n los tiempos desasosegados, dolorosos que vivimos, se impone la reflexión. Un incentivo es abrevar en la obra de un escritor con hondura: Thomas Mann. En palabras de García Ponce, profundo conocedor de su obra, el artista sabe que ha asistido y hecho visible para nosotros el fin de una forma de vida, la anulación de una serie de creencias, la imposibilidad de mantenerse dentro de los seguros cánones que establecía un determinado mundo social
.
Pareciera deslizarse no de la vida a la muerte, sino en un continuo vida-muerte, fuera del mundo, fuera del yo
, en un tiempo atemporal. La muerte danza seductora frente a los personajes y dentro de ellos mismos para conducirnos al terreno de lo prohibido. “Ante la descarnada negación que representa la muerte –nos dice García Ponce–, sólo queda entonces convertir un vacío en voz. Y esta es la voz del arte: el camino que escoge Hanno Buddenbrook para entregarse a la muerte (…)” ¿la sublimación?
Las cartas están echadas y no hay marcha atrás para el novelista que incursiona en un camino sin retorno, al espejo de la verdad desnuda. Ya no puede engañarse ante la naturaleza humana, las vicisitudes de la existencia.
Al llegar a la raíz encuentra el inexorable sentido trágico de la existencia: la vida-muerte-necesidad y el Más Allá del principio del placer freudiano, el desamparo originario, el dolor de la incompletud, la compulsión a la repetición que oculta la pulsión de muerte.
Sólo después de haber conocido a profundidad los escritos freudianos, Mann hace una valoración y dice: “En lo que a mí atañe, al menos uno de mis trabajos, el relato Muerte en Venecia, se creó bajo la influencia directa de Freud. Sin Freud nunca hubiera pensado tratar un tema erótico semejante o lo habría tratado de otra manera. Si se me permite emplear términos militares, la tesis de Sigmund Freud representa una suerte de ofensiva general contra el inconsciente con el fin de conquistarlo. Como artista debo confesar, empero, que las ideas freudianas no me satisfacen en forma absoluta, incluso me inquietan y me hacen sentir empequeñecido. En efecto, las ideas de Freud traspasan al artista como un haz de rayos X, lo que llega hasta la violación del secreto del acto creador”.
En otras palabras, Thomas Mann condensa, se autoanaliza en un juego de palabras espléndido: (erleben) vivir y (erlenden) sufrir; es decir, existe un grado de capacidad de dolor si se recuerda que las relaciones entre dolor y traumatismo son muy estrechas. La transformación de cada vivido en un sufrido, donde cada experiencia vivida deviene una experiencia de sufrimiento
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(Lowenfeld citado por Jean Laplanche. La sublimación, editorial Amorrortu).