s un año de rupturas. El 6 de junio en París, después de la presentación del cortometraje Regreso a la razón, de Man Ray, un diferendo entre André Breton y Tristan Tzara, marca la ruptura definitiva entre los movimientos surrealista y dadaísta. Primo de Rivera da un golpe de Estado en España, Lenin recomienda destituir a Stalin y el joven escritor José Eustasio Rivera denuncia el abandono institucional y las injusticias y crímenes que padecen los colonos de su país. Como los ministerios responsables no responden, publica varios artículos periodísticos sin lograr nada.
El contacto de este poeta con la vida real lo hace que, como parte de la Comisión Investigadora de la Cámara de Representantes de Colombia, en 1925, dé a conocer un contrato para construir el oleoducto entre Barrancabermeja y Barranquilla, otorgado a la trasnacional Andian National Corporation. No es una denuncia cualquiera: involucra al embajador colombiano en Estados Unidos, Carlos Adolfo Urueta, y al presidente de Colombia, Pedro Nel Ospina. En la comisión, Rivera hizo públicos los vínculos entre Urueta y la Standard Oil Company de Rockefeller, algo prohibido por la Constitución colombiana. El presidente Nel Ospina gustaba de navegar en el pantano de la corrupción con un estilo de vida de triunfador: fue el primer presidente en el mundo que usó el avión en misiones oficiales y al que se le descubrió una red de funcionarios de su gobierno que falsificaban billetes colombianos en Alemania. Otra marca de su gobierno fue la venta de concesiones a la United Fruit Corporation.
José Eustasio Rivera había publicado Tierra de promisión, libro con 55 sonetos y la que sería su única novela: La vorágine, historia que anticipa la saga de novelas de dictadores del boom latinoamericano al mostrar cómo sólo podrían subsistir con apoyo de las trasnacionales. Si en la Colonia los países imperiales fueron los encargados de saquear los recursos naturales, el remplazo expoliador fueron las trasnacionales que requerían de la mano dura de los dictadores.
La vorágine, que cumple un siglo de su publicación, es un relato semificticio y semibiográfico del protagonista Arturo Cova, donde da cuenta de sus experiencias con los vaqueros de los llanos, particularmente de los indios caucheros obligados a trabajar en la selva. La selva es un personaje poderoso que engulle a sus invasores.
En una entrevista publicada en Nueva York el 7 de noviembre de 1928, recuperada por el portal colombiano La Linterna de Bogotá, Rivera dice que quiso revelar la vida de la vasta región de 2 mil leguas, desde las afueras de Bogotá hasta las entrañas amazónicas, y mostrar cómo la naturaleza penetra en el corazón de estos hombres, contagiándoles su violencia. Sin embargo, su aspecto más crucial, su relevancia sociológica, refleja el propósito patriótico y humanitario que la sustenta, un llamado en favor de las razas esclavizadas en su propia tierra frente a la indiferencia de la nación
.
Le dolía que en Nueva York no les importara la sangre que representaba la industria del caucho: a nadie importan los miserables esclavizados y perseguidos en la cuenca amazónica
.
Una reflexión más lo revela como un novelista con una clara conciencia ecológica, un adelantado, como todo poeta: La selva amazónica es una reserva de la humanidad y alguien debe, en nombre de ésta, dar el primer paso, a fin de prepararla y acondicionarla para un futuro en el que puedan coexistir la naturaleza y las razas humanas
.
Si en 1921 López Velarde había escrito en su Suave patria: El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros de petróleo el diablo
, José Eustasio Rivera escribió La mancha negra, entre 1925 y 1928, novela de la que habló mucho y está perdida. Mientras trabajaba en Nueva York sobre la traducción de La vorágine, también daba los últimos detalles de esa novela que exploraba el corrupto mundo del petróleo
.
La mancha negra, afirma en esa entrevista legendaria, “trata de los petroleros yankis y de su nociva influencia en la política criolla, un dantesco desfile de cuervos de levita y chequera en un frío escenario urbano de desvergüenzas y corruptela. Allí he dejado clavados contra la pared con un estoque a ex presidentes y ministros colombianos. Estudié el tema en Colombia y en Méjico… Una vez aparezca la novela, me marcharé a África; en Colombia no me siento seguro. Igual sensación empiezo a sentir aquí, en Nueva York”.
Amigos y familiares dan cuenta de la existencia de la novela, pero el 23 de noviembre una serie de convulsiones lo dejaron casi en estado comatoso. Murió el primero de diciembre a las 12:50 horas. El diagnostico del policlínico de Nueva York: deceso por una hemorragia cerebral de origen malárico.
Si provocó dudas la causa de su fallecimiento, según la Academia Nacional de Medicina de Colombia, la pérdida del manuscrito de La mancha negra favoreció la sospecha, pues en el inventario de propiedades que llevó a cabo la cancillería colombiana luego de su muerte, no aparece registrado. ¿Será exhumado algún día el manuscrito de alguna colección o biblioteca, o la vorágine de la corrupción la mantendrá en su lecho oscuro?