trabajan para empresarios que no cumplen con las leyes laborales. Parte de nuestra agricultura y ganadería deforesta miles de hectáreas anualmente, y muchas pesquerías están sobrexplotadas. Se desperdicia al menos un tercio de toda el agua que se usa en el país regando ineficientemente y muchas veces se accede y se usa el agua fuera de la ley. La productividad, especialmente en la pequeña y mediana escala, está estancada, porque nuestro sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación no la atiende o lo hace mal. Los campesinos, incluso los de más pequeña escala, sí comercializan, pero lo hacen en forma precaria y sobre todo en condiciones muy injustas, presas de una densa maraña de intermediarios. Comemos demasiados alimentos chatarra que nos enferman. Los ejidos están debilitados.

Por ello la política para el campo del segundo piso de la 4T de nuestra presidenta Sheinbaum es profundamente transformadora, porque no estamos conformes con el campo que tenemos. Construir soberanía alimentaria es tecnificar el riego en decenas de miles de hectáreas y recuperar el gobierno de las concesiones de agua; asignar 85 mil millones de pesos a los programas del bienestar para el campo que ahora son derechos constitucionales; recuperar la autosuficiencia de frijol con la Productora de Semillas del Bienestar; abrir canales justos de comercialización a campesinos productores de café, cacao y miel con Alimentación para el Bienestar; aumentar la compra de leche nacional por Liconsa; retirar decenas de plaguicidas altamente tóxicos; ampliar el acceso al crédito, la asistencia técnica y a una buena comercialización con Cosechando Soberanía; vigilar que las grandes inversiones, sean nacionales o extranjeras, cumplan la normatividad laboral, social y ambiental y aporten a una prosperidad compartida; ampliar el acceso de las personas jornaleras a sus derechos constitucionales, y, muy centralmente, garantizar constitucionalmente que en México se protege la diversidad genética y el patrimonio intangible de nuestra milenaria cultura a través de la reforma constitucional que prohibirá el cultivo en México de maíz transgénico. En fin, en el segundo piso de la 4T hay política transformadora para el campo con objetivos de bienestar, prosperidad compartida y soberanía alimentaria.

* Secretario de Agricultura y Desarrollo Rural