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Rencontrar la paz
D

iciembre es uno de los meses que nos convocan a reflexionar sobre la situación de la humanidad, desde nuestros territorios más cercanos hasta los más lejanos. También tenemos fechas conmemorativas que nos invitan a repensar cuál es el mundo que deseamos habitar, de qué manera y con quiénes.

Por un lado, el 10 de diciembre fue la conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos, en una coyuntura política y social enmarcada en una crisis de derechos humanos derivada del debilitamiento institucional y democrático, así como del incremento de la violencia ejercida sustancialmente por el crimen organizado. Por otro, las celebraciones religiosas, principalmente católicas, surgen como espacios de reflexión en torno a la paz y a la esperanza hacia el futuro que deseamos como personas, familias, comunidades y país.

Ante ello, se vuelve indispensable considerar la protección y garantía de los derechos humanos como uno de los caminos que pueden abonar a la construcción de paz y a una vida digna.

Para esto, es importante recordar que la teología de la liberación nos brinda algunas claves para que las fiestas decembrinas no sólo sean un encuentro intervenido por la mercantilización de la vida y de las relaciones humanas, sino que abra paso a repensar en lo más cotidiano cómo podemos caminar hacia mundos más justos.

La teología de la liberación surge como teoría teológica y política en Latinoamérica durante la década de los 50, donde su fundamentación estaba en la lucha contra la pobreza y la opresión desde una Iglesia católica comprometida por transformar las desigualdades sociales, políticas y pastorales. Este movimiento fue de suma relevancia para promover procesos de participación política desde las bases para la liberación de los pueblos y las comunidades oprimidas, permitiendo imaginar otras formas de hacer comunidad política y organizada en búsqueda de paz y justicia.

Después de más de 80 años de su propuesta política y recordando los asesinatos de los sacerdotes defensores de derechos humanos que han perdido la vida en estos últimos dos años, es tiempo de recuperar su apuesta por la vida como una razón más que nos invite a organizarnos y movilizarnos. Estamos en un momento donde esas claves de acción y reflexión son pautas para reconstruir la esperanza que nos ha sido arrebatada por las injusticias del Estado, del crimen organizado, de sistemas de opresión y desigualdad que nos limitan a encontrarnos con los demás para hacer comunidad y reconstruir nuestro tejido social.

Que estas fechas de encuentro con nuestras amistades y familias sean espacios donde se dialogue eso que históricamente ha sido invisibilizado y callado; donde recuperemos la capacidad de mirar a la otra persona como humana; que podamos recobrar la posibilidad de mirarnos como parte de un todo con esos comunes que nos permitan intercambiar la mirada, la sonrisa, la alegría.

También, que hagamos memoria de quienes no pueden acompañarnos en nuestros espacios, comunidades, familias a causa de los impactos de la violencia y de un Estado mexicano que no ha logrado garantizar y proteger la vida de todas, todes y todos.

Y, con esa digna rabia y alegría combativa, vuelva a crecer la llama de la esperanza, de la búsqueda de justicia, de transformación y organización social, de la defensa de la vida por quienes ya no están aquí, por quienes continuamos y por quienes vendrán. Hagamos y sostengamos la memoria social de lo que ha sido y puede ser, pues es a través del encuentro y el diálogo con la otra, otre, otro que podemos mirarnos como parte de un todo, de una comunidad por pequeña que sea, para que se recupere e imagine lo posible, para que se pueda reconstruir la esperanza y, quizás, sólo así podremos rencontrar la paz para nosotras, nosotres y nosotros y nuestra comunidad.