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Cuba-EU: la esperanza efímera
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oy se cumplen 10 años de uno de los anuncios más sorprendentes y esperanzadores en las relaciones de Washington con América Latina: la transmisión simultánea en la que los entonces presidentes Barack Obama y Raúl Castro informaron a sus ciudadanos y al mundo que habían llevado adelante un diálogo de alto nivel en el que acordaron la normalización de las relaciones diplomáticas rotas en 1961 y el levantamiento de una porción importante de las inhumanas sanciones impuestas a la isla por diferentes mandatarios estadunidenses a lo largo de décadas de hostilidades.

Ese 17 de diciembre de 2014, el entonces residente de la Casa Blanca afirmó que Estados Unidos elige soltar las cadenas del pasado para alcanzar un mejor futuro: para el pueblo cubano, el pueblo estadunidense, para todo nuestro hemisferio y para el mundo.

El aviso y el paulatino retiro de las múltiples medidas de bloqueo contra Cuba fueron recibidas con júbilo en la isla, donde hubo un auténtico despegue económico gracias a la afluencia de turistas y la posibilidad de comerciar en el exterior; esa política causó también un gran alivio para centenares de miles de cubano-estadunidenses que pudieron reunirse con sus familias e impulsar el desarrollo de su nación de origen, y fue motivo de alegría por los gobiernos y las sociedades latinoamericanas que finalmente pudieron ver un gesto real de buena vecindad y reflujo del colonialismo por parte de Washington, así como con beneplácito en la ONU por el giro hacia el respeto de la soberanía y los derechos humanos en la superpotencia. Incluso el empresariado estadunidense acogió con entusiasmo la posibilidad de hacer negocios en Cuba.

Sin embargo, todo el optimismo bilateral y global se vino abajo cuando Donald Trump, tras su arribo al poder, decidió agasajar a la derecha más recalcitrante cancelando todos los avances de la era Obama y agregando nuevas capas de sadismo al bloqueo criminal contra Cuba. De un día para otro se desvaneció la libertad de los estadunidenses de viajar y comerciar con la isla, mientras los cubanos perdieron toda oportunidad de superar la crisis económica crónica.

No puede olvidarse que el magnate mantuvo su política de máxima presión sobre Cuba durante la pandemia de covid-19, cuando impidió a las autoridades de La Habana la compra de insumos esenciales para afrontar la emergencia sanitaria. Durante su campaña electoral en 2020, Joe Biden prometió restaurar la política de normalización de Obama en gran parte, pero se desentendió casi por completo de ese compromiso. Ni siquiera llevó a cabo la acción más elemental, la cual estaba dentro de sus atribuciones y habría sido de gran ayuda para el pueblo cubano: retirar al país de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, una catalogación injustificable que mantiene a Cuba fuera de cualquier actividad financiera internacional.

Como resultado, la nación caribeña se encuentra en una situación de catástrofe, imposibilitada para generar los recursos urgentes a fin de restaurar su sistema energético, echar a andar la producción alimentaria, aprovechar su potencial turístico y poner en pie su industria devastada por el aislamiento al que la ha sometido Washington. El pueblo cubano enfrenta unas condiciones límite a causa de políticas hostiles adoptadas hace más de 60 años en el contexto de la guerra fría, que perdieron su razón de ser con la desaparición del bloque soviético en 1991 y que no han logrado eliminar al régimen surgido de la Revolución cubana, pero que han provocado un sufrimiento infinito a millones de civiles que nada tienen que ver con los pulsos geopolíticos.

Hoy en día, la crueldad contra Cuba sólo se explica por un anticomunismo trasnochado y por la influencia del lobby cubano-estadunidense, que tendrá a uno de sus miembros más prominentes y virulentos en la Casa Blanca cuando el senador Marco Rubio encabece el Departamento de Estado. Aun si todo augura que el próximo gabinete será uno de los más derechistas e intransigentes en la historia de Estados Unidos, el presidente electo y sus correligionarios deben darse cuenta de la improcedencia de persistir en el extravío de castigar a un país entero por no gobernarse como Estados Unidos desea.